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El debilitamiento de la democracia, como sistema político, es cada día mayor. El Observatorio de la Democracia en América Latina muestra que solo el 48% de la población considera que este es el mejor sistema.

Ningún gobierno democrático de la región está dando respuesta a problemas que la gente siente prioritarios. Temas como la superación de la pobreza, la corrupción y especialmente la inseguridad urbana —que está desbordada—, están generando un desencanto generalizado hacia nuestros gobernantes, y una desconfianza enorme hacia las instituciones democráticas, especialmente hacia los poderes ejecutivo y legislativo.

La democracia representativa organizada en partidos de masas con ideologías definidas, donde el ciudadano elegía su presidente y congresista por convicción, hoy no dan respuesta a la complejidad de nuestras sociedades.

El cónsul de Finlandia en Barranquilla me prestó un interesante libro donde se muestra cómo la democracia representativa está siendo reemplazada por la democracia de la opinión pública. Hoy las redes sociales, la televisión y el activismo de los periodistas hacen que la sociedad vibre a otro ritmo muy distinto a la política tradicional, y los ciudadanos —cada día más indiferentes y exigentes—, van perdiendo esperanza en que la clase política pueda responder a sus demandas.

Esta crisis del sistema ha elevado a los jueces como los hombres más poderosos. Es notoria la victoria apabullante del derecho sobre la política. El juez, como dice el libro citado, aparece como el regulador de todos los conflictos institucionales, sociales y morales, y se le percibe como el contrapeso a la corrupción de las costumbres. Vivimos en una sociedad judicializada, y ante la crisis de confianza, la figura del juez constituye una garantía ante el abuso de poder.

Pero en el mundo democrático la justicia está empezando a ser duramente cuestionada. Un estudio internacional concluyó que la mayoría de la gente considera que la justicia no trata de la misma manera a pobres y a ricos, perciben la lentitud de los jueces —demasiado saturados de trabajo— y solo una minoría los ve como justos e independientes.

Por último, permítanme una pregunta imprudente: Si usted fuera perro, qué preferiría ¿ladrar o comer? Bueno, en China se puede comer, pero no ladrar. Aquí podemos ladrar, pero la comida es escasa.

La democracia es el único sistema de vida que garantiza la dignidad humana. Sus principios fundamentales como la libertad, el respeto, la igualdad de oportunidades han demostrado que, si son bien aplicados, puede ser el mejor sistema de vida. No nos confundamos con esta crisis que nos puede llevar a un abismo. La gran tarea del país es fortalecer los valores democráticos, estimulando la participación en la vida política, especialmente de nuestros jóvenes. Pero no a través del engaño, del miedo y la desinformación, sino con la visible solución de aquellos problemas que nos agobian.