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Sucede que cada vez que los integrantes del buque Agatis ven una motonave acercarse, creen que se trata de ayuda y que por fin podrán irse a casa. Por eso el capitán del barco, Ravi Kant Vishwakarma, interrumpe la conversación y deja rápidamente su oficina para atender un nuevo aviso de la tripulación.

El aroma a nicotina quemada es intenso. En el escritorio, además de cartas de navegación, hay un cenicero con diez colillas de cigarro. En las paredes cuelgan registros de marinería y un mapa del océano Pacífico, Índico y Atlántico con varios puntos náuticos marcados.

'Es muy difícil para mí hacer el trabajo de todos, un solo hombre no puede y entiendo la situación (…) Mi tripulación me dio un ultimátum: nos vamos del barco. Una de las consecuencias es que tal vez nos pongan en la cárcel. Pueden ponernos en cualquier parte, pero no queremos estar más aquí', sentencia Vishwakarma al regresar al despacho. Su mirada se pierde entre las memorias al explicar la situación, mientras que con su mano derecha se toca el pecho en cada nueva frase.

Los 18 marineros indios del Agatis que fondean a tres millas del Puerto de Barranquilla, desde hace tres meses, están desesperados y tienen diversas formas de expresarlo. Algunos ya no concilian el sueño por las noches y otros se irritan con facilidad, hasta el punto de armar una gran querella por un baño sucio o negarse a hacer un favor. Hay quienes prefieren aislarse y unos pocos fuman más de lo habitual.

El barco, cuyo peso es de 16.498 toneladas, fue construido en 1996 para recorrer los mares, pero hoy es prácticamente una metálica isla de náufragos indios en aguas colombianas.

Llegaron a finales de octubre a Barranquilla desde Marruecos. Ingresaron al muelle de Monómeros, en noviembre pasado, para descargar un cargamento de rocas fosfóricas. Luego, fallas mecánicas de la motonave y una deuda de cuatros meses, que alcanza los 180 mil dólares, por parte de la compañía propietaria del buque, Pt. Meranti Bahari, los llevó a fondear más allá de Bocas de Ceniza. Con el transcurrir de las semanas, todos, excepto el capitán, renunciaron a sus cargos. Los marineros y su asesor jurídico, Martín Cabezas, alegan que el número y la gravedad de las fallas mecánicas del buque impiden su navegación, pero la Capitanía del Puerto de Barranquilla argumenta que la nave está en condiciones óptimas para llegar hasta Panamá (su estado de abanderamiento) y que 'las restricciones son para navegar en aguas restringidas como las del Puerto de Barranquilla'.

TRISTEZA Y LLANTO

Tripulantes como Sahil Venkateshawarulu, de 49 años, cejas pobladas y bigote encanecido, pueden romper en llanto con tan solo pensar en sus familias. Es montador de máquinas en el Agatis y padre un joven de 20 años y otra de 18. Toda su vida ha transcurrido sobre el agua, pero hoy esta misma lesiona su destino tanto en Colombia como en casa: Chennai, sur de la India.

A causa de las fuertes precipitaciones registradas desde octubre pasado en el estado indio de Tamil Nadu, al menos 330 personas murieron y dos millones resultaron damnificadas por inundaciones. Su familia hace parte del segundo grupo cuando perdieron su vivienda en diciembre. La voz de Venkateshawarulu se torna gutural mientras contiene las lágrimas. Gimotea un poco al tratar de hablar un inglés empírico.

'Ya saben, no he tenido dinero. La casa estaba embargada y mi familia está en la calle. No sé si comen bien. Mis hijos no pudieron volver a sus estudios', comenta con dificultad el tripulante en la sala de operaciones.

La última vez que se comunicó con sus familiares fue a principios de enero, antes de que el servicio satelital del barco dejará de funcionar por falta de pago. Las lluvias dejaron la región de Tamil Nadu en estado de emergencia y el gobierno estableció cerca de 210 campamentos para refugiar a más de 44 mil afectados, donde posiblemente esté su familia.

El montador de piel cobriza vuelve a sollozar. Luego dice que es la primera vez que le sucede algo así. Está acostumbrado a arreglar problemas industriales, pero esta vez ni siquiera sus conocimientos en mecánica y electrónica pudieron solventar las deficiencias en los aparatos del buque.

