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Patricia Peralta observa con tristeza las diez canoas encalladas en el barro y exclama: 'Los pescadores no pudieron salir, de todas maneras no habrían traído mucho porque desde hace rato la ciénaga se está muriendo'. Lo dice con un tono apenas audible, como si fuera un secreto que todos conocen pero que nadie se atreve a pronunciar en voz alta.

La trabajadora social apoya sus 45 años en los barrotes amarillos del malecón de Las Peñas, corregimiento de Sabanalarga a orillas del embalse del El Guájaro, y cierra los ojos para evocar un pasado no tan lejano.

'Todo esto era agua', señala con su brazo derecho una ‘playa’ bajo el malecón. Desde la pared hasta la margen del cuerpo de agua hay aproximadamente 72 metros, el espacio que ha ido cediéndole el embalse a la tierra.

La intensa sequía provocada por el fenómeno de El Niño, ha disminuido drásticamente los niveles del Río Magdalena y por consiguiente el Canal del Dique, el brazo de agua que llega hasta Cartagena y que abastece del líquido al Guájaro.

Poca pesca. A lo lejos se observa un par de hombres navegar las tranquilas aguas. Detienen la barca y lanzan una atarraya. 'Así llevan todo el día —apunta Peralta— la sequía no ha dejado que los peces crezcan bien. Seguro vendrán nada más con dos kilos de mojarra lora'.

Dos metros abajo, en la arena, Juan López da un respingo al escuchar a la mujer y se voltea a mirarla. Camina con resignación hasta uno de los botes parqueados. En una mano lleva un trasmallo y con la otra intenta desenredarlo.

El hombre reúne las fuerzas de sus 65 años y le grita: 'El Guájaro está así desde hace rato y no han querido pararle bolas. Solo están esperando a que se seque y nos muramos'.

López lleva 'casi toda la vida' siendo pescador. 'Desde pequeño ayudaba a mi familia pescando, es como una tradición', afirma sentado en su barca. Va apilando la malla desenrollada y relata la abundancia que conoció de niño. A pesar de la situación difícil, conserva la alegría y dice que 'sin exagerar, esto estaba tan lleno de pescaos que brincaban a los botes' y suelta una carcajada.

Cuenta que, en efecto, lo único que se está pescando es mojarra lora. 'Ya no se ve el bagre y de vez en cuando se pesca una arenca, unos barbules. Pero ya eso es muy raro', asegura dejando todo acomodado.

López deposita su esperanza en que hoy pueda conseguir algo. 'Tengo identificado un lado donde vi un movimiento el otro día, de pronto traiga bastantes pescados', expresa con la sabiduría de un ‘viejo lobo de ciénaga’.

Para Neil Gallardo, director regional de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap), el fenómeno es el causante de la disminución de especies acuáticas. 'Los bajos niveles han afectado los sitios de reproducción de los peces, por consiguiente no se ha dado de manera correcta el ciclo biológico de las especies', señala el funcionario.

Hasta el momento, el bocachico y bagre han sido los más afectados. 'Estamos trabajando en el salvamento de alevinos (crías recién nacidas de peces), el repoblamiento en zonas donde los niveles se mantengan y en alternativas productivas para las familias que viven de la pesca', explica Gallardo, vía telefónica.

En La Peña, el agua se ha retirado 72 metros del malecón.

Pesca ilegal. Pero no solo la disminución de peces está afectando a los ‘marineros de agua dulce’, sino la forma en que lo están haciendo.

'Muchos pescadores están usando chinchorros y con eso arrastran todo lo que está en el fondo, trayéndose hasta los peces pequeños y eso daña la reproducción', indica Isidro Olivo mientras camina por un playón donde antes había agua.

El hombre de 52 años es el presidente de la Junta de Acción Comunal de Villa Rosa, corregimiento de Repelón. El pueblo obtiene gran parte de su sustento de la ciénaga. 'Se benefician más de 500 pescadores de la zona —señala Olivo— y muchos salen solo por el afán de ir, pero no están cogiendo nada'.

Olivo ya no sale a pescar pero asegura conocer 'de cerca' la problemática de los pescadores. 'Desde acá toca remar unos 300 metros para alcanzar profundidad y para nada, porque solo están sacando dos kilos de lorita (mojarra), cuando antes eran 10, es decir que ahora consiguen $12.000 cuando antes eran 60 mil pesos. Por eso es que están desesperados, porque ya la plata no les alcanza', manifiesta tratando de sacar un pie del barro.

Agua para la ciénaga. 'En diciembre del año pasado (2014) fue la última vez que se abrieron las compuertas', explica José Canedo. El hombre de 59 años camina por un tramo de tierra de 40 metros que separan al Canal del Dique de la entrada de la presa.

'El nivel del canal está tan bajo que el agua de la ciénaga se está devolviendo hacia el río', indica el operario y señala un pequeño riachuelo que sale por debajo de las puertas.

El gobernador de Atlántico José Antonio Segebre, anunció que plantea inyectar el agua con 'dos o cuatro' motobombas 'a más tardar el 10 de diciembre', y que estas estarían funcionando durante todo el primer semestre del 2016.

'Existe la necesidad de inyectar agua desde el Canal del Dique para que el flujo pueda ser mucho más permanente y así evitar que los niveles del embalse sigan afectándose', enfatizó el Gobernador.

Patricia Peralta se estira en el malecón. Unas nubes tapan el sol como una señal de lluvia. Los dos pescadores que se aventuraron a conseguir algo regresan pero su botín es magro: apenas un par de mojarras. La mujer suspira y sueña con que en diciembre los niveles de la ciénaga empiecen a normalizarse, que los pescadores regresen de la faena con los botes cargados de peces 'como antes' y teme que las soluciones 'lleguen tarde'.

Vuelve a echar un vistazo a la ciénaga y toma rumbo a su casa, a pensar en atarrayas llenas.

40 metros de tierra dividen el Canal del Dique de la entrada de las compuertas, para abastecer el embalse.