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Todos los días el Centro de Servicios Judiciales de Barranquilla recibe a cientos de visitantes: jueces, fiscales, abogados, policías, entre otros funcionarios, se suman a los detenidos que son llevados a audiencias. 

La lista también la engruesan uno que otro periodista, los vendedores que se toman pasillos del inmueble y los familiares que van a visitar a sus allegados, recluidos allí de manera transitoria.

A estos últimos se les suele ver haciendo cualquier tipo de peripecia para comunicarse con quien está en la carceleta. Hay quienes se empinan para acercarse hasta el borde de una ventana, que está a una altura de un metro con 70 centímetros del piso y que da justo hacia la celda, todo para tratar de entablar un diálogo fugaz con el preso.

La ventana ‘marroncita’, así le dicen al marco de ventilación de escasamente un metro de alto con tres de ancho y que tiene una malla de hierro de seguridad. 

El estribillo que hizo célebre en 1978 Diomedes Díaz en Tres canciones, composición del propio Cacique de la Junta para Patricia Acosta cuando apenas este la pretendía y los padres de ella se oponían a la relación, lo citan todos los días los visitantes que van buscando a su allegado encerrado. 

Nadie da razón de quién le puso así al improvisado escenario. Unos dicen que un policía que servía de custodio, amante de la música vallenata y en especial del ‘Cacique’, lo bautizó cuando vio a una mujer acercarse hasta el borde de la ventana a pedirle a su pareja, quien estaba preso por hurto, que le tirara un beso.

Esta versión dista de la historia que cuenta un abogado litigante que, por lo general, ronda la ventana ‘marroncita’ pescando clientes. Él sostiene que fue un preso el que la bautizó el día que cantó apartes de la letra de la canción cuando lo fue a visitar su esposa.

'El hombre fue el que cantó desde adentro al ver a la esposa afuera', apuntó el profesional del derecho.

Pasajes de regreso

Ángela* vestía el miércoles anterior un jean ajustado y una blusa azul rey ombliguera. Tenía su cabello mojado y recogido con un gancho. Había dado varias vueltas por la ventana ‘marroncita’ y no había podido conseguir a Héctor*, preso allí mientras esperaba la hora de la audiencia por porte ilegal de arma de fuego, uno de los delitos –de acuerdo con la Policía– más recurrentes.

'Lo vine a buscar porque me enteré a través de una vecina que compró Al Día, que lo habían capturado en un operativo en el centro. En la URI me dijeron que lo iban a traer para acá…'.

La joven, de unos 25 años, volvió a acercarse hasta un policía que custodiaba la puerta de la carceleta y este le comunicó que 'el hombre' ya había regresado del baño, que 'ahora sí' podía hablar con él.

Empezó el espectáculo

Ángela, de escasos 1,65 m de altura, se acercó hasta la ventana, alzó su mirada y allí pudo ver a Héctor.

— ¿Por qué te caíste?, le dijo ella.

— Es que pasamos por un retén y nos paró la Policía. No pude hacer nada… Me cogieron caído –contestó él.

Ángela: Te dije que no salieras, que no era buena hora… Mucho policía por el partido del Junior… ¿Y el revólver?

Héctor: Ay, mami… ya tú sabes. Se perdió, te dije que perdimos… Menos mal que no era el Llama niquelado (marca de arma).

Ángela: ¿Y ahora qué vamos a hacer? Ni el partido, ni una mon… ¿Has hablado con algún abogado?

Héctor: Búscamelo, empeña el televisor…

Ángela: ¿Tienes plata ahí? Págame los pasajes de regreso…

La joven no accedió a dar su nombre ni el de su pareja, según ella, por temor a que los policías u otros delincuentes de allí tomaran represalias. Reconoció que era la tercera vez en el año que iba al Centro de Servicios a buscarlo.

Expresó que no sabía que en el punto donde dialogó con su pareja le decían la ventana ‘marroncita’. Dijo que le 'preocupaba' más verlo afuera pronto: 'pa’ que lleve plata y para que no se enferme, porque ahí en la carceleta hay mucho preso, hay hacinamiento y eso enferma'.

La primera visita

Era la primera vez que Luisa* entraba el centro de Servicios Judiciales. 'Aquí le traje arroz, carne y plátano y sopa, ojalá no esté tan ‘flaquito’ y acabado', dijo en una voz tímida. 

Vestía un jean negro con seis cortes horizontales que atravesaban desde la pantorrilla hasta lo alto de los muslos y una camisa blanca que deja ver sus cuatro meses de embarazo. En los alrededores de la carceleta esperaba hablar con el padre de la criatura que crece en su barriga. Byron* aguarda para ser presentado ante un juez de control de garantías por el delito de porte ilegal de armas de fuego. Había sido capturado un día antes y hace pocas horas había sido trasladado desde la URI. 

Cuando el reloj marcó las 12 en punto, Luisa ingresó, junto a un reducido grupo de visitantes. Entregó el almuerzo al custodio, que esperaba en la puerta de aluminio que es la entrada a las celdas.

Luego de que le recibieron los alimentos, Luisa caminó hasta cruzar el lado del edificio. En esta esquina la espera la ventana ‘marroncita’.

'¡Byron!', exclama hacia los reos que entre el ruido de la repartición de alimentos ignoran los llamados de Luisa.

La mujer hace un segundo llamado. Un recluso repite lo que escucha, 'por aquí buscan a Byron', pero no hay respuesta concreta para Luisa, sino un murmullo general. 

El guardia la apura. 'Esto no es para visitas, aquí se entrega el almuerzo y se circula', le dice mientras la mujer exclama el nombre por última vez antes de salir. 

Se sentó en los escalones a las afueras del Centro de Servicios Judiciales ya que la audiencia fue reprogramada para el día siguiente. 'Voy a esperar hasta las 6, de pronto lo alcanzó a ver', manifestó en su característica voz apagada.

A esa hora podría entregarle la cena, unas empanadas de carne, que salió a comprar a las 5:37 a una frutera ubicada en la carrera 44 con calle 40. En ese momento, dentro de la carceleta, una pelea entre dos reclusos dio inicio. El sonido de una botella de vidrio rompiéndose contra el suelo fue la señal para que siete custodios y un perro policial ingresaran a distender los ánimos caldeados. 'Los justos siempre pagan por pecadores', dijo uno de los inquilinos de las celdas que fueron revisadas celosamente tras el incidente. 

Por esta disputa la hora de ingreso para los familiares fue 20 minutos más tarde de lo acostumbrado.

Luisa llegó nuevamente a la ventana y repitió el mismo proceso. 

'Mi amor', respondió un hombre que se puso de pie. Tenía el ojo derecho amoratado por un golpe, 

'¿Qué te pasó, qué te hicieron?', preguntó ella. 

'Nada, mi amor, una ‘peleita’ pero estoy bien', le dijo con una sonrisa a su esposa embarazada. 

Ante el pedido del guardia de 'circular', Luisa se despidió asegurando que volvería al siguiente día, para llevarle las comidas. 

A las 6:45 p.m. sale el último de los visitantes. Aún se celebran una última audiencia y los reos terminan de comer. Desde la ventana ‘marroncita’ escuchan los sonidos de un estéreo que retumba desde la calle un vallenato.