Porque tarde o temprano usted verá/ Cómo el día de mi suerte llegará/ Y ya lo verá.
-‘El día de mi suerte’,
Héctor Lavoe
¿Por qué no se ha aburrido de La 100? 'A mí me llena escuchar la música a cada rato', dice Milton Figueroa. Esa metáfora de 'por amor al arte' podría explicarlo todo. Pocas veces es veraz, pero en él cobra otra dimensión.
Solo así podría explicarse que se haya gastado los últimos ocho años de su vida abriendo y cerrando, cada vez que la plata alcanza para comprar una canasta de cervezas, un establecimiento que es más leyenda que negocio rentable.
A La 100 multitudinaria, esa de noches sin fin en la esquina más populosa entre los límites de los barrios Rebolo y Montes, la releva ahora una estampa taciturna de lo que dejaron los buenos tiempos.
Milton, el hijo de Ralphy Figueroa y Benilda ‘la Mona’ Cuello, quienes fundaron el mítico estadero de salsa, es el celador de madrugadas de barrio con una clientela que no alcanza a cubrir necesidades. 'Es insostenible', afirma tajante, aunque él borra cualquier dejo lastimero rememorando noches de estrellas, y no precisamente del firmamento, sino como aquella de 1999, en la que la orquesta La Conspiración agolpó a 'más de 6 mil personas' en la esquina de la calle 29 con 25. 'Fue apoteósico'.
La culpa de que todo sea como es hoy –escaso, vacío– la tiene –dice Milton– la inseguridad que empezó a asolar el barrio. Recuerda él que Rebolo comenzó a ser considerado uno de los puntos críticos de la ciudad. 'Eso fue para 2005 o 2006. Aún era sostenible, con un lleno sencillo. Antes, se sobrepasaba'. Pero poco a poco fue mermando la asistencia. 'Te quedé esperando, no fuiste', reclamaba Figueroa a cualquier cliente regular que se hubiera ausentado por aquellos días. 'Es que el barrio está peligroso', era la respuesta que más recibía.
La muerte de Ralphy Cien, en 2010, debido a la descompensación que sufrió por sus problemas de diabetes, también le quitó el azúcar al rincón que compró con los beneficios que iba dejando aquella esquina hecha de salsa, que comenzó con una nevera de madera comprada por ‘la Mona’, su esposa, con su liquidación de Almacenes Ley.
'En 2007 se comenzó a notar el bajón de todo', exclama Milton, el hijo encargado de sostener ese patrimonio sentimental, quien subraya que fue una 'diabetes emotiva' la que también le bajó el ánimo a su padre. Y fue para ese entonces, también, que comenzaron a surgir las deudas.
Problemas en papel. A $14.230.418 asciende el valor del último recibo del impuesto predial de La Cien; una cifra que se ha ido acumulando desde el año 2004. Llegó a comienzos de 2015, pero ya, en ese momento, 'me habían llamado de (la Secretaría de) Gobierno para rematarla', cuenta Milton.
Y además de los ceros que se iban amontonando año tras año en ese impuesto distrital, el problema con los servicios públicos se agudizaba. Desde el año 2000 el agua no llega al estadero, porque se aglomeraron los recibos sobre la mesa ante la dificultad que suponía –o supone– pagarlos.
El impuesto predial que debe el estadero La 100 supera los catorce millones de pesos.
Conforme iban creciendo los saldos de los recibos, iba mermando la asistencia de uno de los templos salseros barranquilleros por excelencia. En un fin de semana, actualmente, 30 o 40 personas llenan de a ratos unas cuantas mesas. Ese es el promedio que logra calcular, mentalmente, el vástago de Ralphy Cien, quien lograba dejar de pie, toda la noche, a los asiduos de un estadero que solo cerraba la luz del Sol.
Se venden cuatro, cinco cajas de cerveza en un fin de semana de hoy. Antes, por ahí en 1999, 'bajaban un camión entero'. Algo así como un centenar de canastas de Águila. 'Hago el nombre de Dios. Abro así solo vaya un amigo cercano', dice el hijo del matrimonio Figueroa Cuello que hoy se encarga del legado paterno. Ya no es necesario que lo ayude su hermana Roxana, o los empleados eventuales de viernes, sábado y domingo de décadas atrás.
Que si solo venden cerveza, pregunto. 'Pura cerveza: Águila negra, Light, Club Colombia...', responde Milton. ¿Que si pide una de cada una? 'Debería pedir de todo, pero no hay capital'. Entonces Milton compra un par de cajas de Club el viernes, y así completa la oferta con las ‘light’ que le quedaron la semana, más la caja de ‘negras’ de la semana anterior.
