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Unas manos pequeñas retiran puñados de tierra a la orilla de la Ciénaga de Mallorquín para darle espacio a las raíces de unas ramas de mangle que van a ser sembradas.

Aunque para algunos parezca un juego de niños, aquellos ‘chicos guardianes’ dicen que su trabajo es movido por un sentido de pertenencia orientado hacia el cuidado de la naturaleza.

En medio de la difícil situación que afronta dicho cuerpo de agua, por los altos niveles de sedimentación y contaminación química que tiene, un grupo de 50 niños que no superan los 13 años de edad se reúne cada domingo para 'darle oxígeno' al cenagal.

Los menores hacen parte de la Fundación Ecológica Niños de Mallorquín, la cual conglomera a los residentes del corregimiento de La Playa que habitan en zonas de vulnerabilidad como La Cangrejera, para que dediquen su tiempo libre al aprendizaje de temáticas ambientales.

El líder de la fundación es Rafael García, un habitante del corregimiento que durante años tuvo la inquietud de fundar un movimiento ecológico que se preocupara por cuidar el patrimonio de la comunidad.

Explica que para preservar el agua es necesario trabajar también con los elementos de su entorno, en este caso, con los manglares. Sin embargo, denuncia que estos son talados constantemente para ser quemados y convertidos en carbón vegetal.

Escuela ambiental. Bajo un enramado de palmas de coco y sentados en las sillas que cada cual trae desde su casa, estos chicos encuentran entretenimiento en cada reunión a través de actividades que resaltan la importancia de preservar los mangles, como medio para cuidar el equilibrio de este tipo de ecosistemas acuáticos.

En razón de esto, ellos siembran estos ejemplares vegetales en diversos tramos de la orilla, pues la presencia de este arbusto ayuda a que la ciénaga mantenga el equilibrio entre lo dulce y lo salado.

'Si cortamos los mangles le quitamos vida al agua', señala Franklin, un jovencito que vigila con recelo cada domingo que lo sembrado no haya sido retirado por terceros.

En este grupo, la inocencia se convierte en el punto adicional de estos encuentros. Valentina Ávila, una miembro del grupo ecológico, asegura con una sonrisa en el rostro que a ella le gusta todo, incluyendo el pan con mantequilla que le entregan.

'Lo de la comida es una estrategia adicional para atrapar la atención de los niños', apunta Aura Gómez, una madre que colabora cada domingo para mantener el orden entre los niños.

Rafael García en el momento en el que entrega a los niños los mangles que van a sembrar.

Un chapuzón alegre. A pesar del daño ambiental del cenagal, los niños no se abstienen de jugar en aquellas verdosas aguas mientras su piel entra en contacto con el contaminado líquido.

'A mí me gusta el agua limpia y también la de la ciénaga, aunque esta se vea fea', dice José David, un niño de seis años que estaba mojado de pies a cabeza tras bañarse en aquel cuerpo de agua.

Un numeroso grupo de infantes que con sus piernas surcan contra la corriente, sin saberlo, estaban en fricción con un líquido que posee altas dosis de concentración fecal.

Debido a que esta ciénaga recepciona residuos sanitarios de algunos sectores como Las Flores y La Playa, un estudio desarrollado por el Damab, la Universidad del Atlántico y el Ministerio de Ambiente en diciembre del 2013, determina en unos resultados parciales que la presencia de heces es una realidad que trasciende al mito.

Dicha investigación apunta que en algunas zonas de la ciénaga, la existencia de desechos de excremento es promediada en unas 578 Unidades Formadoras de Colonia (UFC) por cada 100 mililitros.

Esta cifra supera en un 189% el valor registrado por el Ministerio de Ambiente para considerarlo apto de entrar en contacto con la piel humana, según lo establece el decreto 1594 de 1984.

Momento en el que los niños realizan la labor de siembra de mangles en la Ciénaga Mallorquín.

Sin hacer reparos en la afectación que dicho baño puede provocar, estos niños que ahora trabajan como guardianes de la Ciénaga de Mallorquín, aseguran que desde que pertenecen a la fundación han aprendido a no dejar la llave abierta y a enseñarle a los adultos sobre el correcto uso del agua.

'Nos han dicho que se puede acabar la ciénaga', dice una niña de cinco años con tono de preocupación.

'¡No digas eso! Sin el agua no podemos vivir', le responde José David, quien mira de nuevo el cenagal y corre hacia este para continuar con su baño, como si estuviera en un piscinazo.