Aún puede sentir como si se le fueran a salir los ojos con los golpes de martillo que le daban en la cabeza sus captores. Aún vive con la incertidumbre de no saber si mató a alguien y con el recuerdo de los caídos a su lado. Aún su hermano militar sigue desaparecido y sus otros 12 hermanos, exiliados. Pero ya Carlos Velandia no es ‘Felipe Torres’.
Torres, fusil al hombro, sorteaba hace 30 años los calurosos montes del sur de Bolívar, en una oscuridad que apenas le permitía distinguir el rojo del negro en las banderas del ELN que otros guerrilleros cargaban a su lado. Velandia paga su café y el que le ha brindado a su escolta en una fría terraza del norte de Bogotá y, antes de que anochezca, camina un par de metros hacia el auditorio de la Universidad Pedagógica, donde lo esperan unas 50 personas para escucharlo hablar de paz.
Victimario. Para no atender la entrevista en su casa –'por motivos de seguridad', dice–, Velandia inicia su relato en una oficina que le han prestado, una pequeña jungla de plantas ornamentales en la que se gestionan temas medioambientales. 'Tenía 18 años, estudiaba medicina en la UIS'.
Habla de su reclutamiento como una 'consecuencia lógica' del ambiente que se vivía a finales de los años 60 en Santander, cuando el movimiento estudiantil see mpezaba a vincular a las luchas sociales y revolucionarias. 'El ELN era una organización revolucionaria que junto con el pueblo se iban a tomar el poder e iban a transformar las estructuras de la sociedad y la economía'.
Al principio –narra el exguerrillero, con un rostro surcado por los caminos que dejan seis décadas de guerra y paz–, estuvo en las estructuras urbanas de Bucaramanga y luego, en los 80, se fue para el monte, donde empezó como guerrillero raso y terminó en la dirección nacional.
'No puedo decir si las balas que yo disparé produjeron víctimas', dice, con la mirada dura. Tampoco se doblega cuando recuerda 'ver caer a compañeros a los lados', ni cuando se señala las heridas de balas que le dispararon a él en los brazos y el costado.
Preso. El 24 de julio de 1994 fue capturado al sur de la capital del país. 'Me encapuchan. Creí que me iban a desaparecer. No sé quiénes me capturan pero me llevan a una instalación militar'. 20 años han pasado, pero recuerda con claridad lo que sufrió. 'Me interrogan; me hacen permanecer de pie, esposado y sin dormir durante 48 horas; me encierran en un pequeño baño, ponen un equipo de sonido a todo volumen y me dan golpes de martillo en la cabeza. Adentro sientes que se te van a salir los ojos'.
Una jueza sin rostro con el alias de Osiris, que luego fue encarcelada por nexos con paramilitares, condenó a Velandia a 20 años de cárcel por rebelión y terrorismo, que pagó primero en la Modelo y después en la cárcel de Itagüí.
Por buen comportamiento, trabajo y estudio, el exsubversivo salió 10 años antes de lo señalado por su condena, en 2004. 'Pudimos hacer de la cárcel un sitio para explorar caminos hacia la paz, y mantuvimos ‘Francisco Galán’ (alias de Gerardo Bermúdez, también exjefe del ELN) y yo una vocería del ELN para diálogos de paz con Samper, Pastrana y Uribe'.
Diálogos que fracasaron, en opinión de Velandia, 'porque no se quería hacer la paz. Es decir, se quería la desmovilización de las insurgencias pero no que el país cambiara'.
A pesar de los ojos desconfiados que persisten de Torres, hay paz en los labios de Velandia.
'En la cárcel voy escuchando otras razones, leo, estudio, y aunque en general los principios revolucionarios los conserva uno, creo que son defendibles en democracia. Se da cuenta uno de que la guerra en Colombia ha sido una larga noche de la cual comenzamos a despertar'.
Víctima. Catorce años se llevaban Carlos y Jorge, el octavo y el menor de 14 hermanos, respectivamente. Y más lejos estaban en las realidades que encarnaban: el primero, insurgente, y el segundo, suboficial del Ejército.
Carlos Velandia, ex guerrillero del ELN, le pidió perdón al actual ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, por la muerte de su padre.
A Jorge, a quien Carlos dice recordar solo como un niño pequeño, el 9 de marzo de 1997 varios desconocidos se lo llevaron de su casa al norte de Barranquilla junto a un vecino. 'Se identificaron como de la Fiscalía, pero era un grupo paramilitar comandado por Adán Rojas, alias ‘El Viejo’, del Bloque Norte, y lo hicieron en un carro que pertenecía al Gaula del Ejército de Valledupar'.
En ese momento Jorge estaba retirado de lo castrense. Años atrás había sido procesado durante un año por aparente espionaje. Es decir, por presuntamente intercambiar información con su hermano guerrillero. 'Fue un montaje que hicieron cuando se dieron cuenta de que era mi hermano, pero él y yo nunca nos cruzamos, nunca tuvimos una relación'.
De hecho, añade Velandia, se trató de 'una retaliación, un contexto de victimización a los familiares de los dirigentes guerrilleros'. Dice esto porque en 1997 'también habían secuestrado a un hermano de ‘Alfonso Cano’ (extinto jefe de las Farc), una hermana de ‘Pablo Catatumbo’ (Farc), unos familiares de ‘Simón Trinidad’ (Farc) y asesinado a una hermana de ‘Gabino’ (jefe del ELN)'.
A raíz de estos hechos, toda la familia Velandia Jagua tuvo que exiliarse del país.
Exiliado. Al salir de la cárcel, ya convencido de que 'la guerra es una vía agotada', Velandia también se fue al extranjero y pasó un año en Granada, España. Allí trabajó en el Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada, para luego irse siete años a Barcelona, a la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Con un acento que pendula entre santandereano y español, explica por qué regresó a Colombia. 'Regreso porque hay una oportunidad de paz en gestación. No me fui a Europa por siempre. Me levanté en armas buscando un destino mejor para mi país (…) y tras el proceso de paz veo al país, en 10 años, con mejores condiciones de vida'.
Activista. En la conferencia ‘En qué va el proceso de paz con la insurgencia’, organizada por el Programa de Paz de la Universidad Pedagógica, Velandia compartió panel con otros integrantes del Frente Amplio por la Paz. Al terminar, sale a preparar su próximo artículo –lo publican en varios medios impresos y digitales–, la próxima charla –es invitado en distintos escenarios como activista por la paz–, o el próximo libro –tiene tres publicados desde 2004–.
Vive de nuevo en el país, desde 2011, con su esposa y sus dos hijos. Hoy tiene un solo escolta de la Unidad Nacional de Protección, a pesar de que hace pocos meses volvió a recibir amenazas. Y vive de la paz. 'Así como fue revolucionario en alguna época alzarnos en armas, hoy lo revolucionario es dejarlas'.
El dueño de esas ideas participó en un evento del Centro de Memoria Histórica en julio pasado, sobre políticos asesinados en Norte de Santander. Entre las víctimas se contaba Jorge Cristo, padre del actual ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, que fue asesinado por el ELN en 1997, cuando Felipe Torres estaba en la cárcel. Velandia pidió perdón.
'Están presentes las víctimas, y ellos muestran el dolor, la desgarradura, y quieren saber por qué. Lo menos que podía hacer era pedir perdón por mi responsabilidad política, y contribuir a abrir un camino. Un camino por el que tendrán que transitar los insurgentes al momento de la reconciliación'.