De aquella presencia que llenaba el hogar de la familia Montenegro Orozco con su risa y sus bromas, con su empuje y sus ganas de superarse, hoy solo quedan recuerdos que atesoran con cariño en su corazones todos los que lo querían. Allí están su ropa sin usar, la cama vacía, sus pertenencias preferidas, su sillón predilecto y una fotografía tomada dos días antes de su muerte en la que Juan José, de escasos 16 años, aparece con el birrete y la toga que no llegó a lucir el día de su grado como bachiller.
Una bala asesina se interpuso entre este joven pilo en las matemáticas y su diploma de grado, ese pedazo simbólico de papel que sus padres tuvieron que recibir el pasado 4 de diciembre en su nombre, en una emotiva ceremonia.
Flor María Orozco, sentada en el patio de su casa en el barrio Los Almendros, en el municipio de Soledad, haciendo gala de una fortaleza espiritual admirable, con la foto de su hijo reposando en su regazo, recordó que su Cheo, tal como empezó a llamarlo incluso desde el vientre, estaba muy feliz y emocionado con la ceremonia de su grado, con los festejos posteriores y la meta de lograr un cupo en la Universidad del Atlántico, en el programa de Ingeniería Industrial o Mecánica. El examen de admisión fue otra de las metas que quedó frustrada con su muerte.
Además de la evidente tristeza que siente como una presencia activa en la casa, el miedo es otra de las emociones negativas, y de las más fuertes, que se ha apoderado de esta familia tras el asesinato de su único hijo varón, el último de sus cuatro retoños.
Pese a su fortaleza, Flor María contempla la foto durante un par de minutos, deja escapar unas lágrimas y dice: 'No he tenido la fuerza de ir a visitarlo a su tumba porque me duele, porque todavía no termino de asimilar esto. Todavía no acepto que esté ahí'.
Suspira profundo y su semblante vuelve a recuperar la templanza que ha caracterizado durante este duro trance a esta ama de casa, de 51 años, natural de Santa Lucía, Atlántico.
'Mi hijo era ‘mi llave’, mi amigo, mi confidente. Él pasaba más conmigo por ser el último. El problema para mí es que nada de lo que pase me lo va devolver. Ahora, aquí en la casa, todos tenemos miedo de coger un bus. A mi hija, que está en la universidad, tenemos que acompañarla a coger el bus porque le da miedo. A uno le da temor salir', cuenta.
El martes 17 de noviembre, a Cheo también le quedó pendiente ver con su familia en casa el partido entre la Selección Colombia y Argentina.
El docente Sinivaldo Montenegro, padre de Juan José, recuerda que ese día desayunaron juntos, temprano, y que antes de salir para su trabajo, le dijo: 'Mijo, ojo que vengas temprano para ver el partido; él me respondió: ‘Sí papi, ya sé’, y me fui. ¿Quién iba a pensar que a un niño que no se metía con nadie le iban a acabar la vida de esa manera?', se pregunta, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
'Éramos muy unidos. Extraño llegar aquí y que me dijera ‘manita, todo bien’. Uno lo que quiere es justicia porque nos quitaron al menor, al ‘pechiche’ de la casa', señaló su hermana Katerine.
Flor María y Sinivaldo, con una fotografía y el diploma de grado de su hijo.
VIAJE SIN RETORNO
Montenegro salió del Colegio de Barranquilla (Codeba) en el barrio Boston, a la 1:30 de la tarde, rumbo a su casa en Los Almendros. Germán Rodríguez, su director de grupo de 11D, le dijo antes de que partiera: 'Váyase a pintar la casa para la fiesta de grado'. El jovencito salió pensando, quizá, en los goles que podría anotar James, o tal vez en su grado o en su fiesta, y se embarcó en el bus de Coochofal, de placas STN-525, del que no bajó con vida.
Dice la madre, con las emociones a flor de piel, que le marcó al celular antes de las 2 p.m. y que ese niño gigante, que medía 1,82, le dijo: 'Vieja, tranquila que ya voy por la Cordialidad. Voy llegando'.
Flor María Orozco se dispuso a calentarle su plato predilecto, zaragoza, sin que por su cabeza pasara por un solo instante que aquellas serían las últimas palabras que escucharía del ‘pechiche’, el mismo que el 18 de enero cumpliría 17 años.
En la calle 51B con carrera 1D, barrio Carrizal, un criminal desenfundó un arma de fuego, intimidó a los pasajeros del bus y procedió a despojarlos de sus pertenencias. De acuerdo con testigos, Montenegro intentó esconder su teléfono en el bolsillo del pantalón y el asesino se percató del movimiento. Cuando el estudiante intentó entregarle el aparato, el criminal se alteró y accionó el arma: de un solo tiro en la cabeza acabó con la vida del menor.
