Como si fuera poca la ola violencia que azota el país por cuenta de la guerrilla, las bacrim, el narcotráfico, y la delincuencia común; un nuevo frente de guerra parece abrirse paso en este panorama convulsionado.
Se trata de la llamada ‘guerra verde’, o el regreso de la batalla a sangre y fuego de los esmeralderos del occidente de Boyacá, que luchan por el control del multimillonario negocio de la gema. Según cifras de la Agencia Nacional de Minería, dependencia del ministerio de Minas y Energía, las exportaciones de esmeraldas del año pasado alcanzaron en el país la bicoca de 127 millones de dólares, unos 254 mil millones de pesos.
Aunque el epicentro de lo que parece ser este otro campo de batalla se configura en Bogotá y parte del altiplano cundi-boyacense, sus focos de lucha suelen trasladarse a muchas partes de la geografía nacional, entre estas la región Caribe, por el afán de sus protagonistas de alejarse lo más posible de las balas enemigas.
El riesgo de este nuevo factor de violencia que tiene en vilo a las autoridades nacionales, lo suscitó el asesinato reciente de Luis Eduardo Murcia Chaparro, alias el Pequinés (jueves 11 de septiembre pasado), uno de los llamados ‘patrones’ históricos del comercio de las esmeraldas. Era de las principales cabezas del negocio al lado de fallecido Víctor Carranza, ‘patrón de patrones’ y zar absoluto del negocio verde. El Pequinés, acérrimo enemigo de Carranza en un tiempo, era actualmente su socio tras firmar en junio de 1990 un pacto de no agresión.
A Murcia dos pistoleros lo sorprendieron cuando revisaba un corral de gallos de pelea en una finca de La Honda, vereda de Arbeláez, municipio al suroeste de Cundinamarca, distante 82 kilómetros de Bogotá. Había llegado a esa región a refugiarse, a sabiendas de que ya la contienda estaba declarada y que él era uno de los objetivos.
Le propinaron siete balazos en la cabeza y en el tórax con un fusil AK 47 y una subametralladora UZI, que los asesinos abandonaron en la escena.
Murcia logró responder el ataque con su revólver, pero la defensa resultó precaria ante el poderoso armamento de los criminales. 'Fue una auténtica cacería, el Pequinés trató de protegerse y corrió hacia su camioneta blindada en la que guardaba una escopeta, pero no alcanzó a llegar. Rodó por un barranco, se partió un brazo y allí, indefenso, lo acribillaron sin atenuantes', reveló un informe policial sobre el homicidio. Luis Murcia contaba 62 años, era oriundo de vereda Piedra Gorda, de Chíquiza (Boyacá).
Una semana antes de su muerte había enviado a autoridades judiciales un video en el que señaló a otro ‘patrón de las esmeraldas’, el acaudalado Pedro Nell Rincón Castillo, alias ‘Pedro Orejas’, de estar urdiendo un plan para matarlo.
El Pequinés es el segundo hombre de importancia en el negocio de las esmeraldas asesinado en el 2014. El sábado 10 de mayo desconocidos mataron a balazos en la avenida Primero de Mayo de Bogotá a Martín Rojas, otro de los firmantes en 1990 del pacto de paz entre esmeralderos.
¿Quién es Pedro Orejas?
Pedro Nell Rincón Castillo, ‘Pedro Orejas’, nació en la vereda Tapias de Maripí (Boyacá), cuenta 47 años y está casado con Mercedes Salazar, concejal de Pauna (Boyacá). Tras la muerte de Víctor Carranza (4 de abril de 2013), pasó a ser uno de los hombres con más poderío en el negocio de las esmeraldas. Maneja una de las facciones que controla la explotación de la piedra en Colombia.
Actualmente está preso, fue capturado el 19 de noviembre del 2013 en el occidente de Boyacá bajo cargos de concierto para delinquir agravado y porte ilegal de armas. Según información de la fecha, en una de sus minas hallaron un cuantioso arsenal de guerra, chalecos blindados de la Alcaldía de Bello (Antioquia), y por ello le abrieron proceso penal. ‘Pedro Orejas’ ha estado salpicado con actividades de paramilitarismo y con un homicidio, pero ha salido airoso en los estrados judiciales. La reclusión la cumple en la cárcel de máxima seguridad de Picaleña, en Ibagué, por los delitos de fabricación, porte y tráfico de armas. Le quitaron el concierto para delinquir. Es propietario de la mina La Pita, una de las vetas más productivas de la gema.
La muerte del único hijo de Pedro Orejas
Pedro Simón Rincón Salazar, de 22 años, era el único hijo de ‘Pedro Orejas’, el joven murió el 23 de enero de este año como consecuencia de las heridas que recibió en un atentado contra su padre ocurrido el sábado 9 de noviembre del 2013 en la plaza de la población boyacense de Pauna, donde se celebraba un festival campesino.
Dos sujetos en motocicleta lanzaron una granada contra un grupo en el que se encontraba el esmeraldero y su familia. En el sitio murieron un bebé de 8 meses, nieto de Alirio Murcia, exalcalde de Pauna; Hermelida Ramírez, exesposa del esmeraldero Pedro Cañón; y Giovanny Cadena. Pedro Nell Castillo, ‘Pedro Orejas’, resultó herido junto con su hijo, y un policía.
El ataque audaz contra ‘Orejas’ en el municipio que era su fortín, y hasta ese momento su feudo inexpugnable, símbolo de su poder; desató en la región todo tipo de comentarios que desembocaban en una sola conclusión: 'Las cosas no se iban a quedar así, y lo que iba a correr era sangre'. La disquisición popular aún no contaba con la muerte del primogénito de Pedro Nell Castillo.
Tras la muerte del muchacho, a quien antes de su deceso le amputaron un pie, se recrudeció lo que muchos llaman ‘la guerra soterrada de los esmeralderos’. Una muestra es el asesinato de Luis Murcia, ‘el Pequinés’.
Por eso el temor ahora es que la vendetta entre los grupos sea declaradamente abierta, tras el homicidio de Murcia, pues este hombre lideraba una fracción también poderosa de comerciantes de la piedra preciosa.
‘El Pequinés’ hacía parte del grupo de Jesús Hernando Sánchez, el otro cabeza de grupo entre los esmeralderos, con quien está enfrentado ‘Pedro Orejas’. Hernández era socio de Víctor Carranza.
El origen de todo
Para los analistas del tema de las esmeraldas y lo que se mueve alrededor del negocio; la muerte de Víctor Carranza, quien ejercía un liderazgo natural, sellado también a sangre y fuego; provocó una especie de desbandada en la que cada quien trató de sacar la mejor tajada.
Uno de los objetivos de todos era quedarse con la mina Consorcio, de las más ricas de la zona. Carranza antes de morir decidió clausurarla para evitar discordías y rebatiñas, pero tras su muerte los grupos hicieron caso omiso y de ahí surge este baño de sangre que amenaza con extenderse. El Gobierno Nacional ha intervenido con apoyo de la Iglesia Católica para tratar de frenar esta racha criminal.