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El presidente nicaragüense, Daniel Ortega, un líder de la revolución de 1979 que levantó la bandera de los oprimidos, ha gobernado su país de la mano de su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, con un poder casi absoluto que ha sido desafiado por una nueva generación de jóvenes.

Él, un exguerrillero de 72 años admirador del Che Guevara; ella una poetisa excéntrica de 66 años –ataviada de pulseras y pañuelos– que se ha convertido en el poder detrás del trono.

Estudiantes universitarios tomaron las calles en varias ciudades de Nicaragua desde el 18 de abril, con protestas que pusieron en entredicho el histórico control de las movilizaciones sociales que han tenido Ortega y su Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN, izquierda) los últimos 40 años. Hasta el momento se reportan 37 muertos.

Paradójicamente, Ortega desde la oposición (1990-2006) impulsó jornadas violentas de protesta con los sindicatos sandinistas para repudiar medidas económicas y arrancar concesiones a los gobiernos de turno.

'Conspiración de la derecha' ha proclamado sobre las protestas el mandatario, quien, junto a Murillo, encabeza un gobierno que ambos definen como 'cristiano, socialista y solidario'.

Vida revolucionaria

Ortega nació el 11 de noviembre de 1945 en el pueblo minero de La Libertad (centro) en el seno de una familia católica, y de joven abandonó la universidad para integrarse a la lucha contra la dinastía de los Somoza.

Gobernó por primera vez al frente de la Revolución Sandinista que derrocó al régimen somocista en 1979 con apoyo de Cuba y la Unión Soviética, en medio de una guerra contra la guerrilla de los 'contras' apoyadas por Estados Unidos, un conflicto que dejó unos 35.000 muertos hasta 1990.

El exguerrillero marxista, tras perder las elecciones de 1990 ante Violeta Barrios de Chamorro, se despojó del uniforme verde olivo y adoptó la indumentaria de paisano como líder de la oposición.

Tras su retorno al poder en 2007 se alió al empresariado, con el que ha cogobernado los últimos 11 años, en un modelo que llama de 'diálogo y consenso', aunque ha excluido a otros sectores.

Tras reelegirse en 2011, gracias a una maniobra legal, Ortega ha dejado el poder prácticamente en manos de Murillo, su portavoz oficial y a quien convirtió en su vicepresidenta en las elecciones de 2016.

Los dos mantienen control férreo sobre todas las instituciones del Estado: el Ejército, la Policía, el Congreso y el tribunal electoral.