'Pasó media hora, una hora y nada que llegaba. Lo volví a llamar y primero no cogían el teléfono, después una voz extraña de un hombre me contestó. Yo le decía páseme a Cheo, el tipo me preguntó: ‘Quién es usted’, y así, sin más, me dijo que era de la Sijín. ‘Señora, a su hijo lo acaban de matar’. Reventé ese celular contra el piso y quedé ahí tirada, confundida', relata esta madre que asegura que, aunque nada le devolverá a su hijo, espera que se haga justicia y que los asesinos paguen por el mal hecho a su familia.
CASTIGO EJEMPLAR
'Tipos como esos –recalca– no pueden estar libres porque son un peligro para la sociedad. Por lo menos, encerrados se evitará que más familias vivan esto que nosotros estamos viviendo'.
Desde el primer momento en que la funesta noticia recorrió la ciudad y el país, generó un rechazo colectivo que se hizo sentir a través de las redes sociales. El Codeba decretó 48 horas de duelo y sus compañeros de clase realizaron al día siguiente una marcha de rechazo por la inseguridad que había tocado a otro joven inocente.
En 2014 se presentaron en Barranquilla y su área metropolitana 20 asesinatos de menores de edad, en lo corrido de este año van 34 casos. El último se registró el pasado 7 de diciembre, a las 7:30 de la noche, en la carrera 17B con calle 12 en el barrio La Luz.
La alcaldesa Elsa Noguera lamentó lo sucedido y exigió a la Policía Metropolitana reforzar la búsqueda de los responsables. 'Es un caso muy triste que rechazamos. Los homicidios productos de hurtos son inaceptables porque se pueden evitar', manifestó la mandataria.
Testigos del hecho le indicaron a la Policía señas claras de los posibles autores del homicidio. El comandante operativo de la Policía Metropolitana, coronel José González, aseguró dos días después del asesinato que el posible responsable estaba plenamente identificado. De acuerdo con el oficial, el principal sospechoso es un joven conocido con el alias de Arnold, con antecedentes judiciales, y ofreció una recompensa de hasta 5 millones de pesos a quien diera información para capturar a los responsables.
El jueves 19 de noviembre, el comandante de la Policía Metropolitana de Barranquilla, general Ramiro Castrillón, confirmó la captura de Arnold José Ávila Pérez, de 20 años. Fue arrestado, sin embargo, por porte ilegal de armas de fuego o municiones de uso privativo de las Fuerzas Armadas, en la carrera 1 Sur con calle 62, barrio Santa María. De acuerdo con las autoridades, le hallaron en su poder una granada de fragmentación.
ESPERAN JUSTICIA
Ana Victoria Pérez, madre del capturado, afirma que su hijo estaba en su casa viendo el partido de Colombia contra Argentina cuando ocurrió el asesinato del estudiante.
'Tenemos testigos de que eso es así. A él lo confunden por el nombre, ese es su nombre de pila, no ningún alias, y mi hijo tiene 20 años, no 17 ni 18. Hasta ahora él está preso en la cárcel de El Bosque, pero por la granada, no el asesinato', expuso.
Una fuente de la Fiscalía aseguró a EL HERALDO que la investigación por el homicidio de Montenegro continúa su curso. Y explicó que debido a la etapa en que se encuentra, no estaba autorizada para entregar detalles del mismo.
'Nosotros no sabemos nada de cómo va ese proceso. Un investigador de la Sijín nos dijo que de eso se hacía cargo el Estado y por eso no le pusimos ningún abogado. Ese señor nos dio un teléfono, pero no contesta. Por la prensa sabemos que hay un tipo preso. La justicia terrenal y la de aquí, a uno le da es risa; a lo que deben temer esos bandidos es a la justicia de Dios: ese si no se queda con nada', asegura Orozco.
Flor María y Sinivaldo hoy en día capotean la tristeza y el miedo, y también luchan contra el enorme vacío que quedó en su hogar tras la partida forzosa del más consentido de sus hijos. Pasar por su habitación y encontrar sus pertenencias intactas, sus camisetas del Junior, del Barcelona y de Colombia condenadas al desuso, al combate contra el olvido, es el desafío cotidiano que los enfrenta a una certeza dura, absoluta y contundente, que los aterriza de plano en la verdad de su ausencia. Una realidad que ningún padre espera, bajo ninguna circunstancia, tener que enfrentar.