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El Centro concentra la historia y el desarrollo de Barranquilla. A mediados del siglo XX varios oficios artesanales fueron actividades prósperas, propias de la cotidianidad barranquillera.

Sin embargo, hoy son negocios que subsisten gracias a un reducido círculo de clientes, en algunos casos amigos, que siguen prefiriendo la experiencia y la tradición antes que la diversa competencia. Siguen prefiriendo a sus veteranos ejecutores, los cuales, según el registro del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane, de diciembre de 2014, pertenecen al 54,4% de empleados informales de la ciudad y al 48,2% del país.

El Distrito calcula que en el Centro y su área de influencia están asentados unos 9.180 vendedores estacionarios que ocupan, aproximadamente, 16.500 metros cuadrados de los 744.086 que tiene el sector. Durante décadas el comercio en sus calles ha construido tejido social a través de los servicios y los productos. A través de las historias de los hombres que hicieron del rebusque el sustento de sus familias.

‘El Piña’, el vendedor de frutas

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En los sesenta, en la esquina de la calle San Blas con Líbano (calle 35 con carrera 45), donde quedaba la entonces miscelánea El Oasis, sitio tradicional de mercancías y comercialización de las boletas del Junior, Nicolás Solano, apodado ‘El Piña’, la convirtió en ‘una esquina caliente’.

Un vendedor de frutas de 80 años, nacido en Barrio Abajo, hizo del andén un foro ambulante, donde los fanáticos del Junior llegaban a comentar sobre las incidencias del onceno. Periodistas reconocidos de la época, como Fabio Poveda Márquez, Tomás Barraza Manotas, Ventura Díaz y Édgar Perea solían frecuentar la popular esquina.

‘Allí hay un tipo que en verdad es juniorista. Este es un fanático del Junior a muerte’, decía Fabio Poveda cuando llegaba a mi puesto', evoca Solano, de ojos azules y cabello blanco, mientras acomoda algunas frutas en el Paseo Bolívar. Todos los días llega a las 7 de la mañana a su lugar de trabajo. La piña, fruta por la que es apodado, nunca falta en el mesón.

Hoy vive solo en Soledad 2000. Sus cinco hijos, cuenta, están casados y su esposa murió en el 88. La venta de frutas llevó la comida a su hogar durante mucho tiempo y hoy le sigue alimentando.

Nunca se perdió un partido del Tiburón cuando jugaba en el Romelio Martínez y jamás, asegura, deja de ir a un encuentro en el Metropolitano.

Aunque nunca ha salido a verlo fuera de casa, no duda en afirmar que la mejor versión del cuadro rojiblanco es la del 77, cuando ganó su primera estrella con el argentino, Juan Carlos Delménico, en el arco.

Las tertulias deportivas hoy no calientan la esquina del Paseo Bolívar, pero su análisis técnico aún es consultado por sus clientes más fieles.

‘El Boby’, el vendedor de periódicos

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El 15 de abril de 1957, día que murió el cantante Pedro Infante al estrellarse en su avión, Osvaldo Acuña comenzó a vender periódicos en el Centro de Barranquilla, a un lado del edificio de Avianca, en el Paseo Bolívar con la carrera 45. Al día siguiente supo que la muerte de un personaje público vende más editoriales que cualquier logro deportivo o acuerdo político en el país. Vendió todos los diarios e incluso las primeras revistas que llegaron en su primera caja.

Hoy, a sus 75 años, tiene una clientela fija y fiel. Algunos lo saludan como si se tratara de un familiar cercano. ‘El Boby’ suele ser callado, pero amable con el comprador.

'El Internet y las suscripciones han disminuido las ventas. Hace 30 años, por lo menos, vendía unos 150 periódicos y hoy solo 50. Lo que más se vende son los fascículos especiales de estos', comenta

Osvaldo, de 75 años, bajo la sombra de un árbol de acacia, donde se ubica su negocio. Suele tener 40 productos para leer en su estante, pero no lee ninguno desde hace años porque su deteriorada retina no

se lo permite.

Trabaja de siete de la mañana a siete de la noche, y gana en promedio unos $20 mil y 30 diarios. Con este negocio sacó adelante a sus dos hijos, los cuales hoy, indica, 'se valen por sí mismos'.

Con un leve tic nervioso en su mano derecha, el delgado expendedor de periódicos, afirma que solo dejará de hacerlo hasta el día de su muerte. Ese día, agrega, seguramente se vendan también todos sus periódicos. Quizás más de los 100 ejemplares que comercializó con la muerte del cantante Rafael Orozco o del Cacique de La Junta, Diomedes Díaz.

José, el mecanógrafo

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José Miguel Gutiérrez se tumba en la silla, frente a una pequeña mesa donde tiene una vieja máquina de escribir. A un lado, su bolso guarda algunos oficios que ha redactado durante los 45 años que lleva como mecanógrafo del Centro de Barranquilla, su oficina al aire libre. Escribiendo en un andén, a las afueras del departamento de Pasaportes de la Gobernación, en la carrera 45 entre calles 39 y 40, pagó la educación de sus cinco hijos, un lujo que asegura hoy nadie puede darse con la labor.

