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Los sueños de Andrés Mercado (*) le elevan al cielo y le transportan a países lejanos. Quiere 'ser piloto de aviones de los grandes'. Le da lo mismo si son de pasajeros o de carga.

Pero sus pies siguen enredados en tierra firme.

Despierto, Andrés sólo ha volado una vez en su vida, 'durante un ejercicio con tropas aerotransportadas', dice, cuando fue soldado bachiller en Coveñas. 'Fue en un Hércules', recuerda con vago orgullo.

Utiliza esos pies para pedalear a diario 'no sé cuántos kilómetros', y para subir incontables peldaños de edificios a los que lleva productos básicos de la canasta familiar. Su voz no exhibe ni una pizca de presunción cuando asegura: 'Hago hasta cien domicilios diarios'.

Estas pequeñas misiones no suelen llevarle más allá de los barrios Santana, Modelo y Cisneros. Y sabe que Brasil, Francia y Rusia seguirán siendo sólo un sueño mientras no encuentre un oficio compatible con los horarios de una academia de aviación.

Ciro Contreras, rodeado de su equipo de pedalistas en la Tienda Autoservicio- Panadería El Trópico.

'De seis a diez de la noche, con media hora libre para ‘los tres golpes’', dice Andrés, resumiendo así la jornada que cumple a diario como empleado de repartos a domicilio de una tienda de la calle 58. Una ama de casa que escucha con atenta indiscreción, interviene: 'pero los levantan a las 4:30, para que comiencen a hacer el aseo a esa hora'.

Andrés encoge sus hombros: '¿Dónde voy a conseguir otro empleo en el que me paguen $450 mil, con alojamiento para dormir y tres raciones diarias?', pregunta, cediendo a unas repentinas ganas de justificarse por no estar estudiando aviación y por —en vez de ello— ‘pilotar’ una destartalada bicicleta, repartiendo la yuca, el plátano y la papa que sus mayores le enseñaron a plantar desde niño en su tierra natal, Cerro de las Flores (Santander).

'No. No salí de allá por la violencia, ni por la guerra. Simplemente, oí decir que esto estaba bueno, y me vine hace dos años', explica, antes de alejarse presuroso al escuchar el reclamo de su patrón: 'cuatro litros de leche, media docena de huevos y tres Águilas negras para la abogada del 5A, ¡para ya!'.

'A veces pienso en devolverme a mi tierra', dice más tarde, con su bicicleta ya cargada de los productos que espera la abogada, antes de alejarse pedaleando. 'Esto tampoco es lo que yo pensaba y, además, me esperan mi mujer y mi hija'.

Otra tribu. La tribu urbana de los ciclistas del domicilio surgió en los barrios del norte con el cambio de milenio, aproximadamente. Y lo que comenzó como una innovación, pronto se convirtió en necesidad: varios tenderos admitieron que la competencia les hubiera acabado hace años en caso de no ofrecer este servicio tan adorado por las amas de casa y las empleadas domésticas.

Sin recargo por el transporte, es posible hacer el mercado completo vía telefónica, o pedir medio paquete de cigarros o un sobre de desodorante. No se desprecia ninguna transacción, por muy pequeña que sea: el chico de la tienda le llevará el pedido en diez minutos.

Cada par de piernas contratado produce, en promedio, $200.000 diarios. Las pantorrillas también generan plusvalía.

En muchos casos, son jóvenes que han abandonado el campo, huyendo de la violencia o atraídos por la consabida esperanza de mejores condiciones de vida. Suelen provenir de Sucre, Córdoba, Bolívar, Magdalena... También, de Santander y Antioquia. La inestabilidad laboral es el sello de sus vidas.

JAIRO_RENDON

Las normas de seguridad no son un tema que respeten demasiado estos trabajadores informales.

Sin contratos laborales y sin seguridad social, se ven sometidos además a un alto grado de rotación, no superando —en promedio— los cuatro meses en una sola fuente de empleo. 'Uno se aburre de trabajar siempre en el mismo lado, y es fácil conseguir trabajo en otra tienda porque siempre andan escasos de personal', explica Aquilino Ujueta, quien pedalea por las calles del barrio San Francisco para la tienda La Insuperable.

