La periodista Soledad Gallego-Díaz, de 67 años, ha estado vinculada a El País desde sus primeros años.
En él ha ejercido de corresponsal en Bruselas, París, Londres, Buenos Aires y Nueva York y ha desempeñado las tareas de subdirectora, directora adjunta y defensora del lector.
En la actualidad, la columnista formaba parte del comité editorial de El País, además de colaborar como analista política en la Cadena Ser e integrar el consejo asesor de la Fundación del Español Urgente (Fundéu).
En abril, el diario le entregó el Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria Profesional.
Gallego – Díaz, nacida en Madrid, es todo un referente en el mundo de la comunicación. A lo largo de su trayectoria ha sido galardonada con numerosos premios como el Premio Salvador de Madariaga o el Premio Margarita Rivière.
No tiene ni Twitter ni Facebook pero en cambio, siempre va con una libretita cuadriculada y un bolígrafo en el bolso.
'La mayor parte de mi carrera se ha desarrollado en una Redacción. Mi trabajo siempre ha girado en torno a las noticias y las crónicas, no con columnas de opinión', destacó en una entrevista a El Pais poco antes de recibir el galardón Ortega y Gasset de manos de la escritora Almudena Grandes.
'Lo más grande de una redacción es que uno está al servicio de un colectivo y te sientes orgullosa de ello. No te alegras solo de tu propio trabajo, sino de aquel que ha conseguido otro compañero. Como colectivo, se busca la excelencia profesional y se disfruta de esa efervescencia que se vive cuando los periodistas quieren contar lo que sucede. Es un espectáculo maravilloso', añadió a El País.
Gallego-Díaz comenzó muy joven trabajando en Pyresa, la agencia de noticias de la cadena de Prensa del Movimiento. Franco estaba en el poder y no había libertad de expresión. 'Una agencia de noticias es un lugar ideal para aprender. No firmábamos las informaciones, porque lo que primaba era la noticia y no quién la hacía. Aprendí muchísimo. Independientemente de que los jefes fueran franquistas o no, eran unos vagos. Eso nos permitió trabajar mucho y hacer cantidad de cosas. Desde ese punto de vista, les estoy muy agradecida', recuerda irónica.
Tras ser despedida por una huelga, pasó a formar parte de la Redacción del semanario Cuadernos para el Diálogo, donde vivió los últimos años del franquismo y los inicios de la Transición. Convocada por el entonces director de El País, Juan Luis Cebrián, se incorporó a este diario, en el que ha sido de todos: cronista política, corresponsal en Bruselas, París, Londres, Buenos Aires y Nueva York, directora adjunta y Defensora del Lector.
'Creo en mi oficio'
En su carrera no han faltado ni el placer ni la diversión, siempre unidos a la honestidad. 'Si tengo que ser recordada por algo, que sea por la honradez e independencia de mi trabajo. Creo en mi oficio', enfatiza. 'El periodista tiene una serie de obligaciones y principios que ha de respetar. La primera norma es que jamás las cosas pueden ser verdad o mentira; los hechos son los hechos y tu obligación es buscar esos hechos y contrastarlos', abunda.
Opina que entre los peligros que acechan a la profesión de informar se hallan la precariedad laboral —'es imposible tener referentes profesionales, y la calidad se deteriora'— y la presión de las redes sociales sobre los grandes medios de comunicación. 'Afortunadamente, los medios están reaccionando y presentando un frente profesional imprescindible', defiende. A su entender, el periodismo tendrá el mismo futuro que la democracia: 'Si la democracia sigue siendo el mejor sistema político que se ha inventado, necesita del periodismo'.