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Los debates de políticos y ciudadanos de los Estados Unidos de América y otros lugares acerca de si únicamente ha de acogerse a los refugiados que sean cristianos, si los refugiados cuya religión sea el Islam no deben ingresar a su país, o si por el contrario ha de protegerse y dar la bienvenida a cualquier refugiado con independencia de su credo, son ciertamente sorprendentes en nuestra época y algo indignantes, al tener un halo de discriminación.

Ciertamente, en estos días judíos que llegaron a los Estados Unidos por la persecución nazi recuerdan cómo eran rechazados de forma generalizada en algunos sectores, donde se consideraba que podían ser probablemente agentes comunistas o perturbadores del orden público. Esto ha llevado a que algunos de ellos expresen su apoyo a acoger a musulmanes perseguidos.

A mi parecer, el rechazo a los musulmanes que huyen de Siria e Irak pueden estar basados en mayor o menor medida, al menos, en los dos siguientes temores conscientes o inconscientes: que la presencia de refugiados musulmanes supongan algún riesgo para la seguridad; o que no se está protegiendo de forma suficiente a cristianos perseguidos.

No pueden invocar las normas. Los miedos sobre seguridad se basan en sospechas de que uno de los autores de los recientes atentados en París haya podido ingresar a Europa con un pasaporte falso y alegando ser un refugiado. Curiosamente, si este ejemplo es el decisivo para rechazar de forma generalizada a los numerosos seres humanos que huyen de terribles situaciones de violencia y persecución y para condenarlos a seguir sumidos en ellas, el argumento sería bastante débil: después de todo, estaríamos en presencia de un sólo individuo que probablemente ni siquiera sería realmente un beneficiario de la protección internacional al refugiado.

Esto se debe a que, como han dicho agentes de las Naciones Unidas y se dice en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, quienes se han hecho 'culpables de actos contrarios a las finalidades y a los principios' de las Naciones Unidas, o quienes han cometido un delito de guerra o contra la humanidad, no pueden invocar las normas internacionales de protección a los refugiados.

Y ciertamente, estaríamos en la presencia de crímenes de lesa humanidad en tanto, como se menciona en el Estatuto de Roma, los crímenes de lesa humanidad se cometen 'como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque' por parte de un Estado o una organización, como se enuncia en los Elementos de los Crímenes previstos en el Estatuto.

¿No es esto acaso lo que está experimentándose con diversos ataques en contra de civiles? Ciertamente, y como dice el británico Andrew Clapham, los hechos nos recuerdan que los actores no estatales pueden cometer violaciones de derechos humanos.

El deseo de superación. El anterior argumento, en cualquier caso, es normativo, y subsisten las dudas sobre la posibilidad de que pueda haber infiltraciones generalizadas entre los refugiados sin que sean identificados como tales (después de todo, en Europa se ha cuestionado cómo pudo ingresar sin problema alguien buscado por la justicia de forma notoria). Al respecto, hay estudios que señalan que, por lo general, los refugiados tienen un porcentaje muy inferior de participación en hechos ilícitos en comparación con otros habitantes en los Estados; y además indican que su deseo de superación les hace participar de forma pacífica y activa en las comunidades que los acogen. Por ello, el temor se refiere a individuos aislados. Sin embargo, ¿acaso no ha habido individuos aislados no musulmanes y nacionales de los Estados donde residen que han cometido asesinatos masivos, como tristemente ha sucedido recientemente y con frecuencia en los Estados Unidos? .

Al respecto, no puede negarse que, como han dicho órganos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los Estados tienen un derecho y un deber de defenderse. Indudablemente, puede haber medidas que persigan asegurarse de que quienes ingresan como refugiados no participen en crímenes y abusos, para perseguir así una finalidad legítima de protección, siempre y cuando sean proporcionadas y lícitas.

Sin embargo, cuando en la práctica las medidas bloqueen en masa el ingreso de refugiados (ingreso que puede ser su salvación en muchas ocasiones), lo que hacen es convertirse en una simple barrera que contraviene compromisos internacionales.

