'Lo que no debemos permitir es que crean que pueden hacer lo que les dé la gana', dice con la calma de sus 68 años reflejada en la claridad de su mirada azul el sacerdote holandés Cirilo Swinne, miembro de la orden de los Religiosos Camilos, una de las congregaciones católicas más comprometidas con la tarea de procurar alivio al sufrimiento causado por la pobreza y la enfermedad.
Lo dice con la cinta métrica en mano, mientras toma cuidadosamente medidas en una ventana del Hogar de la Tercera Edad y Centro Social y de Salud San Camilo, en el barrio La Paz de Barranquilla, a la cual le hacen falta varios vidrios.
Los vidrios de la ventana de la oficina de admisión a esta sede humanitaria creada con gran esfuerzo y paciencia para dar respuesta a las necesidades de los más pobres, ofreciendo servicios gratuitos o a precios irrisorios que van desde los de maternidad y pediatría hasta los de dentistería y gerontología, fueron destrozados a pedradas hace dos días por vándalos que pretenden atemorizar al padre Cirilo para que guarde silencio.
Los vándalos también la emprendieron contra una de las láminas sintéticas transparentes que sirven de encerramiento a la cancha deportiva múltiple del Centro, consiguiendo reventarla a pesar de la notoria dureza del material. 'Le dieron martillazos y patadas durante horas para poder romperla', comentó una vecina indignada, quien pidió no ser identificada con su nombre en este reportaje tras hacer la siguiente observación a media voz: 'y a menos de dos cuadras de aquí hay un CAI', dijo, utilizando la sigla por la cual son popularmente conocidos los Centros de Atención Inmediata, pequeñas estaciones policiales de barrio.
Paradójicamente, es precisamente un poco de silencio lo que el padre quiere y pide, y por lo que el Centro Social San Camilo, creado hace 33 años por Cirilo Swinne en un barrio con extremas necesidades, viene siendo vandalizado desde hace un par de semanas, a pesar de las denuncias hechas por el sacerdote ante las autoridades de Policía tan pronto comenzaron estas hostilidades.
Ayer por la mañana, unos seis agentes de Policía rodeaban la sede. La presencia policial no evitó, sin embargo, que hace dos noches fuera atacada nuevamente, esta vez con artefactos explosivos navideños de mediana potencia.
'En realidad, ha sido un pleito que ya lleva dos años', explica Swinne, señalando en dirección a los estaderos, billares y otros negocios de entretenimiento para adultos que, con el volumen de sus equipos de sonido, hacen trizas el reposo nocturno de los enfermos y ancianos alojados en el Centro San Camilo.
Aunque las denuncias del padre por este atropello vienen produciéndose desde hace 24 meses—'sin que sirvan para nada, en realidad', dice el religioso—, piensa que el detonante reciente de estos ataques fue que, por fin, hace dos semanas, la policía se decidió a actuar contra quienes alteran la paz del barrio La Paz, y fueron cerrados algunos establecimientos que violaban el límite de decibelios fijado por el Departamento Administrativo del Medio Ambiente para esta zona de Barranquilla. 'Tuvimos una tranquilidad increíble en ese momento, pero no duró mucho, ni siquiera una sola noche', recuerda.
'La norma dice que diez metros de la fuente del ruido no se deben registrar más de cinco decibelios', explica el sacerdote, quien pidió prestado un equipo para hacer personalmente sus propias mediciones antes de instaurar las denuncias respectivas. 'Pero aquí, a noventa metros de la fuente del ruido, se registran cincuenta decibelios. Es un escándalo'.
Se equivocan de plano quienes piensen que lo que molesta al padre es la interrupción de sus propias horas de sueño y de su reposo nocturno: 'Yo soy casi totalmente sordo', explica Cirilo Swinne con esa sonrisa que solo en muy raras ocasiones abandona su rostro. 'A mí no me molesta. Quienes sufren realmente por esta situación son los ancianos del hogar para mayores y los pacientes'.