*Por José Denis Cruz
Especial para EL HERALDO
Masaya se ha insurreccionado otra vez. En febrero de 1978 el pueblo indígena de Monimbó desconoció al dictador Anastasio Somoza. Cuarenta años después repite la historia: se ha declarado territorio libre del gobierno de Daniel Ortega, el hombre que ayudó a derrocar a una de las dictadoras más sangrientas del siglo pasado.
Esta pequeña ciudad, de 142 kilómetros cuadrados, ubicada a 30 kilómetros de la capital Managua, es el epicentro cultural de Nicaragua, y a la vez ejemplo de lucha y resistencia. Lo ha demostrado, nuevamente, desde el 19 de abril
cuando se sumó a las protestas que jóvenes iniciaron en Managua en contra de unas controvertidas reformas a la Seguridad Social, aprobada por Ortega.
Ese día los pobladores del barrio indígena de Monimbó reescribieron un capítulo que muchos creían haber dejado en el siglo pasado. Levantaron los adoquines de las calles para construir barricadas, como en 1978, fabricaron bombas de contacto y morteros con pólvora, como en el 78; y se pusieron máscaras tradicionales para ocultar sus rostros a las fuerzas paramilitares, como entonces.
Y como en 1978, pero esta vez con Ortega, las fuerzas de represión han desatado su furia contra el pueblo rebelde. El pasado 19 de junio, a los dos meses de la insurrección cívica, el régimen mandó a atacar la ciudad. Más de 500 policías y parapoliciales, de acuerdo con testimonios, entraron por veredas a 'restablecer el orden'.
Se repite la historia
'Estamos repitiendo la historia, es cierto, pero deseamos que fuese igual. Como en 1978 nos atacan con armas, pero hoy nosotros no tenemos armas, peleamos con nuestros morteros (bombas con pólvora), con palos, huleras. Nos protegemos con barriles de metal, estoy segura que si tuviéramos las armas ni la policía ni los paramilitares nos estarían masacrando', dice Patricia, una pobladora de Masaya.
Ella perdió en 1978 a un hermano. Tenía 15 años cuando el régimen de Somoza se empeñaba en exterminar a los monimboseños. 'Yo lo vi morir, y odié a Somoza, tanto como odio hoy a Ortega. Soy sandinista, no orteguista y estoy dispuesta, junto con mis hijos, a pelear hasta que los Ortega-Murillo dejen el poder, nosotros los pusimos y nosotros los quitamos', sentencia.
La exguerrillera sandinista, Mónica Baltodano, recuerda que la insurrección de Monimbó, en 1978, contribuyó, a las insurrecciones de septiembre de ese mismo año y de junio y julio de 1979. A su criterio, en Masaya está ocurriendo un retorno de la memoria histórica debido a los vínculos de adultos que se rebelaron en el siglo pasado con los jóvenes de ahora.
'Monimbó y Masaya se han distinguido por un coraje especial, vinculado a sus raíces indígenas. La comunidad indígena se insurreccionó en 1978 y dejó muchas lecciones, su levantamiento fue a raíz del primer mes de la muerte de Pedro Joaquín Chamorro (director mártir del diario La Prensa). El pueblo fue reprimido por la guardia durante esa conmemoración, y eso desató la insurrección', dice a EL HERALDO.
Desde que empezaron las protestas de abril las fuerzas represivas han llegado a atacar con saña más de 10 días. Han asesinado al menos 20 personas, entre niños, jóvenes y adolescentes y han dejado más de 300 heridos. La represión no han contenido las manifestaciones.
La última vez, el 19 de junio, murieron tres personas, según organismos de Derechos Humanos. El caso más dramático que refleja la crudeza del régimen es la muerte de Marcelo Mayorga. Antimotines le dispararon a sangre fría.
El video donde su esposa, Auxiliadora Cardoze, pedía auxilio conmocionó al país. 'Ayúdenme, tengan piedad de mí', gritaba. Los oficiales la ven de lejos, pasivos, mientras los disparos no cesan. 'Ayúdenme'. Miraba a su pareja tendida boca bajo sobre los adoquines y volvía gritar: '¿Cómo me lo llevo?, él no es un perro'. Los oficiales se hicieron los sordos.
Auxiliadora y Marcelo estaban involucrados en la insurrección cívica desde el inicio. 'Nos involucramos en acciones cívicas, entregábamos agua, alimentos y medicinas en los puestos médicos, e incluso él rescató a miembros del gobierno, hacía entrar en razón a los compañeros que no los golpearan y que los entregáramos más bien a los sacerdotes', cuenta.
Dice que pondrá una denuncia ante organismos de Derechos Humanos, pero a la vez siente miedo por sus hijos de 18 y 9 años. 'Nos pueden hacer algo'. Sin embargo, señala que ahora más que nunca seguirá en las calles luchando por justicia y democracia. 'Ortega es el responsable de masacrarnos a los masayas, y debe pagar', asegura.
Para el sandinismo, Masaya es sinónimo de su lucha revolucionaria. Aquí cayó en combate Camilo Ortega, el hermano del presidente. Además, todos los junios Daniel Ortega acostumbra repetir una gesta que en 1978 se le llamó repliegue táctico: la huida de Managua a Masaya de guerrilleros sandinistas cansados por los enfrentamientos con la Guardia Nacional.
En Masaya el mandatario era recibido por el pueblo. Pero este 2018, a 40 años de esa hazaña, Masaya, el bastión de la revolución sandinista, no lo quiere ver.