Con el anuncio del gobierno de España de la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco del mausoleo en Madrid, donde yace hace 44 años, se cerrará una etapa nacional de debate político y jurídico. Pero también se abrirá otra en la que calado ideológico estará presente para un país en el que el fantasma de Franco se convirtió últimamente en un arma arrojadiza, entre los partidarios de la exhumación y los que ven ésta con desdén -caso del conservador Partido Popular- o con abierta hostilidad, en el caso del partido de extrema derecha Vox.
La exhumación se realizará mañana y los restos serán trasladados del monumental mausoleo donde yacen, para ser enterrados en una discreta cripta, en el panteón de Mingorrubio, en el que ya está enterrada su viuda, Carmen Polo, en el cementerio del Pardo al norte de Madrid.
Los restos del único dictador europeo han estado enterrados en un mausoleo de Estado, bajo una cruz de 150 metros de alto, visible desde varios kilómetros de distancia en el Valle de los Caídos y en una de las principales carreteras de acceso y salida a Madrid, la A-6.
El cuerpo del general de origen gallego, vencedor de la guerra civil de 1936-1939, llegó al Valle de los Caídos el 23 de noviembre de 1975, a las 9 de la mañana. Fue enterrado en un féretro de madera maciza caoba, modelo 10, dos centímetros de grosor y 80 kilos de peso. Gabino Abánades en aquel momento tenía 29 años y coordinó el entierro junto a otras tres personas elegidas para la ceremonia por orden del concejal de Sanidad del Ayuntamiento. Hoy a sus 73 años, Abánades dijo que Franco fue embalsamado.