El padre Jacinto Ruiz, de la comunidad Salesiana, cuenta que los ocho relojes que estaban incrustados en la parte alta de las torres de la iglesia San Roque no solo daban la hora a quienes transitaban por el sector de la calle 30 con carrera 38, sino que servían de 'faro' a los barcos que arribaban al puerto por el río Magdalena, para que los marineros se orientaran en el tiempo y supieran que estaban en Barranquilla.
En San Roque, como en otros cuatro templos de la capital del Atlántico que han contado con estos aparatos como parte de su infraestructura, los indicadores horarios quedaron en desuso. San José, Sagrado Corazón, la Inmaculada Concepción y Chiquinquirá son las otras iglesias que tienen relojes a los que ya les pasó su 'cuarto de hora'. En algunos casos, estas reliquias ni siquiera están en sus lugares originales.
Párrocos, ciudadanos y hasta un relojero hablaron sobre estas máquinas que fueron devoradas por el tiempo y que actualmente son una 'tradición perdida' dentro de la comunidad.
'De cuerda'
Durante unos diez años, desde 1984, el padre Ruiz subió por las escaleras de caracol de las torres de San Roque para darle cuerda al reloj. 'Cada ocho días, todos los sábados, lo hacía. Tenían un cable doble. Le ponía las pesas al que estaba más cerca y ese iba tirando del que estaba más abajo, y así sucesivamente', narra el sacerdote de 81 años.
Mario Álvarez, actual párroco de este templo que fue construido hace 115 años, relata que en 1995 quitaron los relojes para dar paso a la remodelación en las torres de la iglesia, que conserva una arquitectura gótica.
El padre Álvarez sostiene que está próxima la reparación de estos elementos representativos, dentro de un plan de inversiones que contrató el Distrito por unos $2.000 millones, para el mantenimiento y 'embellecimiento' de San Roque. Las obras también contemplan la construcción de una plaza, junto a la iglesia, por $4.312 millones.
'Es importante'
Sentado en la plazoleta del frente de la Inmaculada Concepción, Gabriel Sagbini, de 65 años, mira hacia lo alto de la iglesia; uno de los tres relojes que tiene el templo en la torre derecha marca las 4:35, el del costado tiene sus manecillas detenidas en las 6:33 y el posterior indica las 6:40. Ninguna de las horas es la correcta, en realidad son las 10:46 de la mañana.
'Es importante que funcionen (los relojes), sobre todo porque la mayoría de las personas son católicas y en torno a la iglesias hay mucho movimiento. Uno siempre tiende a mirar hacia las iglesias, y sería muy bueno que marcaran la hora que es. Sería un buen servicio que hay que rescatar', afirma Sagbini, mientras sigue con su vista fija a la cúpula de este templo, ubicado en el barrio El Prado.
El padre Édgar Llanos, sacerdote de la Inmaculada Concepción y quien a su vez preside la comisión de arte sacro de la Arquidiócesis de Barranquilla, destaca que los relojes de este templo eran de los 'mejores' en la ciudad, pues estaban conectados a 12 campanas de bronce, que fueron traídas de Bélgica. Este ofrecía distintas tonalidades, como el Ave María, las cuales eran programadas dependiendo de la fecha.
El sacerdote dice que el año pasado, cuando la iglesia tuvo unas inversiones por parte del sector privado para instalar un sistema de iluminación externa, pensaron en reparar los relojes, pero no se concretó la financiación.
Aunque el padre Llanos cree que actualmente las personas tienen reloj y ya 'no le prestan tanta atención' a esta tradición, no descarta futuras inversiones en ellos.
'Si están ahí, es bueno que funcionen para que presten un servicio, aunque no es algo indispensable. Es una cuestión de estética', expresa, al tiempo que gira lo que queda del sistema interno del reloj derecho de la torre, que se detuvo, en algún instante hace unos 30 años, cuando las manecillas marcaban las 6:33 minutos.
Estas historias no son nada distantes a la de la cuarta parroquia más antigua de Barranquilla: la Chiquinquirá. Desde 1945, y por dos años, desarrollaron la construcción de un templo con estilo gótico, con cuatro relojes en su torre derecha.
Gilberto Franco, clérigo de este templo que es manejado por la comunidad claretiana, calcula que las cuatro máquinas dejaron de moverse hace más de 25 años. Sostiene que en 2014 contrataron un técnico de Medellín para que hiciera una valoración del trabajo para ‘revivirlos’, pero encontraron que estaba 'prácticamente desmantelado, sin ninguna pieza'.
'Es muy difícil arreglarlo porque cuesta mucho. Pensamos que una buena opción sería un sistema más moderno, aunque no es algo tan relevante para la comunidad. La iglesia es un patrimonio artístico y sería bueno que funcione, pero no hay tanta cultura del reloj. No es algo romántico que añore la gente, hay otras prioridades de mantenimiento', apunta.
A paso lento, y apoyándose en un bastón que lleva en la mano derecha para subir los siete escalones que lo conducen a la puerta de la parroquia San José, caminaba Luis Eduardo Nieto. A sus 95 años narra que lleva 'tiempecito' que no ve funcionar los ocho relojes: 'Por lo menos hace 30 años' y advierte que 'son una belleza'. Seguidamente, cuestiona: '¿Los van a arreglar?, pónganlos a funcionar, son una belleza', reitera, y sigue su camino hacia las primeras bancas del templo.
El relojero
Juan Carlos Llano, caleño, es un experto artesano restaurador de relojes de este tipo. Con 41 años de edad, asegura que la relojería mecánica gruesa la aprendió desde pequeño, por una 'tradición de familia'.
Los relojes que tienen las iglesias en sus cúpulas –relata– co
menzaron a llegar al país hace más de 200 años, importados desde países como Francia o España. Cuenta que, en muchos casos, la comunidad hacía colectas para reunir cifras que ahora podrían equivaler a unos 100 o 300 millones de pesos, dependiendo del reloj, para que sus iglesias contaran con este elemento que 'era más que una simple decoración'.
'Antes de los 40 no había relojes portátiles, solo las familias adineradas. Entonces las iglesias, que eran el todo, los tenían (los relojes) y servían para todas las actividades del pueblo. Siempre estaban pendientes a las horas', dice el artesano.
Explica Llano que estas maquinarias comenzaron a fallar por falta de personal capacitado para su manejo y mantenimiento. El relojero sostiene que utilizaban los 'toderos del pueblo' para que los arreglaran y, en ese afán, 'les metían de todo para que volvieran a andar'. 'Hay algunos salvables, que aunque estén muy acabados los podemos arreglar o hacer actualización tecnológica', agrega.
De acuerdo con Llanos, la reparación de un reloj de este tipo puede tardar, en promedio, unos 30 días. Sobre el costo del trabajo, aclara que, dependiendo de la máquina, su ubicación y el daño de la misma, puede variar entre 10 y 50 millones de pesos.
Es decir, la inversión parece lejana para unas iglesias que tienen otras 'prioridades' y que viven de la caridad y donaciones de sus fieles, como dicen sus párrocos.