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El 23 de marzo de 1984 la tragedia golpeó con todas sus fuerzas a Barranquilla. Era una noche cerrada, oscura, hasta tranquila. Afuera, en la calle, el silencio general solo competía con el ulular del viento y el leve movimiento de las ramas de los árboles.

Cuando las manecillas del reloj marcaron las 10:30 p.m., la muerte sorprendió en la cama a la pequeña Evan Arelis Barrios Barrios.

Eran tiempos aciagos y confusos. Esa fecha se quedó en la memoria, no solo de un puñado de víctimas de la violencia indiscriminada que azotaba sin tregua al país, sino que también arrasó con los sueños de una niña de escasos 12 años.

Evan Arelis había abandonado su pueblo natal Real del Obispo, en Tenerife, Magdalena, para buscar mejor suerte en la ciudad.

Ese día, tal como lo venía haciendo desde su arribo a la ciudad hacía un año, la pequeña Evan Arelis había ayudado a asear la oficina de la Comisaría Quinta de Policía del barrio Lucero donde residía, y por la que recibía una compensación económica. 

La casa donde funcionaba la comisaría de Policía era de Las Damas de Santa Isabel, una entidad sin ánimo de lucro que ayudaba a las personas de escasos recursos con mercados y otros auxilios.

Un vehículo fantasma merodeó por los alrededores del barrio aquella noche aciaga, y, al llegar a la calle 53 con carrera 33, donde funcionaba la comisaría de Policía, con el auto en movimiento, una mano criminal arrojó un artefacto explosivo que les arrebató la alegría a la humilde familia Barrios y a los demás civiles que habitaban el inmueble.

La onda explosiva destrozó la fachada del lugar y acabó con la vida de la niña. El caos y el miedo se apoderaron en pocos segundos de los habitantes del inmueble y de los vecinos del lugar, quienes salieron con temor de sus casas sin comprender lo que estaba ocurriendo. Muchos pensaron que se trataba del 'fin del mundo'.