El hondureño Rolando Bueso y su mujer Adalicia sufren por los problemas estomacales y sonambulismo de su hijo de 16 meses, secuelas según ellos de la separación en centros de detención tras intentar entrar a Estados Unidos ilegalmente.
Los migrantes se toparon en el país del norte con la política de 'tolerancia cero' del presidente Donald Trump, destinada a ejercer un control más estricto en la frontera y poner fin al ingreso ilegal de personas a Estados Unidos.
'Todo lo que le damos de comer (al niño) le cae mal y se levanta sonámbulo en las noches', asegura a la AFP Adalicia, de 21 años de edad y con un embarazo de ocho meses, en su modesta vivienda en la comunidad de La Libertad, unos 100 km al norte de Tegucigalpa.
- Sueño truncado -
Ayudado por un 'coyote' al que pagó 6.000 dólares, Rolando, de 37 años, logró entrar con su hijo de diez meses, Johan, a Estados Unidos, cruzando México por el lado de Reynosa, pero miembros de la Patrulla Fronteriza lo interceptaron en McAllen, Texas, el 17 de marzo pasado.
Cinco días después Johan fue trasladado a un albergue en Arizona. A Rolando lo dejaron en Texas y no volvió a saber de su hijo mientras estuvo preso. Lo mismo le pasó a muchos de más de mil detenidos que estaban junto a él, que habían sido separados de sus hijos, lamentó.
Muchos inmigrantes ilegales entraron con hijos pequeños con la esperanza de recibir al menos permiso para trabajar.
Como resultado de la política de 'tolerancia cero', cerca de 2.000 niños procedentes de México, Guatemala, El Salvador y Honduras habían sido separados de sus padres entre el 19 de abril y el 31 de mayo, llevándolos respectivamente a centros de detención y albergues en diferentes Estados.
La cancillería hondureña tenía hasta el 10 de agosto un registro de 146 niños reunificados y faltaban 313 por reunificar. La organización no gubernamental Casa Alianza contabilizaba en mayo mil niños hondureños separados.
Hasta esa fecha del 10 de agosto iban 17.573 hondureños deportados de Estados Unidos y 27.334 de México, según la cancillería.
A Rolando lo deportaron el 5 de abril pero su hijo llegó a San Pedro Sula, norte del país, hasta el 20 de julio.
En esos meses de separación, Johan pasó de tener dos dientes a casi toda la dentadura, dio sus primeros pasos y pronunció su primera palabra: 'Agua'. 'Nos perdimos eso', lamenta Adalicia.
Al niño 'lo mandaron sin papeles, le perdieron la partida de nacimiento y el carnet de vacunas...ahora no hallamos cómo hacer para ponerle con las vacunas', agrega la mujer con resentimiento.
- Refugiados económicos -
Johan 'puede tener secuelas de por vida', lamenta Rolando mientras el niño juega con un gato blanco y negro que llaman 'Rufino'.
Rolando confiesa que no volverá a buscar por quinta vez el 'sueño americano' porque las autoridades estadounidenses 'son demasiado groseras'.
Las cuatro veces que ingresó a Estados Unidos lo deportaron. Intentaba seguir los pasos de sus hermanos, Adrián, de 30, y Riccy Mabel, de 24, que viven en Maryland.
La casa donde vive Rolando es de Adrián, tiene tres piezas construidas de bloques de concreto y zinc, incluyendo la sala comedor y dos dormitorios. También su hermano le dio los 6.000 dólares para el 'coyote'.
Rolando trabaja como ayudante de autobús de la ruta La Libertad-San Pedro Sula. Cuando más gana son ocho dólares al día, mientras un obrero en Estados Unidos devenga diez dólares la hora.
'Yo ya no me voy a ir pero por muchos muros que hagan la gente siempre se les va a meter porque busca cómo sobrevivir', argumenta.
Rolando reconoce que La Libertad es un pueblo tranquilo, a diferencia de otras comunidades hondureñas tomadas por pandillas y narcotraficantes pero lamenta que la situación económica del país es caótica y lo atribuye a la corrupción del gobierno.
Más de un millón de hondureños viven en Estados Unidos, la mayoría indocumentados que el año pasado inyectaron cerca de 4.000 millones a la economía. Eso significa cerca del 20% del Producto Interno Bruto (PIB). Este año las remesas crecen en un 9%, según el Banco Central de Honduras.