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Eran casi las 11 de la noche y en una esquina de la carrera 38, en el Centro de Barranquilla, tres mujeres se paseaban de un lado a otro. Llevaban faldas cortas, los ombligos al aire y blusas con escotes pronunciados.

En sus cuerpos, las cicatrices de una vida dura y en sus bolsos unos maquillajes desgastados, varios preservativos y unos panes de leche que un amigo taxista les regaló. Son víctimas de una sociedad que las mira con indiferencia y de un delito llamado extorsión.

Dijeron que trabajan todo el día y la noche para conseguir entre 'polvo y polvo' el sustento para sus familias, pagar los 15 mil pesos de la pieza para que el 'cachaco' no las eche a la calle –'porque ese señor no tiene consideración'–, y para pagar la cuota que las bandas delincuenciales les exigen por dejarlas usar el espacio público para rebuscarse. 'Y esos son peores que el cachaco', aseguraron.

El miedo se les notó apenas se les mencionó a ‘los Costeños’. Bajaron las miradas y con tono atemorizante pidieron que fuera otro el tema de conversación.