'Ayer (el sábado anterior) llegaron unos clientes y me quedé sin cervezas'. Es una situación que se repite una y otra vez cada fin de semana, pues lograr completar el dinero para cada paca de ‘frías’ supone un desafío aparte del de mantener La 100 abierta a como dé lugar.
La ganancia de cada canasta son 20 mil pesos. Si vende las cinco, recogería 100 mil pesos. Esa es la rentabilidad máxima que, hasta ahora, puede conseguir en cada triduo del fin de semana. Cien mil pesos es lo que cuesta su trasnocho de cada ocho días.
¿Por qué no se ha aburrido de La 100? Vuelve a gravitar en medio de la conversación la pregunta. 'Siempre llega un amigo que le regala a uno algo. Son 40 mil pesos y le dejan a uno algo más'. Los casi diez clientes regulares que mantiene el lugar sostienen la carga nostálgica de esa esquina. Son otra razón para seguir.
El día de la suerte. Que recuerde, Milton Figueroa no ha dejado de poner a sonar Sonido bestial en el equipo de sonido que se instala como el corazón del recinto. Su diástole y su sístole lo marcan Richie Ray y Bobby Cruz, que se pelean con El día de mi suerte, cantada por Héctor Lavoe, el premio de la salsa que nunca falta.
Seguro de que la suerte de La 100 cambiará está Milton. No ha sido fácil mantenerla, como tampoco lo es pensar en cada peso necesario para inyectarle la dosis de vitalidad que se merece.
Los Figueroa Cuello no esconden que hay ofertas de compra, como tampoco se hacen los ciegos ante la posibilidad de solucionar los problemas del estadero. Pero puede más el alma nostálgica y la convicción de levantar un lugar que nunca debió secarse.
Por eso, la nueva generación está empeñada en sacudirle el polvo a los recuerdos y ponerlos tan relucientes como aquel lugar de las épocas de Ralphy.
Ralphy 100, junto a Rubén Blades y Willie Colón.
Óscar Augusto Urueta Figueroa, nieto del creador de ese fortín salsero, busca las memorias perdidas de su abuelo y su legado. ‘Pocho’, como es conocido en su círculo familiar y de amigos, se ha propuesto, junto a su esposa Juliana Escobar, rescatar los fragmentos de historia para lograr 'una evolución'. La 100 pasaría de ser solo un estadero a convertirse en 'un centro cultural con actividades atomizadas por toda la ciudad'.
Para obtener los recursos necesarios para hacer flotar nuevamente al lugar, el matrimonio Figueroa Escobar ha aplicado a varios estímulos que entrega el Ministerio de Cultura. 'Aplicamos al Plan Nacional de Concertación', puntualiza Juliana. Antes, lo habían intentando por otro portafolio, en la categoría de Archivo Sonoro, pero no fueron seleccionados.
Ahora, con un dossier bajo el brazo, apelan a la recuperación de la memoria histórica de Barranquilla para generar 'espacios de transformación social y cultura ciudadana, a través de fortalecer su emblemático centro cultural y sus prácticas'.
La filosofía del 'hombre más feliz del mundo', como llamaban a Ralphy, la quieren extender a la realización de un documental, a la consolidación de una serie de foros y charlas sobre la historia de La 100 y la música antillana, a la exhibición de una muestra con el archivo fotográfico que se alcance a recopilar entre los barranquilleros que le dieron la fama de templo del sabor.
Y aquí, seguramente, se halla el punto más importante del proyecto: el rescate de la fonoteca, una que marcó épocas de oro de la ciudad, y que viene a ser el alma del lugar, el sitio de residencia de su fama bien ganada.
Ese patrimonio de vinilos atesorado por quien fuera Rey Momo 1996, el Ralphy que sigue sonriente en uno de los pendones de su lugar más amado, sería el que pondrían a sonar cuando otro de los sueños se cristalice: que una fiesta, como las de antes, agite a los bailarines de zapato blanco como se debe.
Que Fiebre Tropical, la fiesta temática de sonoridades Caribe, haga relucir el piso que más bailarines ha puesto a dar vueltas en el barrio Rebolo. Así se cumpliría aquel deseo repetido incesantemente por Ralphy, casi un testamento: 'Que La 100 dure 100 años'. Y aún le hacen falta 46...