Aún con canciones decembrinas que sonaban con fuerza en el ambiente, y aprovechando que nadie la observaba en la oscuridad que rodeaba su camarote, Lays Loana Reales Vásquez lloraba la ausencia de su padre, Boris Reales, y la lejanía de su familia magdalenense que poco y nada podían lograr para hacerla sentir mejor a más de 100 kilómetros de distancia.
El amor de sus allegados seguía activo, pero no físicamente presente. Puesto que la joven, que recientemente llegó a 24 años, oriunda del corregimiento de Taganga tomó la decisión de marcharse de la comodidad de su hogar para perseguir el último deseo que tenía su progenitor antes de morir: verla prestando el servicio militar.
Fue así como se encontró con la realidad de un mundo muy diferente al que venía viviendo. De alguna manera, debía dejar de acostumbrarse a las salidas casuales de fines de semana, las bromas que constantemente realizaba con sus hermanos y viajar hasta la capital del Atlántico para ponerse a disposición de las fuerzas armadas del país. Un nuevo contexto que la recibió con los brazos abiertos, pero al que le costó amoldarse.
Sus lágrimas eran de impotencia, de incomprensión. Parecía que no lo iba a lograr, mucho más sabiendo que eran muchos los días que todavía tenía por delante. El lidiar con el recuerdo de su papá y la dificultad de poder desahogarse con una cara conocida casi que la obligaban a presionar el botón de escape. Sin embargo, fue un gesto familiar el que la salvó de la renuncia.
Justo cuando la convocatoria de fin de año para prestar el servicio estaba a punto de terminar, por la entrada del Batallón de Policía Militar #2, en el barrio Paraíso de Barranquilla, comenzaron a caminar Danilo Andrés y Diego Leao, sus hermanos menores, quienes tomaron el primer transporte que los trajo desde Santa Marta para evitar que ella se fuera sin demostrar su potencial.
Recuerda ese día como si fuese ayer, verlos andar al mismo ritmo y con una sonrisa pícara como aquel que sabe que sorprenderá a una persona. El abrazo fue inmediato y las lágrimas no se hicieron esperar. Danilo y Diego renunciaron momentáneamente a la posibilidad de estudiar en alguna academia, para vestir con orgullo el uniforme verdinegro en compañía de quien siempre fue su ejemplo a seguir.
“Mi padre fue policía durante un tiempo, pero una enfermedad le terminó quitando la vida. Siempre quiso que prestáramos el servicio militar, quizás por su cercanía con las fuerzas armadas. La verdad es que yo le doy las gracias porque nos dio una buena formación desde niños. Nos crió muy bien y me hubiese gustado que se quedara con nosotros hasta que lográramos ser profesionales”, afirmó Lays a EL HERALDO.
La muerte de Boris Reales se dio de un momento a otro. De hecho, ninguno de ellos tuvo la oportunidad de despedirse de él.
“Nosotros no pudimos como tal despedirnos de mi papá. Simplemente entró de urgencia a la clínica y ahí no lo vimos más. Todo fue muy fuerte porque lo queríamos mucho. Siempre anhele que viera con sus ojos lo que deseaba, que viniéramos al ejército, que nos convirtiéramos en alguien y que fuéramos personas de bien. Lo amo mucho y lo extraño”, fueron las últimas palabras de Lays con voz entrecortada.
Cambio de rumbo
Ya corría el presente año cuando Danilo Andrés y Diego Leao optaron por marcharse del conocido Batallón Paraíso. La idea nunca fue volver a dejar sola a Lays, sino perseguir la cercanía con su madre, quien los visita de seguido luego de confirmarse su traslado al Batallón José María Cordova, ubicado en Santa Marta.
“Eso fue como un capricho de ellos. Nosotros vivimos en Santa Marta y les quedaba más fácil para que mi mamá viniera a visitarlos, que los consintiera y se les dio la oportunidad. Quisieron estar más cerca de la casa”, mencionó Lays entre risas.
“Yo no podía venirme, les dije que me iban a dejar sola. Aun así lo hicieron, solo por dejarme sola (risas). Hemos sabido afrontarlo, nos llamamos, hacemos videollamadas, nos escribimos y estamos pendientes uno del otro, de lo que cada uno necesita”, agregó.
Las sensaciones para Danilo, galapero de 21 años, han sido excelentes desde que se encuentra prestando el servicio. No se arrepiente. “A todos esos jóvenes que quieren venir a prestar el servicio, quisiera motivarlos. Esto es una experiencia bonita. Uno aquí aprende mucho. Claro que siempre habrá cosas difíciles, solo los mejores pueden quedarse, pero es algo único. Todo el que viene crece gracias a los comandantes, los compañeros y sobre todo aprendemos a estar lejos de la familia. Eso marca mucho la vida de uno, salimos siendo mejores personas”.
Por su parte, Diego Leao, de solo 19 años, ya tiene muy clara la rutina que tiene que realizar todos los días.
Para los que sirven a la patria, los ojos se abren con el cantar de los gallos, cerca de las 4:30 de la mañana. Tienen un espacio breve para su aseo personal antes de pasar al desayuno, todo debe quedar en completo orden.
“Como el pelotón de nosotros tiene a su cargo la guardia, respondemos por la seguridad del batallón. Cada cuatro horas llevamos a cabo los relevos. Se cambia constantemente de personal para que descansen. Esto alternándolo con los recorridos en diferentes puntos del cantón y así sucesivamente. Al mediodía venimos por el almuerzo, para que ya a las cinco de la tarde todos estén pendientes a la cena”, contó el menor de los Reales.
Los jóvenes deben estar milimétricamente alineados en la formación que se hace al finalizar el día, donde su comandante de compañía hace una retroalimentación del curso y da algunas indicaciones para la venidera jornada. “Aquí nadie trasnocha, a las 7:30 pasamos a descansar (risas)”, aclara jocosamente.
“Finalmente, en una declaración inesperada, ambos miraron a Lays con disimulo y expresaron todo su cariño hacia ella. “Mi hermana es una berraca. Estoy muy orgulloso porque esto no es para todo el mundo. A pesar de que al comienzo lloraba y nos decía que se quería ir para la casa, nosotros le hicimos el apoyo y supo manejar la situación para continuar. No le quedó grande este reto”, sostuvieron entre ellos.
Tras cumplir el sueño de su padre, Lays ahora puede ir por el suyo. Está pronosticado que termine su servicio a finales del presente año y puede que estudie para ser la odontóloga que le prometió a su niña interior. Actualmente se encuentra investigando sobre algunas universidades para ver si puede asegurar su cupo.
Mismo proceso le espera tanto a Danilo como Diego, aunque estos vienen pensando seriamente profesionalizarse como soldados.