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Aracelis besó tiernamente a su esposo, Oswaldo Peñaranda Bermúdez, lo acompañó de la mano hasta la terraza de su casa y observó cómo Michael Manyoma salió a trabajar empujando la pesada carreta convertida, por ingenio criollo, en una enorme vitrina de zapatos.

Aracelis cerró los ojos para orar en silencio. Michael Manyoma clavó la cara contra sus brazos, se encorvó, impulsó sus largas piernas sobre los zapatos amarillos de plataforma y comenzó a hacer rodar la carreta. Se enrumbó con destino a cualquier barrio de Soledad. 'Por donde se meta, le va bien. Todos lo quieren porque vende los zapatos a precios muy bajos', contó la mujer.

Sí, Aracelis besó a Oswaldo y vio partir a Michael. Pero ella no convive con dos hombres.

Ama profundamente a Oswaldo, el que fue, es y será el único en su vida, pero también convive con Michael Manyoma, el espíritu que se posesionó desde mediados de los 70 en el cuerpo y el corazón de su esposo.

Con una resignación asombrosa, Aracelis asegura que su esposo no quiere nada con el modernismo.

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'Dice que morirá sin importarle las novedades que revolucionan al mundo. No le interesan las orquestas nuevas, los nuevos grupos de rock, la ropa a la moda ni el internet. Piensa que la internet le interesa es a nuestros hijos y se la instaló. Asegura que está bien así. Pero nuestros hijos sí tienen computador, celulares y disfrutan de la tecnología. Vivimos humildemente en El Porvenir', relata, con una resignación asombrosa.

En la década de los 70. Manyoma es alto, delgado y desde los 12 años tiene su cabeza coronada por un enorme afro bien mantenido.

Tiene la piel bronceada por el sol, y se acostumbró a esconder sus ojillos detrás de monturas de lujo redondas de colores, tan pequeñas que apenas se le distinguen en medio del inmenso afro.

No ha querido salir de las calles de su natal Soledad. Aprendió a responder con una sola palabra los saludos que recibe a cada instante: ¡familia!. porque soledeño que se respete tiene en su álbum una foto con este colorido personaje. Manyoma tiene los bigotes y las barbillas ralas, de 15 días sin afeitar.

Camina con el aire de quien se sabe un personaje querido. El día de la entrevista, pretende demostrarnos que el sol no lo sofoca cayendo pleno en el satín de su cerrada camisa, pero el sudor le hace recurrir constantemente a una toalla que Aracelis le puso en su carreta. No aguanta más y se estaciona debajo de un árbol de mango.

La dulce celda de la música

Cuando tenía 12 años, Oswaldo, o Michael, trabajaba como portero en un bar del barrio Chino de Barranquilla.

Su misión era avisar a los vendedores de droga cuando llegara la Policía, era ‘el mosca’. Ahí vi llegar a mucha gente importante, con esa ropa que me enloquecía. Siempre me dije: algún día voy a vestir así y con esa consigna llegaba a mi casa', relata.

Todo lo que ganaba en mundo de los bares, ya sea vendiendo droga o haciendo mandados lo invertía en ropa y en el cuidado de su cabello. Creció sumergido entre las luces relampagueantes de las discotecas, los bailes coloridos y perfumados de los bares y las electrizantes descargas de la música de Richie Ray y Bobby Cruz. Se entregó a las malas compañías, para aprender a bailar la adormecedora música de coros aflautados de los Bee Gees, asimiló por todos los poros las voces de Donna Summer y Diana Ross, reinas absolutas de las discotecas y saltó mil veces sin saber que estaba bailando música de Boney M, de Gloria Gaynor, del Grupo Abba, de Village People o de Barry White, puro sonido sin límites. No se enteró, en qué momento quedó atrapado en la era del Pop Psicodélico. Era como una celda de luces multicolores, sin formas ni confines, pero se sentía el preso de una pasión que hacía vibrar al mundo.

