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En el andén pedregoso de la calle 38B con carrera 7C, frente a la cancha de fútbol del barrio La Magdalena, está tendido un hombre agonizante que sangra a chorros. Pide auxilio y llama a gritos a sus hijas. '¡No me dejen morir, ayúdenme!'. Delira por los dos balazos que acaba de recibir. Siente dentro de su cuerpo una hoguera, la respiración se le corta. Una de las balas calibre 38 salió por la espalda, la pólvora de la otra está haciendo estragos dentro de su cuerpo.

Varios vecinos lo rodean e intentan calmarlo, otros tratan de parar algún vehículo para llevarlo a un centro asistencial. Ningún carro se detiene. Deciden cargarlo por los brazos y los pies y caminar unos metros. Por fin un taxi frena. El taxista acepta a regañadientes llevar al herido, que sigue sangrando y mancha la cojinería del vehículo.

En el taxi, solo, continúa llamando a sus hijas, como si ellas en el barrio Los Trupillos pudieran escucharlo. 'Te voy a llevar al puesto de salud', le dice el taxista. 'No, allá me dejan morir', replica el hombre agonizante. El conductor cambia de dirección, se dirige a la calle 30 con 14. 'No me dejes morir, por favor', le suplica al taxista.

Se detienen en la Clínica Campbell. El portero lo socorre y en una silla de ruedas lo lleva corriendo a urgencias. Son las 6:25 de la tarde, está consciente hasta que le ponen una mascarilla.

Su familia está afuera, se hacen notar por el llanto desgarrador. A las 8 p.m. entra a cirugía, dos horas y 22 minutos después sale. La bala que salió rozó el pulmón izquierdo, tuvieron que drenarlo. La que quedó adentro alcanzó a afectar el pericardio, la membrana que recubre el corazón, destrozó el intestino delgado, el colon, el estómago. Está grave, los médicos dicen que puede morir en cuestión de horas.

'Se le hace un procedimiento para reparar daños intraabdominales y parar el sangrado. Cirugía ordena traslado a UCI. Paciente con alto riesgo de deterioro hemodinámico y mortalidad a corto plazo. Pronóstico reservado', escribe a las 11:15 p.m. en la historia clínica el cirujano Mauricio Pérez Muñoz.

Estas trágicas palabras se repiten una y otra vez en la cabeza de sus familiares. Mortalidad a corto plazo, mortalidad a corto plazo... Siguen llorando.

Está vivo, un milagro

Heber Ojeda Barrios está ahora sentado en una cama en la casa de sus hermanos, en Galapa. En toda la mitad del abdomen tiene 46 puntos de sutura que fueron necesarios para cerrar la incisión que hicieron los médicos para frenar la hemorragia y lavarle la cavidad abdominal, infectada con heces. Al lado derecho de esta ‘corredera’ tiene un dispositivo de ostomía, una bolsa que recoge toda la materia fecal que produce media hora después de comer y que no puede desechar por el recto, porque la bala destrozó una parte de sus intestinos. 'Por el balazo me recortaron el estómago, unieron los intestinos y mientras cicatrizan tengo esta bolsa. No quisiera estar así, pero debo darle gracias a Dios que estoy vivo, es un milagro, hubiese muerto', dice este hombre de 52 años, 24 días después de aquel suceso que ha cambiado su vida.

El pasado jueves 23 de octubre fue un día normal para él hasta las 6 de la tarde. Partió de su casa, en el barrio Los Trupillos, a las 12:45 de la madrugada. Llegó a la 1 a.m. a EL HERALDO, donde trabaja como distribuidor de periódicos. Una hora más tarde salió en su moto, una Bóxer roja modelo 2014, que compró en febrero con un préstamo que le hizo la empresa porque el 30 de enero le hurtaron su vehículo, una Eco Deluxe 2009.

Cargó 500 Heraldos y 46 AL DÍA para repartirlos a suscriptores y puntos de venta del norte de la ciudad. A las 5:00 a.m. terminó y fue a su casa a dormir un rato. 'Después de llevar a mi hija al colegio volví a dormir y salí a mediodía, tras almorzar. Siempre llegaba a esa esquina de la cancha de La Magdalena, a mamar gallo y a matar el tiempo con los mototaxistas que se parquean allí y con Basto, el butifarrero, viendo partidos. Todos me conocen'.

Precisamente a las 6 p.m. Heber le ofreció su ayuda al butifarrero para recoger el puesto, pues ya había vendido todo. Tenía apenas cinco minutos en esos menesteres cuando aparecieron dos tipos por la espalda.

'Uno moreno alto me atenazó por el cuello por detrás y me apuntó con un revólver. El otro era bajito, gordito, pelito largo. Me empezó a requisar y a pedirme las llaves de la moto. Las tenía en el bolsillo pequeño del jean y no las encontraron. Como me zafé, al gordito le dio rabia y le dijo al compañero: ‘dame ese revólver acá para meterle dos tiros a este hijueputa’. No me dio tiempo de nada, sentí los dos balazos, caí al suelo. Vi que se iban. Dicen que estaban en un taxi zapatico. Me levanté, caminé un metro y me desplomé. Ahí empecé a pedir ayuda'.

A Heber aún le duelen las heridas, pero no tanto como el hecho de no poder ver a María Elvira ni a María Alejandra, sus dos hijas menores. La primera tiene síndrome de Down. 'Ella está muy apegada a mí, es mi tesoro. No me las pueden traer porque tienen miedo de que se me tire encima de la emoción y me lastime. Por eso me trajeron para Galapa'.

Sus verdugos están libres

Hasta el 12 de noviembre pasado la Policía había recibido 4.655 denuncias por hurto en Barranquilla, un promedio de 14 robos al día. La institución registra hasta esa misma fecha 2.258 capturas por este delito, 8 por día.

Quiere decir esto que de los 14 casos de hurtos que se pueden registrar en un día y que son denunciados, 6 quedan en la impunidad.

Tristemente el de Heber es uno de estos casos. Los delincuentes que lo hirieron siguen en las calles, campantes y armados, esperando otra víctima para despojarla de sus cosas o, en su defecto, herirla o matarla por no entregarles algo que no les pertenece. Si los atrapan quizá queden libres, pues lo empleados judiciales están en paro, jugando dominó con la canción El Baile de los que sobran de fondo. Pero no hay pistas de ellos. ¿Quién responde por lo que le hicieron a este hombre trabajador?

Mientras tanto, Heber tiene que andar con esa bolsa adherida a su vientre y por ahora no puede trabajar. En nueve meses un especialista determinará si la retiran o si debe vivir así por el resto de su existencia.