Por esto comparto el rechazo y amenaza de veto del presidente estadounidense, Barack Obama, al proyecto recién aprobado en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos (cuyo destino en el Senado es aún incierto), que contó con el apoyo incluso de 50 parlamentarios del partido Demócrata, y que exigiría una confirmación del director del F.B.I, del Departamento de Seguridad Nacional y del director de inteligencia nacional de que cada uno de los aspirantes a ser recibidos en los Estados Unidos como refugiados no supone un riesgo para que él o ella pueda ingresar. Esto haría que el ingreso se haga lento en exceso y que pueda omitirse la protección a la que muchos tienen derecho.

No debemos olvidar que quienes huyen de sus casas toman una decisión drástica y nada fácil por una situación desesperada; y que hay obligaciones internacionales previstas en tratados y en la costumbre internacional de no devolver a los perseguidos o a quienes puedan potencialmente sufrir en una zona de alto riesgo, como dijo la Corte Europea de Derechos Humanos en el caso Sufi y Elmi contra el Reino Unido.

Si son compatibles la protección a los refugiados y la seguridad, con medidas de garantía y protección que deben brindar los Estados tanto a los habitantes como a los refugiados; y si el rechazo a los refugiados de hecho no garantiza la protección contra ataques a civiles y sí puede suponer una condena a quienes huyen, ¿qué podemos decir de una distinción por credos a fines de acoger a algunos?

todo ser humano tiene dignidad. Lo anterior entraña un temor a los musulmanes en la consciencia colectiva de algunas comunidades. Si bien esta es una reacción emotiva, hay que analizar de forma racional tres aspectos: en primer lugar, que todo ser humano tiene dignidad, la cual es no condicional y, por ello, independiente de su credo. Este reconocimiento es una conquista de la civilización a la que no puede renunciarse por ningún motivo.

Por otra parte, no hay que olvidar que ha habido individuos y grupos que atacan a sus congéneres de todos los credos o de ninguno: tanto algunos cristianos, como budistas, hindúes y otros han sido autores de las más horrendas acciones contra otros seres humanos simplemente por tener otra fe o creencia, incluso contra otros que tienen otra denominación.

No podemos olvidar los abusos cometidos en Irlanda del Norte por el orange terror contra católicos o ejemplos históricos de persecución religiosa, por ejemplo.

Más aún, incluso ha habido individuos y grupos seculares o ateos que han perseguido a creyentes de distintos credos por el hecho de serlo o los han afectado de forma especial.

Es imposible ignorar cómo muchos musulmanes han llamado a la cordura, al respeto a los civiles, a la fraternidad y a la paz, rechazando ataques, como el pacifista Khan Abdul Ghaffar Khan, amigo de Gandhi, pacifista y musulmán; o como Adel Termos, quien sacrificó su vida en el Líbano para salvar la de su hija y la de otros hace muy poco.

Su cuñado, Bilal Jelwane, afirmó a la prensa que uno no debe matar por desacuerdos y que concebía que el Islam le enseña a perdonar y a la misericordia. En el Islam hay bellas prácticas como el Zakat y, de hecho, en el Reino Unido los musulmanes han dado más asistencia caritativa que los integrantes de otras religiones.

Además, no puede negarse la tradición en parte del Islam de interpretar y buscar el fin de las normas más que una interpretación literal, según el principio Maqāsid al-Sharia. Muchos conciben, por ejemplo, que la Jihad llama a una legítima defensa o alude a u una lucha espiritual.

Ciertamente, hay argumentos de que no ha habido suficiente protección a los cristianos perseguidos, y no puede negarse que junto a otras comunidades, como la de los yazidíes (que según el museo del Holocausto en Washington, D.C., sufren ataques genocidas) sufren terribles persecuciones. Pero también han sufrido muchos musulmanes, y es cruel negarles protección. Nadie debería dejar de ser protegido, nadie debe ser perseguido.

Debemos reconocer en todos los demás, creyentes de cualquier fe o de ninguna, a seres con valor inalienable. Esto se plasma de una bella manera en las narraciones de cómo, durante las cruzadas, san Francisco (nombre adoptado por el papa actual, que ha llamado a la protección de todo refugiado) en lugar de combatir se encontró con el Sultán de Egipto y, tras dialogar con él, cada uno mantuvo sus creencias pero reconoció el valor del otro con ideas de coexistencia armónica, ideas y espíritu que de alguna manera se replican en el documento Nostra Aetate del Concilio Vaticano II.

* Profesor de derecho internacional de la Universidad de La Sabana.