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La canción ‘Hija’, de Diomedes Díaz, opacaba los gritos de dolor y los sollozos mientras un río de personas se abría paso por una calle mojada alzando en brazos un pequeño cofre blanco donde reposaban los restos de la pequeña de cinco años que fue asesinada en un atentado sicarial que, al parecer, iba dirigido contra su padre.

Globos blancos, algunas camisetas, pancartas y banderas del mismo color también acompañaban la agónica travesía hacia el cementerio. Aplausos y los pitos de las decenas de motociclistas también dieron el último adiós a la pequeña.

A lado y lado de la vía otra cantidad de personas se peleaban para conseguir un lugar en primera fila y así también una mejor toma para capturar en su teléfono celular y congelar el momento de despedida del alma de una inocente.

Este homenaje masivo en cualquier otra época del año habría sido visto con el mismo pesar, pero dentro de la normalidad. Sin embargo, es inevitable pensar en el coronavirus que acecha y que se hace incontrolable en un ambiente de personas caminando hombro a hombro, entre abrazos, caricias de consuelo sin ninguna barrera de protección. El hecho fue reportado con videos a través de la línea Wasapea a EL HERALDO.

Las autoridades policiales en el municipio, según indicó el Departamento de Policía Atlántico, llegaron al lugar para hablar con la familia, pero no hubo manera de disuadir el cortejo e, incluso, sostuvieron que algunos allegados se estaban tornando agresivos con la presencia de los uniformados.

El sábado a las 7:30 de la noche ocurrió el atentado sicarial que dejó sin vida a la niña luego de que recibiera un impacto de bala en el rostro cuando se encontraba en brazos de su padre.

Al parecer, el objetivo de las balas era el hombre, al parecer, porque este se había negado a vender droga desde su residencia.

Los dos sicarios, identificados como Jesús José Martínez Sarmiento y Juan Gabriel Plata Montes, fueron capturados y enviados a prisión tras las audiencias preliminares que se cumplieron el domingo.