Tiene 82 años. Estudió contaduría y hace 45, luego de no poder posicionarse como pagador de un colegio, decidió montar su puesto de trabajo en el andén. Ha escrito cientos de declaraciones de renta, estados de pérdidas, balances y todo tipo de documentación para la Cámara de Comercio. Jamás, ni por equivocación, ha hecho una carta de amor o poema, pues aclara que no es un romántico sino un contador.

'Hoy esto está malo', se queja. 'Antes uno hacía una cantidad de documentos, pero ahora poco. Pago mil pesos diarios por el alquiler de la máquina y a veces termino debiéndolos', comenta, seguido de una leve sonrisa que revela el único diente premolar que le queda. Los frunces en su frente, las ojeras pronunciadas hasta las mejillas y las pocas cejas que enmarcan su mirada le dan cierto aire de mal genio, pero el escribiente es un barranquillero con los suficientes años y humor para reírse de la vida

y su trabajo.

De 6 de la mañana a 12 del día, cientos de peatones caminan frente al escribano. El ruido de los pitos y de los motores de los vehículos se entremezcla con el tecleo de la máquina, mientras su voz queda sobre el papel.

‘El Nene’, el reparador de abanicos

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Ángel Antonio Soto Urueta, de 58 años, estudió en la institución educativa Inem Miguel Antonio Caro y se graduó de la ‘universidad de la calle’. Puntualmente es un egresado de la carrera 40, entre calles 35 y 36, Centro de Barranquilla, especializado en la reparación de electrodomésticos.

Sus dedos están llenos de grasa y su achinada mirada cargada de concentración. En su chaza, rodeado de carcasas de abanicos, teclas, suiches, tapas de olla y tornillos, limpia y conecta con sumo cuidado un alambre para embobinar. Comenta que lo ha hecho tantas veces que sus manos se mueven de forma mecánica.

Hace 35 años, cuando Soto llegó al andén de la carrera 40, no había ni un solo vendedor estacionario en la cuadra. Recuerda que había una academia de billar llamada El Recreo en el corredor y varios almacenes de ropa y utilería, pero ningún negocio informal. 35 años atrás no sabía arreglar una lámpara, pero hoy es uno de los pioneros del grupo de 50 restauradores de electrodomésticos que trabaja en esa calle.

Sus amigos le llaman ‘El Nene’ de cariño, por su veteranía en la labor.

'Cuando terminé la escuela me puse a buscar empleo porque no había dinero para más estudio, y un cuñado me enseñó lo que sé. Aquí el negocio se mantiene, a pesar de la buena competencia', afirma el hombre de cabello cenizo, sin despegar la vista de la actividad. Hace en promedio 4 arreglos diarios, equivalente a unos 30 mil pesos. 'El Centro es el Centro. Me lo ha dado todo y estoy viviendo horas extras en él', expresa tras levantar la mirada y mostrar una sonrisa.

‘El Che’, el zapatero

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‘El Che’ está enfermo. Hace dos semanas y media no va a trabajar al andén de la carrera 38 con calle 34. Quienes frecuentan y trabajan en el Centro de Barranquilla han notado su ausencia desde el primer día.

El delgado zapatero, de boina y barba espesa, cuyo parecido físico se asemeja a una de las figuras iconográficas más reconocidas en Latinoamérica y el mundo: Ernesto ‘Che’ Guevara, ya no clava, corta o pega plantillas. Ahora reposa en el barrio Las Palmas, en casa de Pedro

Antonio Vergara Mena, su verdadero nombre.

Quienes lo conocen afirman que no faltaría a un día de trabajo si no se tratara de algo delicado. No cualquier gripa o fiebre impide que ‘El Che’ deje de hacer lo que más le gusta, además de ser ‘El Che’. Hace más de 50 años lleva laborando en el Centro, pero su afición hacia Ernesto Guevara nació hace 69, a la edad de 15.

Armando Escobar, un vendedor de muebles de la carrera, se percató de su ausencia durante la primera semana. 'Hablé pocas veces con él porque es hermético, pero como era zapatero iba de vez en cuando a que me arreglara un calzado. Es muy bueno en su labor', comenta Escobar desde el otro andén, donde trabaja. Yolanda Andrade, vendedora de dulces de la cuadra, escuchó que una hermana del ‘El Che’ comentó que tenía tuberculosis. Que tiene que seguir un tratamiento de seis meses, pero que en tres, dijo el zapatero, volvería a trabajar.

En casa, entre los 84 cuadros que tiene del Che Guevara, hoy seguramente lo cuidan su mujer Esperanza Ramírez y sus 3 hijas. En el andén, sus amigos y clientes esperan su regreso.