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El hombre, de unos 30 años, le estira la mano al bus, sube las escalinatas, se agarra de una barra con la mano izquierda y con la otra saca la cartera. Se concentra en el billete de 10.000 pesos para pagar el pasaje y en encontrar un puesto para sentarse. Parece la misma rutina de todos los días para ir a la oficina hasta que escucha una voz femenina que le dice con suma amabilidad: 'Buenos días, puede sentarse, ya le entrego el vuelto'.

De inmediato voltea a ver quién le habló, y se queda mirando fijamente a Diana María Padilla Ballestas, la mujer de 37 años que está frente al volante de la buseta de Transmecar con el número interno 062 y placas UZD-124.

Ella, que ya está acostumbrada a las muestras de asombro e incredulidad de los usuarios de la ruta de la calle 17, solo atina a mirarlo por el retrovisor con una sonrisa orgullosa. Tiene un bluyín, una camiseta tipo polo rojo con el logo de la empresa y lleva el cabello recogido.

'En estos momentos soy la única mujer que maneja bus de servicio público. Hace un tiempo vi a una chica en otra empresa, pero me dijeron que renunció. Es que esto no es fácil. Hay una en Transmetro, pero no es lo mismo porque acá uno tiene que manejar, cobrar el pasaje, entregar vueltos, cumplir con el tiempo y estar pendiente de las motos que se cruzan', dice Diana, sin quitar la vista de la ruta.

Desde hace 10 años esta barranquillera ha estado en pie de lucha contra la discriminación de género en el gremio de conductores de buses urbanos, un trabajo que históricamente han llevado a cabo los hombres. Cuenta que empezó en otra empresa y sus compañeros no aceptaban que ella manejara igual o mejor que ellos por simple y puro machismo. Tuvo que renunciar y se cansó de pasar hojas de vidas, 'en ninguna me aceptaban, me negaban el trabajo'.

'Hasta que hace un año me encontré con personas bondadosas como el gerente de Transmecar, David García Zapata, el señor José Silva, Linda Castro y mi jefa Liliana Fontalvo, que me abrieron las puertas sin importar que yo fuera una mujer. Y aquí estoy, contenta de brindarles un buen servicio a los malamberos y soledeños', afirma.

Pero el machismo con el que ha tenido que lidiar Diana no solo ha sido de choferes, sino también de pasajeros, incluso, de mujeres.

'Al principio me miraban raro. Me lanzaban frases como: ‘Vaya a lavar platos, ve a atender a los pelaos, qué haces aquí, vaya para la casa a hacer limpieza’. Pero eso ha ido cambiando poco', cuenta Diana.

'Es que se ve rara una mujer en esas, pero chévere, ¿no?', dice Etilvia Sarmiento, una pasajera que escucha atentamente la conversación y no le ha quitado la mirada ni un segundo.

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Su historia detrás del volante

Diana María es la única hija del matrimonio de Orlando Padilla y Marina Ballestas, con quienes vive en el barrio Montes. Tiene una hija de 4 años, María Camilia Fajardo Padilla, que está en un jardín infantil y les habla a sus compañeros con orgullo de su mamá. Les dice que 'maneja un carro grande, grande'. No le importa que su madre casi ni la vea, porque sale de casa a las 4 de la mañana y regresa a las 9 o 10 de la noche.

Su historia detrás del volante empezó a los 13 años. Cada vez que subía al carro de la familia, se quedaba mirando cómo manejaba su papá, los movimientos de sus pies y manos. Un día aprovechó que su padre dormía y le quitó las llaves, subió al auto y empezó manejar por el vecindario.

Orlando, en vez de reprenderla, se dedicó a enseñarle. No sabía que su hija, años más tarde, iba a ser el sostén de su familia conduciendo bus urbano. Ni siquiera Diana lo imaginaba, porque aunque le gustaba hacerlo, se dedicó a estudiar.

'Estudié arquitectura en la Universidad del Atlántico, donde además hice un curso de producción de televisión en un convenio con la Universidad Autónoma. Además soy bilingüe del Instituto Meyer, hablo inglés perfectamente', dice.

En el 2005, para completar su currículo académico, aceptó la convocatoria de Justiniano Ardila, quien quería graduar en el Sena a mujeres conductoras para que trabajaran en el servicio público. Hizo el curso junto a 45 hombres y tres mujeres. Todos terminaron, pero de las mujeres solo ella cumplió el anhelo del instructor.

'Hice ese curso porque necesitaba el pase de quinta categoría, era uno de los requisitos que me exigían en el extinto DAS para poder entrar. No puede ingresar y me quedó la licencia. Como no conseguía trabajo, me puse a manejar bus'.

Diana también es instructora de manejo certificada por competencia en el Sena y tiene varias alumnas, pero ninguna con intereses de embarcarse en este viaje.

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Amabilidad y carácter, su sello

El gerente de Transmecar, David García, revela que en dicha empresa trabajan 150 conductores y con Diana lo que buscan es generar espacios nuevos para el género. 'Con la participación de la mujer en el gremio, le damos mayor responsabilidad', afirma.

Sus compañeros respetan y valoran su trabajo, aunque cuando está ella se les dificulta un poco contenerse con las bromas normales entre choferes. 'A veces se nos olvida que está y hacemos chanzas pesadas entre nosotros, pero ajá, no se molesta porque sabe que todo es con cariño', dicen varios de ellos en el patio de la empresa.

Lo más difícil para Diana, además de dejar de ver a su hija todo el día durante seis días a la semana, es tener a veces que olvidarse de su feminidad. 'Dichosas las mujeres que pueden trabajar detrás de un escritorio con falda y tacones, aquí hay que ponerse ruda porque, si no te pueden hacer las cosas difíciles, hablo de los otros conductores que van en la vía. Me toca gritarles, mostrar carácter porque me cierran, se me cruzan'.

También se refiere al tema de la seguridad y tiene razón, pues le toca una de las rutas más difíciles, la del ‘botín’, como los mismos conductores le dicen. Sale de Malambo, pasa por toda la calle 18 de Soledad hasta empalmar con la 17 en Barranquilla, atravesando barrios como La Chinita, La Luz, Rebolo.

Durante el recorrido mantiene diálogo constante con sus pasajeros: 'Cierren las ventanas, ojo con los celulares', les dice cuando van por zonas calientes.

La noche que Junior quedó campeón de la Copa Colombia le partieron todos los vidrios del bus en la calle 17, y hace una semana la atracaron minutos después de terminar turno.

Pese a todas esas vicisitudes nunca pierde su amabilidad. Cuando un pasajero sube al bus le da la bienvenida con una sonrisa. Antes de bajar, la felicitan y la animan a seguir adelante. Y ella se despide con cariño: 'Cuidado con las motos al bajar, que les vaya bien'.