La madrugada del 8 de diciembre de 2004, en el barrio San Roque, Duván Ramírez Vásquez jugaba con su hermano menor en la terraza de su casa, mientras el vecindario festejaba al son de la música de fin de año. De repente, en medio del estallido de juegos pirotécnicos y el olor a pólvora quemada, sintió 'un corrientazo' en la espalda que lo dejó inconsciente en el piso.
A los pocos minutos, sus familiares lo despertaron y con un chorrillo de sangre saliendo de su revés, lo alzaron. Pero Duván, con 8 años, ya no tenía control sobre sus piernas y cayó otra vez. Una bala, disparada sin rumbo fijo por un imprudente, se le había incrustado en la tercera y cuarta vértebra. Quedó parapléjico.
'Si esa persona se presentara hoy ante mí, pidiendo perdón, no sé cuál sería mi reacción, no sé qué le diría', dice un Duván ya adulto, de 20 años, mientras sale del cuarto sobre una silla de ruedas. Gira lentamente los rebordes con sus delgados brazos sin cambiar de postura: la pierna derecha cruzada sobre la izquierda.
Su madre, Carmen Cecilia Vásquez, lo mira de reojo desde el otro lado de la sala, donde atiende a ocho pequeños niños. Desde hace 17 años la casa en la que viven arrendados, en la calle 36 con carrera 33, funciona como una guardería que huele a crayones y vinilos.
El recinto se divide en dos: la parte de la sala que da con la puerta de la calle está decorada con cuadros del Sagrado Corazón, la escultura de un caballo de 50 centímetros de alto, un mueble y una cortina que cubre la desgastada puerta de madera del cuarto de Duván.