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Paraguachón. 'Esto se llama ‘La Tierra de nadie’ para que todo lo ilegal parezca legal', exclama Gustavo Díaz, un guajiro que se gana la vida cambiando bolívares en los 25 metros que separan a Colombia y Venezuela, en Paraguachón.

Pero lo cierto es que en ‘La Raya’ de lo único que se habla es de las pérdidas que han tenido por culpa de la crisis entre las dos naciones vecinas.

En ese escaso espacio se ofrece gasolina venezolana en pimpinas, así como plátano, maracuyá y uvas cultivadas en el vecino país. De esta ‘asociación’ de colombianos también hacen parte los que cambian bolívares y los mototaxistas que llevan pasajeros de un lado a otro.

Ese pedazo de tierra es por el que han pasado los 191 deportados oficiales, los que el gobierno del vecino país no entrega en Migración y todos aquellos que voluntariamente han salido de las ciudades venezolanas huyéndole a las medidas restrictivas implementadas por el gobierno del presidente Nicolás Maduro.

En esa ‘isla’ protegida por un frondoso árbol de neem o nim, separada por la C de Colombia y la V de Venezuela, funcionan dos decenas de ventas informales de dulces, agua, verduras, tinto y comida.

Por esta hilera de pimpinas repletas de gasolina venezolana pasó ayer la directora del Departamento para la Prosperidad Social, Tatyana Orozco, quien oficializó el pago de arriendos a los deportados desde Venezuela.

A pesar de que siempre se ha dicho que estos 25 metros no pertenecen a ninguno de los dos países, casi todos los que allí permanecen y trabajan son y se sienten de Colombia.

Desde el 26 de agosto, la bandera de Colombia ondea junto a las de La Guajira y de Maicao.

Sin embargo, desde que estalló la crisis, esta zona es protegida por policías y soldados colombianos para ejercer la soberanía colombiana.

Reportan pérdidas

Dalniro Reyes, quien fue inspector de Policía y ahora es cambiador de bolívares, dice que hace por lo menos dos meses que la situación ha empeorado tanto que hay días en que no se lleva nada para la casa. 'El bolívar lo vendemos a 5.20 y lo compramos a 4.50, pero muchas veces no llega nadie al negocio', aseguró.

De su improvisada oficina hacen parte una vieja mesa con dos gavetas para guardar los pesos y bolívares. Tiene además unas sillas que las ofrece a los visitantes, así no vayan a cambiar dinero.

El único venezolano. Uno de los pocos venezolanos apostados allí entre la docena de colombianos es Alejandro González, un wayuu que llega todas las mañanas a ofrecer sus frutas.

Allí, en plena línea divisoria, pone cajas con plátanos, uvas, fresas, papayas, yuca, maracuyá y guineo para vender a 'muy buen precio' para los colombianos, como él lo asegura: un kilo de uvas puede costar 3 mil pesos, y una mano de plátano, siete mil pesos.

'Vengo temprano y me voy a las cuatro de la tarde con todo vendido', dice de manera tímida. Agrega que puede vender en bolívares, pero prefiere los pesos porque gana más.

Por la tarde, Alejandro recoge su mercancía y se regresa a Guarero.

En Némesis no deja de sonar vallenato, aunque por las noches no es raro escuchar música ranchera.

Que se termine la crisis

En ‘La Tierra de nadie’ las pimpinas de gasolina permanecen solas porque los vendedores solo aparecen cuando ven un cliente potencial. Sin embargo, cuando se asoman las cámaras o los periodistas, se escabullen en algún negocio y uno que otro se atreve a gritar '¡Dejen trabajar!'.

Los dulces y chocolates los vende Rúgero José Monroy, quien tiene casi 50 años de estar en Paraguachón, después de que salió de su natal Magangué. Para vender sus productos se pasea entre las letras C y V que delimitan el paso entre los dos países, pero dice que por la crisis las ventas están muy malas. 'Aquí corren las dos monedas, yo recibo lo que sea, bolívares o pesos, para poder salir de la mercancía'.

Aunque el vallenato reina en Némesis, la única discoteca de la zona, también se escucha música variada, aunque por las noches no es extraño escuchar una que otra ranchera.

