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Las balas con las que se atacaron miembros de las familias Daza y Gómez echaron hacia atrás el casete de la memoria colectiva del Caribe. Lo situó en la guerra que duró 19 años entre dos clanes paisanos suyos, los Valdeblánquez y los Cárdenas, el capítulo más sangriento de la región hasta el surgimiento del narcotráfico y el paramilitarismo.

Los ingredientes son diferente: la vendetta que comenzó en 1970 y se extendió hasta 1989 fue un lío de honor por una mujer; la del lunes, que según investigadores de la Policía y la Fiscalía 'puede tener más consecuencias', por dinero. Pero en ambos casos, deudas al fin y al cabo.

Bombas, armas cobijadas con salvoconducto, masacres, tiroteos de hasta dos horas, menores de edad víctimas; asesinatos en Riohacha, Santa Marta y Barranquilla. Casi nada dejó de ocurrir entre las dos familias de antaño.

En el libro La Guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez, los politólogos de la Universidad Nacional, Nicolás Cárdenas y Simón Uribe, plasmaron que el origen del conflicto tuvo varias versiones: una, que un varón de los Cárdenas se acostó con una Valdeblánquez con quien no quería casarse; otra, dos hombres de ambos clanes tenían relaciones con una misma mujer.

'Una ofensa contra el honor constituye un perjuicio al capital simbólico del ofendido, quien está obligado a actuar para restablecerlo', así 'la fuerza del parentesco hace que esa restitución cobije a los parientes y compadres del sexo masculino tanto del ofensor como del ofendido', reseñó en febrero de 2005 la Universidad Nacional.

Para dibulleros como los Valdeblánquez y los Cárdenas, la ofensa más grande al honor es el derramamiento de sangre. Y así empezó el 16 de agosto de 1970, en Dibulla, con el asesinato de Hilario Valdeblánquez a manos de José Antonio Cárdenas.

La venganza continuó en La Guajira, pero la bonanza marimbera que enriqueció a familias de la península como los Cárdenas y los Valdeblánquez permitió que ampliaran sus núcleos a Santa Marta y Barranquilla. Y fue en estas capitales donde se vieron los capítulos más violentos.

Archivos de prensa indican que la disputa dejó alrededor de 200 muertes, algunas de víctimas colaterales como transeúntes alcanzados por balas perdidas. Tan cruenta fue que la alcaldesa de Santa Marta, Ana Sánchez Dávila, ordenó en septiembre de 1974 'el extrañamiento (expulsión)' de los miembros de los dos clanes a no menos de 100 kilómetros de los límites del municipio.

La última víctima de la pugna fue Hugo Nelson Cárdenas Cárdenas, de 13 años, en Santa Marta. Era hijo de Antonio Cárdenas Duccat, jefe del clan y su muerte fue considerada el fin de su estirpe. El menor recibió dos disparos en la cabeza, 'cuando aguardaba por el bus que lo conduciría al colegio', informó el 12 de abril de 1989 EL HERALDO. RJ