'Es muy difícil que duren más, a pesar de que uno hace todo lo posible por ofrecerles condiciones dignas', ratifica Ramón Pacheco (*), propietario de una pequeña tienda en la carrera 54, en inmediaciones de la Facultad de Bellas Artes. 'Y es imposible averiguar sus antecedentes. No se sabe lo qué han hecho ni de dónde vienen', comenta, deseoso de que existiese una base de datos fiable. 'La informalidad es la regla', concluye.

Vientos de cambio. Pero soplan vientos inquietantes para los tenderos. 'Si nos obligan a asumir la carga prestacional, nos quiebran. ¿Sabe usted lo que significan cinco empleados en nómina? No podríamos soportarlo?', dice Ricardo Torres, propietario de la tienda Venecia, en inmediaciones de la Catedral Metropolitana.

Este santandereano prevé dos alternativas: 'Comenzar a cobrar por los domicilios, o despedir al personal y acabar con esto'. Sostiene que las inspecciones del Ministerio de Protección Social y Trabajo son inminentes.

Otros tenderos opinaron que tales inspecciones 'son inminentes desde hace años'.

'Sé que la intención es ayudarnos', dice Ramiro Escorcia, repartidor en los alrededores del Parque Bellavista. 'Pero nos van a perjudicar a todos.

Él mismo hace un rápido cálculo: 'En este barrio hay nueve tiendas. Cada una contrata a unos cinco muchachos. Son cuarenta y cinco empleos, nada más en Bellavista'.

No existe un censo. Ni siquiera la Unión de Comerciantes (Undeco) que agremia a los tenderos de la ciudad, sabe a ciencia cierta cuántos pedalistas trabajan en estas condiciones. Una propuesta para el Gobierno Nacional: subsidiear parte de la carga prestacional que generaría la contratación formal de todas esas personas. ¿Resulta esto viable?

'Es muy, muy difícil', enfatiza Orlando Jiménez, presidente de Undeco, nada optimista, pero asegura que por ahí es que hay que insistir. 'De otra manera, es inviable', advierte.

JAIRO_RENDON

El servicio que prestan estos chicos es adorado por las amas de casa y empleadas domésticas.

A protegerse. Otra fuente de inquietud: el Decreto Distrital 1007 de 2013 exige el uso de elementos de protección a los ciclistas.

Walid David Jalil, secretario de Movilidad, lamentó la renuencia de los tenderos para aprovechar la pedagogía que se imparte a través de las aulas móviles de la unidad de Cultura Vial. 'La gente solo reacciona cuando empezamos a aplicar sanciones', observa.

Pero no es toda la gente: 'Aunque exige un desembolso significativo, con esta medida sí estamos de acuerdo', dice Ciro Contreras, administrador de la tienda- autoservicio y panadería El Trópico, en la esquina de la carrera 60 con 64, mientras hace que los cinco repartidores estrenen los cascos que les ha comprado, así como las camisetas oficiales del establecimiento. 'Debemos proteger a estos muchachos', dice, consciente de que buena parte de la prosperidad del negocio depende de la musculatura y buena voluntad de sus ayudantes sobre ruedas.

'También les damos ‘los tres golpes’, la lavada de la ropa, y los dormitorios son con aire acondicionado', explica Contreras, y se ufana: 'Esto no lo consiguen en otra parte'.

Asegura que él los exhorta a que no dejen sus estudios inconclusos. 'Todo es cuestión de llegar a un arreglo en cuanto a los horarios. Aquí, hubo uno que trabajó cuatro años y terminó graduado de ingeniería', añade.

Pero esta no es la regla. Es la excepción. Para la gran mayoría de estos jóvenes, ingeniería, medicina y arquitectura no pasarán de ser sueños —aunque sean sueños ‘arrullados por aire acondicionado’—, así como para Andrés Mercado lo son, por ahora, Brasil Francia y Rusia.

(*): Nombre supuesto, utilizado a petición del entrevistado.