Los fines de semana, Némesis abre sus puertas a los moradores de Paraguachón, muchos de los cuales no son de estas tierras, pero que llegaron y se amañaron haciéndola suya. Quienes hablaron con EL HERALDO afirman que en el lugar cada fin de semana hay una discusión o pelea, pero nada que no se pueda arreglar con más licor.

Llega la noche y en ‘La tierra de nadie’ solo queda una venta de comida rápida, una señora que vende minutos y un silencio que solo es alterado por el paso de las caravanas del contrabando, en las que varios camiones 350 llevan mercancía ilegal hacia Maicao.

'Eso es normal por aquí, ya no nos sorprende y es todos los días, por eso decimos que ese cierre nocturno no afecta para nada el contrabando, sino a los que trabajamos día a día para ganarnos el sustento de nuestros hogares', asegura la vendedora de minutos, quien no quiso decir su nombre, porque a su alrededor hay dos o tres ‘moscas’, esos que escoltan a los camiones.

Ella vende jugos colombianos, pero con frutas venezolanas; se las compra a Alejandro. Un bulto de naranja que en nuestro país le cuesta 40 mil, en el puesto del wayuu le sale por 20 mil.

'Sueño con el día en que esta zona esté tranquila, en paz, sin problemas, donde todos podamos trabajar con tranquilidad para poder llevar el pan a nuestras casas', manifestó.

En la madrugada, alguno que otro se queda dormido en la C o en la V, no importa porque en cualquiera de las dos es válido, aunque hayan nacido en Córdoba, Bolívar o cualquier pueblo del interior del país.

Todos los protagonistas de la denominada ‘Tierra de nadie’ son los que han venido sufriendo por las decisiones del Gobierno venezolano y desde que se inició la crisis, afirman que las ventas han decaído mucho y las actividades se han afectado negativamente.

Yudi Peralta, presidenta de la Junta de Acción Comunal de Paraguachón, asegura que 'la situación está tensa y hay aún mucho temor porque creemos que podrían cerrar esta frontera también, lo cual nos perjudicaría demasiado'.

Dice que sin excepción todos sufren cuando algo pasa en el vecino país, incluso mucho más que por las decisiones que se toman en Colombia.

Dalniro Reyes, el cambista, manifiesta además que 'la frontera de Cúcuta tiene dolientes, porque allá pasa algo y enseguida sale la ayuda, pero aquí nos sentimos en el olvido por parte del Gobierno Nacional'.

Lo mismo opinan el vendedor de dulces, la que vende minutos, el que ofrece tinto, la que cocina toda clase de platos y el mototaxista cazador de viajeros con pocos recursos que no tienen para pagar otra clase de transporte.

En Paraguachón han soportado muchos cierres de la frontera, incursiones de la guardia venezolana, asaltos y sobre todo el olvido. También ven pasar con dolor a los compatriotas deportados, a los que expulsan y a los que regresan esperanzados en un futuro mejor en su país.

Todos esperan que cuando pase la crisis entre Colombia y Venezuela, los soldados y los policías no se vayan, que las autoridades sigan llegando a Paraguachón y que esta no sea la ‘Tierra de nadie’, que no sea la tierra del olvido.

Alejandro González es un wayuu venezolano que todos los días llega a la ‘isla’ y por la tarde regresa a Guarero.

Puesto de mando: entrega de pago de arriendos

En La Guajira de instalará un Puesto de Mando Unificado para registro de deportados con el fin de identificarlos y caracterizarlos, informó la directora del Departamento de Prosperidad Social,

Tatyana Orozco, quien estuvo en Paraguachón.

La funcionaria llegó a la población fronteriza después de reunirse en Maicao con autoridades locales y la Defensoría del Pueblo.

'Tenemos un mecanismo de mudanza en el que le damos tres meses por 250 mil pesos a cada una de las familias, con el fin de que tengan un lugar donde vivir mientras se ubican, se les ofrece el desplazamiento nacional y la ayuda humanitaria inicial', afirmó.

En Paraguachón, la directora del DPS, Tatyana Orozco, escuchó a Alfredo Charrys, uno de los deportados.

La funcionaria fue delegada por el presidente Santos para socializar las ayudas que el Gobierno les entregará a los compatriotas que regresen.