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Entrar por estos días a la calle 6, entre las carreras 15 y 17 del barrio La Luz, no deja de generar temor entre foráneos. No tanto por la sangre derramada de muertos y heridos que han dejado los enfrentamientos entre las bandas ‘los Calabazos’ y el ‘Clan del Burro’ en esa vía, o por las marcas de bala en las paredes, sino por el estigma de inseguridad que con los años han forjado allí la delincuencia y la falta de inversión pública en ese sector.

Sus moradores le han bautizado ‘la calle del crimen’ o ‘la calle de la muerte’, pero son ellos quienes ahora se sienten más tranquilos debido al pacto de paz que ambos grupos acordaron el pasado 14 de diciembre.

María Bobadilla lleva 40 de sus 72 años viviendo en la cuadra. Los pliegues en sus mejillas morenas revelan felicidad. Dice que le tomó por sorpresa la noticia y que desde hace tres años no se sentaba en la puerta de su casa por miedo a ser herida o morir de un balazo. Luego afirma que la persona clave en ese proceso es el pastor Wilfrido Rafael Reales Cañate.

De ‘Patrulla 15’ a predicador

Los primeros en referirse a Cañate fueron los integrantes de los dos grupos. Lo hicieron el jueves, un día después del pacto. Son niños y jóvenes, algunos con cicatrices en sus cuerpos, que aseguran buscar un cambio en sus vidas, así como lo hizo Wilfrido.

A sus 37 años, Cañate trabaja como comerciante en el Paseo Bolívar, centro de Barranquilla. Usa camisa y pantalón holgado, y sus manos sujetan muñecas y balones en vez de armas. Cuando no se dedica al comercio, predica 'la palabra de Dios'.

Nacido en una familia pobre, en su juventud creyó que era aceptable justificar su actuar delincuencial por esa condición social. Sentado sobre el bulevar del Paseo Bolívar, entra carreras 42 y 43, cuenta que cayó en las drogas a los 16 años y que delinquió hasta los 24. Fue carterista e integrante de ‘Los Patrulla 15’, una de las primeras pandillas surgidas en el suroriente, en la última década de los años 90.

'Desde hace siete años predico el Evangelio; si no hubiese encontrado a Dios, hoy estuviera muerto', afirma.

Cañate vive sobre la carrera 16, en La Luz: una de las fronteras invisibles que dividía anto a ‘Los Calabazos’ y el ‘Clan del Burro’, como a los habitantes de ese y el vecino barrio de La Chinita.

El trabajo con los jóvenes –narra mientras gesticula con las manos– comenzó hace más de un mes, con el apoyo de otros predicadores. Fue luego de que una tarde su esposa le contó asustada que una bala le pasó cerca de una oreja. Camino a casa, Wilfrido llegó adonde los muchachos. Molesto, los exhortó y luego les preguntó si querían cambiar. Sí, le respondieron.

Rechazo

El pastor mira unos segundos el comercio en el Paseo Bolívar. Una señora camina apresurada con su pequeña hija, evitando que se encariñe de alguna muñeca; un vendedor negocia unos camiones de plástico y el regulador vial del sector hace avanzar el mermado flujo vehicular.

Entonces explica que lo más difícil de ser pandillero es 'el rechazo', tener que presentar el rostro de una persona fuerte que, por dentro, lleva un corazón que llora.

'Cuando entiendes que te equivocaste, pero que parece que tu vida no tiene vuelta atrás porque, si lo haces, pareces tener la certeza de que tus enemigos te van a ver débil y puedes perder la vida. Lo más difícil es dejar de serlo sin una mano que te ayude a salir de allí', explica, acentuando cada frase. Se le puede imaginar repitiendo el mismo discurso frente a un grupo de jóvenes y niños vulnerables del barrio.

El número de integrantes de ‘los Calabazos’ y el ‘Clan del Burro’ oscila entre los 25 y 30, con edades que van de 13 a 30 años. Los primeros delinquen en La Luz, parte de Rebolo y la carrera 17. El principal radio de acción de los segundos es La Chinita.

En investigaciones, la Fiscalía y la Policías responsabilizan a ambas bandas de delitos como homicidios, hurtos, extorsiones, inducción de menores al delito, tráfico de armas y drogas, y una guerra por el denominado control territorial.