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Abruptamente despedido este miércoles por Donald Trump, el secretario de Justicia Jeff Sessions conoció una breve luna de miel con el presidente estadounidense, a la que siguió un largo período de travesía por el desierto.

Este conservador de cabellos canos prolijamente peinados y finos anteojos se sabía en el banquillo luego de que se negó a participar en la investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, una decisión que el magnate republicano jamás le perdonó.

Sessions había respaldado la candidatura de Trump a la Casa Blanca en una época en la que nadie apostaba un centavo en favor del exitoso hombre de negocios. Ambos habían coincidido en la necesidad de montar una alianza anti-establishment.

Trump lo recompensó una vez que llegó al gobierno designándolo fiscal general, un cargo que le permitía supervisar al FBI, los fiscales y diversas agencias federales estratégicas.

Sessions, que nunca abandona sus talante calmo y exhibe una bonhomía que inspira confianza, parecía muy satisfecho de ocupar ese prestigioso puesto. Para este senador del pequeño estado de Alabama, marginal en el aparato del Partido Republicano, significaba una clara promoción. 

Desde ese cargo se sintió libre de expresar sus convicciones sobre la necesidad de combatir la inmigración clandestina en un país en el que los trabajadores blancos son injustamente dejados de lado, donde los valores cristianos ya no son tenidos en cuenta y el orden público es violado demasiado a menudo, según sostiene.