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El estadio virtual del coliseo Elías Chewing se convirtió ayer en un pequeño Maracaná en el que cerca de 1.500 personas se reunieron para observar el triunfo histórico de la Tricolor que por primera vez logra la desde ya considerada una hazaña, de pasar a cuartos de final en una justa mundialista.

Una diversidad de hinchas pertenecientes a diferentes estratos sociales, como si se tratase de una especie de rito sagrado presentaron su reverencia en el momento en que la pecosa rodó en la catedral del fútbol latinoamericano y se santiguaron con agua de cebada, espuma y papelitos voladores alusivos a la bandera.

'¡Sí se puede, sí se puede!' Fue el grito de combate con que los hinchas empezaron a animar a sus ídolos desde aquí de Barranquilla a 6.611 kilómetros de Río de Janeiro donde sus héroes en Brasil comenzaban a escribir una nueva historia a punta de talento, gambetas y goles de ensueño.

Entre la multitud que desde bien temprano empezó su goce a golpe de Champeta y el bembé original que caracteriza al buen caribeño hallamos una diversidad de personajes típicos de nuestra pequeña galería macondiana de bacanes fuera de serie.

Uno de ellos es el Hincha Chibcha, un carretillero de 49 años, con 5 hijos, que se gana la vida en el Mercado de Granos haciendo viajes desde la Bendición de Dios, una invasión con serios problemas de orden social que pensando en Brasil bien podría pasar por una favela.

Se trata de Víctor Escorcia, quien se la pasó ondeando una viaje bandera tricolor y semidesnudo o mejor en guayucos. Corrió por esa especie de ‘Maracanito’ donde los barranquilleros fueron testigos de la consagración de un crack.

Al minuto 27 frente a los atónitos ojos del planeta, el Niño Maravilla se inventa lo impensable... de espaldas al arco rival, acuna el balón en su pecho, lo pechicha como entre almohadas de plumas, gira y sin dejarla caer dispara el cañón que primero golpea en el travesaño y ... La tribuna estalla en júbilo y en un solo grito.

¡Gooooooool! James Rodríguez volvía a regalarle licencia para soñar a los colombianos.

Entre el atronador sonido de las vuvuzelas que no pararon de cantar una justa victoria, y, como el que es caballero repite, al minuto 4 del segundo tiempo luego de una tocata al mejor estilo del jogo bonito, James Rodríguez la vuelve a embocar en el arco charrúa, dejando a los uruguayos prácticamente con las garras limadas.

Osvaldo y América González, ambos de 70 años, llevan juntos cuatro décadas y estos dos últimos mundiales con la partida de sus hijos lejos del nido, como se dice en Barranquila se vacilan los partidos agarrados de la mano.

En medio de generaciones mucho menores que ellos este par de veteranos celebraron a rabiar los goles de James. 'Lo que más nos gusta es que esto tiene un ambiente de estadio porque si ese partido fuera en el Metro allá estuviéramos en primera fila. Aquí estamos como en el Maracaná', comentó Osvaldo quien Mundial tras Mundial se acostumbró a la ausencia del combinado patrio o a la salida prematura de sus héroes. 'Con James y con esta selección que juega más compacta y ordenada estoy seguro que vamos a llegar más lejos'.

Cuando el juez dictaminó el final del encuentro, una alegría reprimida por más de 16 años saltó por entre las gradas y explotó una lluvia tricolor de papeles tricolores entre vítores y saludos a la bandera, acompañados por un sonido de tambor que marcó el latido de un solo corazón, uno henchido de orgullo y fervor colombiano... ¡olele, olala, Colombia tú papá, lo demás vale...! Se dejó escuchar el corito celestial mientras los hinchas abandonaban el pequeño Maracaná.