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La crisis política se agudiza en Brasil. El presidente Michel Temer, acorralado por acusaciones de corrupción, ordenó este miércoles el despliegue del ejército en la capital ante una protesta masiva en su contra que acabó con violentos desmanes frente a ministerios.

Los manifestantes causaron destrozos en edificios públicos y provocaron incendios, sobrepasando la acción policial, en otra jornada negra para el gobierno de Temer que aparece cada vez más aislado y con su base de apoyo fragilizada.

'En este momento ya hay tropas federales aquí, en el palacio de Itamaraty [sede de la cancillería], y ya están llegando tropas para asegurar la protección de los edificios ministeriales', anunció por la tarde el ministro de Defensa, Raul Jungmann.

El gobierno dijo que algunos manifestantes pusieron en riesgo la vida de empleados públicos al atacar con piedras y palos varios ministerios. Y remarcó que la orden -vigente hasta el próximo día 31 y que implica el despliegue de 1.500 militares- había sido tomada por el presidente, que lucha por su supervivencia política desde hace una semana.

La decisión suele tomarse para apoyar a la policía en momentos de seguridad crítica o en grandes eventos como los Juegos Olímpicos, pero es sensible en un país que vivió bajo la dictadura militar entre 1964 y 1985.

'Es una medida extrema del gobierno Temer y la señal clara de que se perdió el control, con consecuencias muy malas para nuestra democracia', dijo André Cesar, analista de la consultora Hold, en Brasilia.

En la misma línea, pero en un tono más moderado, se posicionó el senador Tasso Jereissati, del PSDB (centro-derecha), principal fuerza aliada a Temer.

'Para quienes vivimos la dictadura, la presencia militar es siempre una cosa que nos asusta', dijo el legislador, uno de los nombres citados para una eventual sucesión.