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Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Dante Alighieri, Miguel de Cervantes Saavadera, León Tolstoi y Maurice Druon reposan en una mole blanca de tres pisos que sería la envidia de cualquier cementerio del mundo. Pero lo que duerme en la antigua Casa Vargas, ahora Centro Cultural del Libro, no son los cuerpos sino los testimonios vivos del paso de grandes literatos por el mundo: los hijos de su imaginación que ‘esperan’ por ser reutilizados.

La construcción fue entregada en marzo de 2014 por la administración de Elsa Noguera y en ella fueron reubicados 75 libreros en igual número de locales, como parte del proyecto de recuperación del espacio público del Paseo Bolívar y el centro de Barranquilla.

Casi dos años después de estar en su ‘nuevo hogar’, las opiniones sobre el cambio entre los proveedores de la sabiduría en papel son encontradas.

'Al que le va bien habla maravillas, a los que les va mal muestran su descontento. Cada quien habla de la fiesta según cómo le va', explica José Bonett, uno de los comerciantes trasladados.

A las 7 de la mañana el único sonido que se escucha en la plaza San Nicolás es la voz del párroco que celebra la misa matinal en la iglesia del mismo nombre. Los parlantes del templo transmiten la homilía y los cánticos de los parroquianos que se encomiendan a Dios para iniciar sus labores.

En la entrada de la iglesia, Sergio Saldarriaga alimenta una bandada de palomas que gorjea animada. Llevaban dos días de 'ayuno', según el horario de alimentación que les ha implementado desde hace dos años el vendedor de chorizos.

'Los domingos y los lunes no les doy comida. De martes a sábado les traigo sagradamente dos bolsas de panes', cuenta el barranquillero de 56 años mientras desmigaja un pan de mantequilla y lanza los trozos al suelo que desaparecen detrás del batir de cientos de alas.

Saldarriaga lleva 45 años en su oficio. Tiene su puesto en la esquina de la calle 33 con carrera 43, una de las seis vías que desembocan en la plaza y que el alcalde Alejandro Char pretende peatonalizar.

El silencio de la zona se va rompiendo con la llegada de los vendedores. Sacan utensilios de cocina, prendas de vestir y las cocineras van poniendo carbón en sus braseros. Al igual que los demás negocios, Casa Vargas despierta de su letargo.

Al pasar las puertas de vidrio el clima se siente frío por el aire acondicionado, diferente al calor que empieza a alborotarse en la calle. El ambiente está un poco enrarecido por el olor a libro guardado que sale de las ‘fauces’ metálicas que han abierto los libreros y que ordenan metódicamente.

Cada texto tiene su lugar pero no tiene un orden establecido por características. En las vitrinas no hay discriminación ni categorías. Bien pueden estar mezclados Delirio de Laura Restrepo y Maldito Amor de Jorge Franco con la saga de Harry Potter de J.K. Rowling o Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins; compartiendo estante están las Cincuenta sombras de Grey de E.L. James con El nombre de la rosa de Humberto Eco, El Perfume de Patrick Suskind y la saga Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin.

Sin embargo lo que predomina en esta época son los libros escolares. 'Todo acá es por temporadas. En estos momentos se venden más ahora los libros de colegio, pero la situación el resto del año es mala', afirma Ivón Archbold que acomoda su mercancía a las afueras del cubículo 06, nombrado Maranatha.

Los textos de Santillana, Norma, el álgebra de Baldor y Libros y Libres le roban el protagonismo a Coelho, García Márquez, Rulfo, Boccaccio y Borges, que quedan relegados a puntos menos visibles.

Al frente, dos hombres sacan cajas de libros y las distribuyen en la entrada y a un costado del local 11. Uno de ellos es José Bonett, el otro es José Atencio Orozco, el propietario del puesto A. Oro.

La razón de que los dos libreros estén en un mismo lugar la explica Bonett, de 61 años:'de los puestos, 15 quedaron en el segundo piso. A mí me tocó uno de esos y allá no llegan ni los locos a comprar'.

Visiblemente contrariado, el vendedor asegura que les iba mucho mejor en la calle porque todo el mundo pasaba y ahora están 'como escondidos', aunque reconoce que los libros están mejor protegidos de la lluvia y la inclemencia del tiempo en la construcción que costó $3.144 millones.

Desde hace 32 años se dedica al negocio y asegura que no se había visto en una situación tan dura.

Mientras que la situación se compone, los libreros seguirán siendo los guardianes de 7 de la mañana a 7 de la noche de la sabiduría en papel y seguirán buscando que los grandes escritores y los no tan grandes, que alguna vez tuvieron un dueño, vuelvan a compartir su imaginación con otros lectores.