En un artículo publicado en 2006, la revista financiera estadounidense ‘Forbes’ consideró que el presidente cubano, Fidel Castro, era el séptimo mandatario más rico del mundo, con una fortuna calculada de 900 millones de dólares.
La lista la formaron los 10 gobernantes o soberanos más adinerados del planeta, encabezados por el rey de Arabia Saudí, Abdulá Bin Abdelaziz, al que la publicación le calculó una fortuna de 21.000 millones de dólares.
Le siguieron el sultán de Brunei, Haji Hasanal Bolkiah, con 20.000 millones de dólares; el presidente de Emiratos Arabes Unidos, jeque Jalifa bin Zayed Al Nahyan, con 19.000 millones, y el emir de Dubai, Mohamad bin Rachid Al Maktum, con 14.000 millones.
En Europa, destacó el impreso que el príncipe Hans-Adam de Liechtenstein, con 4.000 millones de dólares y el príncipe Alberto de Mónaco, con 1.000 millones, ocupaban el quinto y sexto lugar, así como la Reina Isabel II de Inglaterra, con 500 millones y la reina Beatriz de Holanda, con 270 millones, en noveno y décimo lugar.
Isabel II aparecía con una fortuna menor a la del año pasado en unos 220 millones de dólares, mientras que no consta en la lista el primer ministro tailandés, Thaksin Shinawatra, quien en 2005 figuraba con 1.900 millones.
El único representante de África es el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, que ocupó el octavo puesto, con 600 millones de dólares, en tanto que el único latinoamericano fue el mandatario cubano, al que se le calculó una fortuna de 900 millones.
Para los investigadores de la revista, la fortuna del presidente Castro creció enormemente los a comienzos de 2000, dado que en 2003 sólo le calculaban una riqueza de 110 millones de dólares, para dos años después ofrecer una cifra de 550 millones, cinco veces superior.
El origen de ese dinero se estima que proviene de una 'red de compañías estatales', entre las que se incluye el Palacio de Convenciones, Climex, tiendas al por menor y Medicuba, que vende vacunas y otros productos farmacéuticos producidos en la isla.
La publicación de ese artículo tuvo una dura respuesta por parte del Gobierno cubano y del propio Castro, que acusó a la revista de 'infame' y sugirió que adoptaría acciones legales.