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En el corregimiento La Aguada, de Malambo, hay un barrio singular de casas pintadas con colores vivos que contrastan con la arena pálida de sus calles. Se llama Los Castro.

El vecindario ha permanecido 110 años escondido detrás del espeso monte que delinea la vía Malambo-Caracolí, a 45 minutos de Barranquilla. Para llegar allí hay que transitar por un laberinto angosto y pedregoso que inicia en la orilla de la carretera y desemboca —después de dos cruces, primero a la derecha y después a la izquierda— en un terreno de 10 hectáreas de la que brotan árboles frutales por doquier.

El 95 % de los cerca de 300 habitantes de esta peculiar barriada tiene el apellido Castro, en primer o segundo orden. Todos son familiares y se conocen. Las 60 casas que lo conforman fueron levantadas sin planes de urbanismo, pero están bien repartidas.

Esa porción de tierra ha sido heredada por cinco generaciones. Los primeros pobladores —cuenta Vilma Castro Castro, de 50 años— fueron sus bisabuelos Gumersindo Castro y Pabla Noriega, dueños del terreno y quienes decidieron conformar allí su hogar. 'Tuvieron diez hijos y cuando crecieron a cada uno le dieron una hectárea para que construyeran su rancho', dice Vilma sentada en su patio, al lado de un fogón de leña en el que hace dos horas preparó el almuerzo.

Uno de los descendientes de Gumersindo y Pabla fue Manuel Antonio Castro Noriega, quien se casó con Isabel María Castro Strem. Manuel e Isabel tuvieron siete hijos, entre los que repartieron la hectárea que heredó él.

Hilda Castro Strem, una de esas siete herederas, nacida y criada allí, se emparentó con un Castro de Soledad, municipio vecino: Enrique Manuel Castro Zambrano. Con él, Hilda, de 75 años, tuvo diez hijos y su patio —como le llaman a los pedazos de tierra que van heredando— fue repartido entre ellos. A Vilma, una de esa decena de descendientes, le tocó la casa principal en la que vive con sus padres y sus hijas.

'Aquí todos somos familia, pero no ha habido incesto. Lo que pasa es que, por ejemplo, una hermana mía, María Mercedes Castro, también de Soledad, se emparentó con Víctor Castro, primo de mi esposa', dice Enrique, marido de doña Hilda.

Esas relaciones coincidenciales y la enmarañada ramificación familiar, que parecen extraídas del realismo mágico de García Márquez, ha hecho perpetuar allí el apellido Castro, aunque con los hijos de las hembras de la quinta generación se esté perdiendo.

Necesidades del barrio

Los Castro es un lugar apacible. A mediodía, después de almuerzo, solo se escucha el mugido de las vacas de los corrales y las fincas que colindan con las cercas de los patios. Sus habitantes, en ese momento de letargo, se sientan bajo la sombra de los árboles a hablar. Otros duermen la siesta, mientras un puñado de mujeres vocifera en una terraza una problemática que los tiene hasta la saciedad.

'Los de esas fincas se pegaron al poste de luz y eso está prohibido, nos van a perjudicar a todos con la electricidad', dice con ofuscación Anlly Villarreal Castro.

El de la energía eléctrica es uno de los problemas más apremiante que tienen. Aunque el servicio es legal, las acometidas no se ven seguras y la corriente es fluctuante. 'Si uno conecta una nevera, los bombillos empiezan a titilar. En las noches, a veces, los abanicos ni echan fresco', cuenta Vilma.

El pasado viernes 23 de octubre, a mediodía, el silencio acostumbrado del pueblo a esa hora se interrumpió por un grito lastimero. Álvaro Castro Niebles recibió una descarga eléctrica cuando cargaba el celular y murió. Yilis Villarreal Castro, hermana de Anlly, resultó lesionada por culpa del árbol que cayó sobre unos cables y generó un cortocircuito en el transformador del barrio. La muerte de Álvaro explica por qué todos visten de negro. 'Estamos de luto. Lo que le pasa a un Castro nos afecta a los demás', dice Anlly.

No tienen alcantarillado, deben seguir recurriendo a la puntería en las pozas sépticas. La vía de acceso, cuando llueve, queda intransitable. Los 15 minutos de caminata del barrio a la carretera, en invierno, se convierte en una prueba digna del reality El Desafío. El acueducto, que está en todo el centro del barrio, bombea agua salobre para toda La Aguada día de por medio. El líquido para tomar y cocinar tienen que comprarlo. El único servicio eficiente es el gas.

Aunque el progreso no ha asomado sus narices ahí, la tecnología sí. Los niños y jóvenes, a falta de parques y lugares de diversión, se entretienen con celulares inteligentes. Viven como los citadinos, jorobados de tanto teclear.

Su mayor entretención ocurre los domingos en un playón en el que algún Castro no ha querido construir. Allí los hombres, que en la semana salen a rebuscarse en Malambo, Soledad y Barranquilla, juegan un campeonato de fútbol con las porras de las mujeres. Sacan un picó y compran las cervezas en el único lugar que no es habitado por un Castro: la tienda de los Camacho, que apenas hace tres meses llegaron al barrio.

La jornada futbolística de hoy está enredada. Un político había donado los arcos de la cancha improvisada donde juegan, pero como perdió en los pasados comicios se llevó las porterías. Pese a esa desidia del Estado, los Castro no quieren salir de su tierra. 'Aquí vivimos sabroso. Es satisfactorio estar ente familiares, porque nos hace ser mejores vecinos y estamos pendiente de todos', cuenta Vladimir Miranda Castro, hijo de Inés Aminta Castro Castro, hermana de Hilda.

Castro: sinónimo de lucha comunitaria

El apellido Castro en el mundo se remonta al siglo VII antes de Cristo y su historia ha estado ligada a Europa, sobre todo a España, donde tuvo mucha influencia en la época medieval. Deriva del latín castrum, que significa castillo, casa fuerte o campamento fortificado. Reyes de Castilla, Galicia y Zaragoza tuvieron este apellido.

En el barrio Los Castro de La Aguada ignoran esto, pero han construido un reino en el que nadie quiere vender las tierras que hereda, un fortín familiar.

Lo que sí saben es que en una isla del Caribe llamada Cuba, dos Castro lideraron —junto a un argentino— una revolución que cambió la forma de vida de sus habitantes. Quizá llevar ese mismo apellido les ha imprimido a estos vecinos un espíritu de lucha.

'A los Castro nos conocen como revolucionarios porque somos los que lideramos los acontecimientos en La Aguada. Cuando los Castro se unen no hay quien los detenga. No somos peleoneros, pero le cantamos la tabla al que tengamos que hacerlo por el bien de la comunidad', dice Anlly.

Ese espíritu de lucha los mantiene en pie, pese a que las autoridades municipales y departamentales no los voltean a ver, o a que ya no vivan de la siembre de hortalizas, sino del rebusque. Y aunque aquel político los haya dejado sin arcos, hoy de seguro habrá fútbol como todos los domingos.