'Ahí conocí el vicio. Me conecté en el mismo viaje con la época de Michael Jackson y comencé a hacer todo lo necesario para imitarlo. Le invertía dinero a mi cabello, mandaba a hacer la ropa, me maquillaba como él y practicaba su baile a toda hora. Fue entonces cuando la gente, sin previo aviso, me cambió el nombre y no fui más Oswaldo, el hijo de Marlene y Rodrigo, sino Michael, el hijo de la fantasía', relata.

La época Disco se disipó con el paso del tiempo y Oswaldo quedó sembrado en la mitad de una calle cualquiera como Michael Manyoma. 'Me había agregado el Manyoma, como el cantante de salsa, para formar mi nombre artístico'.

De ahí en adelante el mundo creció a espaldas de Michael. La moda tomó rumbos estrambóticos 'Hasta los hombres usaron faldas y aretes y comenzaron a sacarse las cejas me dicen. También veo que las mujeres usan tatuajes como los hombres', precisa.

Casi todos los que anduvieron en el mundo del tráfico de droga con él han muerto, ya sea por enfrentamientos entre bandas de tráfico de narcóticos o en medio de profundos viajes propulsados por sobredosis de coca o bazuco como Calambuco, El Buggy, El Cachaco, El Flaco Babington, Milán, Tito y El Bilardo. Todos amaban esa época. Sobreviven algunos como Chapo, Melkia, Pedro y Luky, pero ellos se cambiaron a lo que está de moda y esto está bien', dice en tono muy serio.

Eso pareció no afectar a Manyoma, que siguió esforzándose por caracterizar a sus ídolos pasados, sin buscar recompensa ni reconocer el presente. 'Seguí en la misma época y ya me miraban como loco. Robé, me perdí en la droga, mentí. Llegué a decir que mi hijo había muerto para pedir dinero, lo cual me dolió, hasta que la noche del 31 de diciembre del 2003, mi mujer se negó a abrazarme y me recriminó que andaba matando a los niños para pedir dinero. Lloré como un condenado, había recogido 90 mil pesos, había comprado 70 en drogas y alcohol. Llevé a mi mujer al baño y los boté por el inodoro. Le juré…no más y hasta la presente, cero drogas y cero alcohol… pero sigo en los setenta'.

Orgullo de sus hijos

Llegaron años duros tratando de convencer a su mujer de que la moda y la música de la época no hacen daño. 'Mire, había que ir a buscar el boletín al colegio Antonio Ramos Moreno, donde estudia mi hija mayor Briggite. Iba a ir yo, pero la niña me dijo que no, porque sus amigos se burlarían por mi modo de vestir. Le decían que su papá estaba loco. De regreso a casa, mi hija me abrazó y me contó que el rector, en su discurso, me puso como ejemplo ante todos por mi honestidad y por el esfuerzo que hago para tenerlos bien. Ahora mi hija mayor me apoya', asegura.

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En cualquier punto detiene su carreta para bailar salsa de los 70.

Cuenta que este estilo de vida se mantiene con mucho esfuerzo: 'Ha sido duro. Tengo que mandar a hacer mi ropa, mis zapatos. Tengo que mantenerme bien vestido y eso cuesta. Venga a mi casa y le muestro, tengo 77 pantalones, 90 camisas, 21 pares de zapatos de plataforma, mis perfumes, mis discos. Gracias a Dios el trabajo me da para eso y mantener a mis hijos', dice al abrazar a un joven que se acercó a saludarlo.

La noche después de la entrevista, Manyoma llegó muy cansado a casa.

Desde la sala gritó que había vendido 11 pares de zapatos tenis y siete pares de chancletas y se sentó a contar la plata.

Su mujer le preparó una ponchera con agua tibia y sal para deshinchar sus pies y le colocó un apósito húmedo con manzanilla en la frente para bajarle la tempera que le quemaba el cerebro por el sol de todo el día.

Después y mientras le preparaba el jugo para la comida, Aracelis le lanzó la acostumbrada pregunta:

¿Mijo, qué ropa se va a poner mañana Michael Manyoma?