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Zakaria Abdelwahab persigue el balón sobre el terreno de juego cercano a un campo de olivos. Su objetivo es marcar un gol para dedicárselo a su ciudad natal, que tuvo que abandonar debido a la guerra civil que sacude a Siria.

El joven de 29 años vivía con su esposa y su hijo en Madaya, cerca de Damasco, en una casa rodeada de árboles frutales. Formaba parte de los combatientes rebeldes que se oponían al régimen del presidente sirio Bashar al Asad.

Pero cuando las fuerzas gubernamentales retomaron Madaya, así como otras regiones insurrectas, decenas de miles de rebeldes y sus familias fueron traladados hacia la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, lejos de sus hogares.

A principios de agosto lanzaron un torneo de fútbol para intentar olvidar el dolor del éxodo y estimular la conexión entre estos hombres golpeados por el desarraigo.

'Yo participo en esta iniciativa para relajarme, y también para reunirme con otros sirios que hayan abandonado' su ciudad o pueblo natal, explicó Zakaria.

'También queremos conocer mejor a la gente de Idlib', agregó el joven de cuerpo delgado, vestido con una camiseta gris con los colores de su equipo y un gorro negro.

Los desplazados se dividen en equipos que representan su localidad de origen. Jugadores nativos de Idlib también participan en la competición. Cada equipo cuenta con seis jugadores, incluyendo un arquero.

'Hoy jugamos contra el equipo de la oenegé Banafsij de Idlib y perdimos cruelmente, algo así como 14-3', cuenta Zakaria, divirtido a pesar de todo.

La provincia de Idlib, fronteriza con Turquía, cuenta con 2,5 millones de habitantes, de los cuales cerca de la mitad son desplazados, que llegaron desde bastiones de los insurgentes que cayeron nuevamente en manos del régimen.

 'Ningún equipo completo'

Como Zakaria y su familia, muchos de ellos han vivido momentos muy duros por la represión del régimen en sus respectivas localidades durante varios años.

'Hemos sido asediados hasta la muerte', contó Zakaria que desertó del ejército sirio para sumarse a los rebeldes.

La guerra en Siria empezó en 2011, después que el régimen reprimiera las manifestaciones que reclamaban reformas democráticas en ese país dirigido con mano dura por la familia Asad desde hacía varias décadas.

En Madaya, la ciudad de Zakaria, decenas de personas murieron de hambre durante los años que el régimen les impuso vivir bajo un estado de sitio.

Además del acoso asfixiante de las condiciones de vida, el régimen y su aliado ruso intensificaron los bombardeos sobre las zonas rebeldes, lo que obligó a los insurgentes a alcanzar acuerdos de rendición y abandonar sus bastiones en dirección a Idlib. Las organizaciones defensoras de derechos humanos denunciaron estos desplazamientos de población.

El régimen controla ahora casi dos tercios de Siria.

En Idlib, Zakaria vive con dificultades. Como continúa formando parte de un grupo rebelde, recibe de vez en cuando una suerte de subsidio de unos 40 a 50 euros, pero eso apenas le permite pagar su alquiler y las facturas de agua y electricidad.

A veces se recuerda de los partidos que jugaban en el patio de la escuela con sus amigos de Madaya. El equipo quebró como muchos en un país donde la guerra ha dejado más de 350.000 muertos.

'Algunos murieron, otros se quedaron en regiones que están bajo control del régimen o partieron. Ningún equipo (de fútbol) está completo', dijo.

 'Estamos felices'

Mohamed Nasser era entrenador en un orfanato cerca de Damasco antes de ser forzado a abandonar su región.

Este aficionado al deporte, también de 29 años y oriundo de Qalamun occidental, quiere llegar a la final del campeonato, prevista para el 25 de agosto.

Con camiseta naranja, el color de su equipo, dice que se sumó a esta competencia para suavizar algo la amargura del exilio.

'Puedes encontrar gente de Daraya, de Guta Oriental o del Qalamun' (regiones cerca de Damasco), dijo este jugador de piel mate y porte atlético. 'El ser humano necesita tener un sentimiento de pertenencia', agregó.

La provincia de Idlib está ahora en la mira del régimen sirio. Por lo tanto este torneo de fútbol aficionado representa también un gesto de desafío al presidente Asad.

'Si ve nuestras caras, verá que él no puede vencernos', dijo Nasser. 'A pesar de los bombardeos, las muertes y las destrucciones, continuamos viviendo nuestra vida y estamos felices', apostilló.