DESPERFECTOS

Desde el 29 de octubre pasado el principal compresor de aire se dañó. El convertor de agua salada a dulce está descompuesto, las baterías de radios VHF portátil a prueba de agua expiraron y un generador de energía no funciona desde hace cuatros días. Este y otros detalles hacen parte de las deficiencias en los equipos del Agatis que expone el capitán.

A través de un fallo de tutela del 21 de Enero de 2016, interpuesta por el asesor jurídico de la ITF y el apoderado de los tripulantes del buque, Martin Cabezas, el juez de tutela ordenó el suministro de 'todo lo necesario que la tripulación requiriera' para hacerse a la mar a su país de abanderamiento, con el plazo máximo del pasado 31 de enero.

El agente marítimo Bulk Maritime Agencies S.A.S., representante legal del buque en Colombia, informó que el pasado 28 de enero, en cumplimiento con la ordenanza, entregó 'a satisfacción del capitán' las provisiones, agua, cartas náuticas, combustible y correas para el compresor de aire auxiliar.

Sin embargo, en medio del bullicio de los motores y el olor a aceite viejo de la sala de máquinas, Vishwakarma asegura que el compresor auxiliar es de emergencia y no soporta la navegación de una embarcación como el Agatis. Que el barco no puede moverse hasta Panamá.

Entre los pasillos de la nave la luz es tenue, al igual que las conversaciones.

Hay miradas tristes, evasivas y hasta pérdidas en el mar, buscando tierra firme entre sus anhelos. En la zona de cafetería el fogaje de las estufas se impregna en los cuerpos, como un soplo lento y áspero que sube hasta los parpados. El olor de las lentejas cocinándose se mezcla con el del salitre en cubierta.

Allí el más viejo de la tripulación, Govind Raju, de 53 años, comenta que ya no duerme o por lo menos no descansa cuando cierra los ojos. Relata que al hacerlo solo imagina su regreso a Visakhapatnam, ciudad portuaria del estado de Andhra Pradesh.

Los rayos del sol en su rostro hacen que su expresión estreñida se vuelva casi que intimidante. Su cabello está sin peinar y su barba es espesa, como la de la mayoría de navegantes. Su tono de voz es más grave que la del resto y cuando habla mira fijamente. Dice que lo que más extraña en su tierra es a sus dos hijas de 22 y 24 años, a las que les prefiere reservar el nombre.

'No he podido enviarles dinero. Mi padre, quien se hacía cargo de ellas, falleció y no pude estar ahí. No sé cómo están ahora y eso me angustia', manifiesta el marinero, contramaestre de la embarcación.

A pocos metros, desde hace tres meses, la basura se acumula afuera de los tanques. Las moscas y mosquitos vuelan alrededor de estas, como abejas en panal.

El capitán Vishwakarma dice estar al tanto de la pandemia del zika en Latinoamérica y teme que en este criadero de mosquitos prolifere el temido aedes agypti. Pareciera que, al igual que la deidad védica cuyo nombre lleva (Vishwakarma), tiene ojos, brazos y pies en todos los lados del buque. No es el diseñador de los carros de vuelo de los dioses, pero sí fue el proyectista de las rutas navales del Agatis y sus 17 compañeros de viaje.

Shashi Kumar, de 32 años, proveniente de la ciudad de Palanpur, al norte de la India, fue uno de los encargados de conducir el navío. Como timonero y trabajador en cubierta, le molesta no poder llevar el barco a casa.

En Palandur, donde vive, del aire perfumado de los pinos la comunidad dice que tiene propiedades curativas. Pero hoy Kumar, al igual que el resto de la tripulación, solo percibe el olor salado del mar, lo cual se ha convertido para algunos en sinónimo de mala fortuna.

En cubierta su mirada se encuentra con la del capitán. Miradas cómplices de una desgracia que para ellos parece no tener arreglo.

Luego observan hacia el mar por inercia. Una nueva motonave se divisa a lo lejos, pero solo se trata de un buque pesquero. La tripulación ahora prefiere regresar al interior del Agatis, donde continúa la tortuosa espera.