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La sueca Greta Thunberg carga con la pasión de una generación que decidió enfrentarse al monstruo del cambio climático, pero también sufre el desprecio de aquellos que la ven como un títere mesiánico de la concienciación ecológica.

A sus 16 años la adolescente es el rostro y la voz de una juventud preocupada, que recicla la basura, limpia las playas, evita la carne y los aviones y vota por partidos ecologistas en las elecciones.

Hace poco más de un año, al comienzo del año escolar de 2018, Greta dejó su mochila en casa y se manifestó todos los viernes frente al Parlamento sueco en Estocolmo con un cartel hecho a mano para sensibilizar a los diputados sobre la emergencia climática.

Su 'huelga escolar', transmitida por las redes sociales, traspasó fronteras e impulsó el movimiento global 'Viernes por el futuro'. El fenómeno 'Greta' se volvió planetario. Sus cuentas de Twitter e Instagram tienen más de seis millones de suscriptores.

Los jóvenes la han elegido portavoz de las preocupaciones por el cambio climático. Y el tono es claramente acusatorio.

'Han robado mis sueños y mi niñez con sus palabras huecas', dijo con lágrimas en los ojos el 23 de septiembre a los dirigentes reunidos para una cumbre sobre el clima en Nueva York, evento en el que participó después de haber cruzado el Atlántico en un velero.