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María Cristina Chaverra toma un pantalón de lino de una pila de prendas de vestir y lo extiende sobre una cama. Toma la plancha y la comienza a pasar por la tela con energía porque 'el lino es de los tejidos que más se arrugan', asegura con la experiencia que le imbuyen sus 32 años en el oficio de dejar la ropa sin arrugas.

Cuenta la mujer de 57 años que este trabajo le ha permitido sacar adelante a sus dos hijos, 'brindándoles educación para que fueran alguien en la vida', como recalca con un marcado acento antioqueño, que no ha perdido a pesar de vivir en Atlántico desde 1982.

Su hijo mayor, Juan David, es ingeniero industrial y realiza un doctorado en Desarrollo Sostenible, en Alemania; su hija, Luisa María, es auxiliar de enfermería y profesora de preescolar. 'Dejé de comer para que mis hijos estudiaran, para que salieran adelante y Dios me recompensó con dos profesionales que me hacen sentir orgullosa', manifiesta Chaverra colgando el pantalón aún caliente en un gancho.

'Llegué a Barranquilla de Medellín, cuando Juan tenía un año, a vivir con dos hermanos en un edificio en el Paseo Bolívar', dice tomando una camisa de cuadros azules con rojos. Sus primeros trabajos fueron en una droguería, pero la mala situación del establecimiento la llevaron a rebuscarse, 'y ahí empezó el cristo a padecer'.

Recuerda María Cristina que la primera planchada le tomó unas 20 horas 'porque era un ropero grandísimo' y que le pagaron 4.000 pesos, 'que en esa época alcanzaban más que ahora', pero no era suficiente.

'Una amiga me dijo que vendiera ‘bolita’ (chance) y yo me le medí porque uno no puede dejarse derrotar y hay tiene que hacer lo que se puede para no dejarse ganar', indica con firmeza.

En 1989 nació su segunda hija y la situación se hizo más complicada. 'En las mañanas lavaba y planchaba ropa. Regresaba a mediodía a la casa y les preparaba el almuerzo. A las 3 de la tarde salía a vender chances y regresaba a las 10 de la noche. A veces me levantaba a las 2 de la mañana para hacer fritos y venderlos. También preparaba almuerzos y trabajé en oficios varios', relata la mujer al compás del movimiento de apisonadora con su brazo derecho: adelante y atrás, adelante y atrás.

María Cristina tiene el cabello corto a la altura de las orejas, a medio camino entre blanco y rubio, con trazos negros. Su rostro está surcado de arrugas profundas. Afirma que su apariencia es de una mujer de mayor edad, pero que eso no le importa porque son la prueba de su esfuerzo para educar a sus hijos.

'Me descuidé de mí por estar con ellos, porque primero estaban sus estudios que conseguir esposo. Ahora recojo la cosecha de lo que sembré', señala con el orgullo que le da que Juan David 'fuera premiado en Alemania por un proyecto de Desarrollo Sostenible'.

En noviembre de 2014, la ministra de la Educación e Investigación del país germano, Johanna Wanka, premió al investigador como uno de los 25 talentos verdes de ese año por las herramientas que ingenió para impulsar el desarrollo del campo con bajas emisiones de carbono.

Juan David Sepúlveda explica que el galardón fue por las investigaciones en temáticas vinculadas con la gestión tecnológica, la eficiencia energética y la responsabilidad social empresarial dentro del contexto del desarrollo sostenible.

El reconocimiento le ha permitido además hacer en suelo alemán las investigaciones de la tesis que adelanta para un doctorado en desarrollo sostenible que realiza en la Universidad de Manizales, becado por Colciencia.

'Mi mamá ha sido un ejemplo de sacrificio, de fuerza para salir adelante y no dejarse ganar por la vida, siempre seguir luchando', expresa el investigador. Cuenta que el sacrificio de María Cristina también lo empujaba a hacer los suyos, como caminar desde la Universidad de Atlántico (donde hizo su pregrado), en el corredor universitario, hasta su casa en Hipódromo.

'A veces uno joven no entiende las cosas, pero cuando va creciendo se da cuenta de cómo son en realidad', dice el ingeniero industrial.

María Cristina continúa planchando esporádicamente porque no sabe 'estar sin hacer nada'. Toda su vida valiéndose por ella misma, motivada por educar a sus hijos la llevó a no comprender otra manera de vivir. Ahora disfruta de sus cuatro nietos (tres niñas de su hija y un niño de su hijo).

'Mis hijos me han pedido que deje de trabajar, pero yo seguiré hasta que mi Dios lo permita. Ahora me esfuerzo por mis nietas, para que no les falte nada', afirma la mujer mientras termina de planchar una camisa.