Por: Emilio Gutiérrez Yance
El sol de febrero se posa con suavidad sobre el parque principal de El Salado, mientras un grupo de policías e infantes de marina, con escobas y brochas en mano, transforman cada rincón del espacio.
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Entre ellos, el comandante de la estación, vecinos y líderes comunitarios han convertido la jornada de ornato y embellecimiento en un acto de resistencia y memoria. No es solo la limpieza de un parque; es la recuperación de un lugar que la historia marcó con sangre y que hoy se llena de vida.
Hace 25 años, en este mismo suelo, las sombras del horror se extendieron por seis días. La masacre de El Salado quedó grabada en la memoria de Colombia como una de las páginas más trágicas de su historia. El 16 de febrero del año 2000, la plaza que ahora resplandece fue el epicentro de la barbarie.
67 personas fueron torturadas y asesinadas, dejando un vacío que ni el tiempo ni la justicia han logrado llenar por completo. Pero El Salado no se detiene en su pasado. Se reconstruye con las manos de quienes decidieron volver, de los que evadieron el miedo y escogieron el amor por su tierra.
Estando en el éxtasis de la emoción sublime esa que provoca regresar el tiempo tocada por las añoranzas, Mile Medina, encargada de la biblioteca pública, observa la escena con una leve sonrisa. “Estamos trabajando de la mano con la Policía y la Infantería de Marina para que la comunidad se sienta segura. Hoy El Salado es un pueblo donde la tranquilidad no es un espejismo, es una realidad que queremos proteger”, comenta, mientras señala con orgullo el parque recuperado. Aquí, donde antes había escombros y miedo, ahora hay niños que juegan, jóvenes que se reúnen y una comunidad que reafirma su derecho a vivir en paz.
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El coronel Alejandro Reyes Ramírez ha llevado a la Policía Nacional en Bolívar a centrar sus esfuerzos en la niñez y la juventud. “Queremos que los niños y adolescentes crezcan en un entorno donde la violencia no sea una opción”, explica. En enero, además de recuperar espacios públicos, se realizaron jornadas de prevención del reclutamiento infantil, violencia sexual e intrafamiliar. Con el apoyo del Bienestar Familiar, y otras instituciones, han extendido una red de protección sobre los más vulnerables.
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Con la pausa que dan los años, y con su cabellera suelta, Mile, señaló, “La transformación de El Salado va más allá de cifras y estadísticas, la gente viene y no se quiere ir. Es una tierra acogedora”, afirma.
Pero también hay demandas que aún resuenan en el aire. La comunidad sigue esperando mayor presencia del Estado, no solo en infraestructura y servicios, sino en el acompañamiento psicosocial de quienes aún cargan con las cicatrices de aquel febrero negro.
Hoy 16 de febrero, como cada año, El Salado recordará a sus víctimas con actos litúrgicos y conmemorativos.
Pero esta vez, lo hará también con un parque remozado, con niños corriendo y con la firme intención de ser reconocidos por su resiliencia y fortaleza. Porque aquí, en este rincón de Bolívar, el pasado no se olvida, pero el futuro se construye con cada brocha, cada risa y cada paso que devuelve la esperanza.