El el 25 de agosto de 2017, en el colorido y bello municipio de Guatapé, en Antioquia, padre e hijo dejaban atrás años de ausencia, de rencor y de incertidumbre.
Nada fue casual, todo estaba preparado, pero sobre todo deseado por los protagonistas, quienes hacía 23 años no se veían las caras.
El abrazo entre un joven militar y su papá, Álvaro José Canchila Soto, un excombatiente de las Farc, quien dejó a su familia para enrolarse en el frente 37 que operaba en los Montes de María, entre los departamentos de Sucre y Bolívar, fue interminable. Lo añoraba hace mucho tiempo.
Lo que sucedió ese día fue uno de los tantos actos de reconciliación y amor que provocó la firma del acuerdo de paz entre el exgrupo guerrillero y el Gobierno nacional en noviembre de 2016.
Sin embargo, este tuvo un ingrediente muy especial, o quizás estuvo envuelto en esos giros del destino que llaman 'las vueltas de la vida'.
Para conocer todos los detalles de la historia, nos remontaremos al año 1984, cuando nació el ahora sargento segundo del Ejército, quien pidió no dar a conocer su nombre.
Nació un 25 de septiembre en el hogar que conformaba Álvaro José Canchilla Soto con su esposa, quienes ya habían traído al mundo a una niña.
Vivían en Cartagena, pero cuatro años después se mudaron a Guamocó, una población ubicada en el sur de Bolívar, en las estribaciones de la serranía de San Lucas y perteneciente al municipio de Santa Rosa del Sur.
En 1989 la historia de esta familia se partió en dos. El padre se fue y la mamá junto a sus dos pequeños hijos tuvo que huir.
'Lo que recuerdo es que salimos en caballo muy rápido y mientras varios helicópteros sobrevolaban, mi mamá botaba al río unos morrales que tenía mi papá en la casa', relata el sargento.
Afirma que todo fue muy angustioso, porque varias veces se cayó del caballo en el camino, que estaba lleno de monte y fango.
La noche los cogió y cuando llegaron donde los abuelos paternos estaban embarrados, pero sobre todo asustados y solamente con la ropa que llevaban puesta.
'Yo lloraba mucho, fue una noche muy fea, pero mi mamá me decía que no llorara, que ahora era el hombre de la casa', cuenta el militar, quien en ese momento no entendía qué pasaba, ni por qué habían tenido que dejar su casa.
Una pequeña vereda del municipio de El Bagre, en Antioquia, se convirtió en su nuevo hogar, pero poco tiempo después se lo llevaron para Guaranda en Sucre.
Allí vivía con su abuela materna, quien vendía fritos para sostenerlo; sin embargo, en 1993 su mamá se ubicó nuevamente con sus dos hijos en el sur de Bolívar.
El joven sargento tenía ya diez años y fue cuando se enteró que todo lo que le había tocado pasar, había sido porque su papá era guerrillero. 'Fue la última vez que vi a mi papá y supe que ya no se llamaba Álvaro, sino Sandino, el guerrillero carismático', asegura.