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Rodeado de sus más leales ‘camaradas’, familiares y de personajes de la talla del presidente Obama, dos comandantes Chávez, dos Raúl Reyes, un Popeye, un Mr. T y otras personalidades, fue despedido a las 11 de la mañana de ayer, el cuerpo de Eduardo Watts, el Tirofijo cartagenero que calzó durante tres lustros, las botas y el uniforme con su disfraz de Manuel Marulanda Vélez.

La batalla de flores.

El camposanto de Jardines de la Eternidad Sur parecía una Batalla de Flores, plagada de disfraces. Allí entre coplas y letanías, despidieron al humilde conductor de taxi de 78 años, que gracias al parecido físico con el controvertido Marulanda, jefe histórico de las Farc, asumió el personaje como parte de su vida y se le convirtió con los años en un rasgo de sí mismo.

Watts personalizó sin complejos ni prejuicios, a quien hasta antes de sus muerte, fue considerado como el guerrillero más viejo del mundo.

Con el alma ausente y sus despojos sostenidos en los hombros de sus más cercanos compañeros de ‘batallas’, no es extraño que haya partido faltando tan pocos días del inicio de esa fiesta máxima, a la que tanto le aportó en vida. Watts partió hacia su última batalla, la definitiva, para un ‘Carnaval eterno’.

Cantos del adiós.

'Perdimos al viejo Eduardo / por una fatalidad / que Dios lo tenga en la gloria/ y lo lleve a descansar...', cantó a viva voz el veterano Mingo Pérez, de la danza del Torito Ribeño.

Con la voz quebrantada y en medio de un llanto controlado, Pedro Vergara, conocido como el Che-vere de la 38, ataviado con su disfraz de subversivo, recordó que Watts fue un compañero de mil ‘guerras’, de esas donde se disparaba maicena, se bombardeaba con espuma y se ametrallaba al público con saludos y sonrisas de alegría.

'Lo voy a llevar en el alma, por ser un gran hermano y compañero... Hasta siempre comandante...', dijo el Che-vere.

La cimiente.

De acuerdo con Rocío Watts, uno de sus 8 hijos, el parecido de su padre con Manuel Marulanda, siempre le hizo merecedor de bromas en su vida cotidiana. 'El marido de mi hermana siempre lo molestaba diciéndole Tirofijo. En el 2000 yo estaba en una danza que desfilaba en la 44 y me dijeron que si conocía a alguien que sirviera como Tirofijo y lo llevé sin decir que era mi papá. Yo me disfracé de Piedad Córdoba. Desde ahí comenzó todo', relató en medio de una profunda tristeza que se materializó en una lágrima, que como perla tinturada de negro rodó por sus mejillas.

El homenaje.

Rocio afirmó que en honor a su padre y a su aporte a esta fiesta, tanto ella como el ‘secretariado’ que lo acompañó a largo de estos años, este Carnaval y estos desfiles, deben ser los mejores.

'Vamos a desfilar y lo vamos a hacer mejor que nunca porque eso es lo que él hubiera querido', sostuvo.

Watts nació en Cartagena. A los 16 años se vino a Barranquilla en busca de empleo y aquí pronto encontró el amor. Fue en esta misma ciudad donde casi que por accidente, ya entrado en años, encontró también la pasión que le dio alientos de sobra para el resto de sus días.  

Como una extraña celada del destino, convertido en alguien distinto, en una especie de parodia festiva, Watts recibió reconocimientos y de golpe un puñado de alegrías.

Eduardo, el taxista, el hombre corriente, estuvo convaleciente desde el 24 de enero debido a problemas de salud relacionados con la presión arterial. El lunes, a las 5:00 p.m., una isquemia cerebral lo privó de su idea de participar del Carnaval 2015 y le causó la muerte.

'Que su partida sea para unir a los pueblos, para la construcción de la paz' , dijo un ceremonioso Barack Obama... mejor, Javier Sepúlveda, metido de lleno en su personaje.

'Que esto sirva para que los hacedores del Carnaval no mueran en el olvido y se les dé la importancia como actores que enriquecen esta fiesta', agregó.

En el jardín 8, lote 493, sus amigos e hijos cubrieron a golpe de paladas el ataúd donde yacen los restos de este Tirofijo carnavalero, que en vida, en vez de la guerra, celebró y dejó huella en la fiesta cultural más importante de esta ciudad.