Quienes saben lo que implica formar parte del universo educativo no dudan en afirmar que se necesitan 'compromiso y amor' por la docencia para dedicar sus vidas a ella. Eso sucede con la familia Llinás Torres: la madre, cuatro de sus cinco hijos son docentes y, para seguir la herencia, una nieta ya está dedicada a esta 'gratificante tarea', como la califican.
La historia de esta saga familiar comenzó con Tacia Torres de Llinás, quien habla sobre el tema con propiedad y soltura. En su voz se percibe el valor que le asigna a la pedagogía infantil. No en vano esta sabanalarguera ha entregado 52 de sus 78 años de vida a la enseñanza de preescolar y básica primaria. Cuando se refiere a los niños, en su rostro se dibuja una sonrisa que denota el cariño que siente por ellos. Eso la llevó a crear hace 26 años el Centro Educativo El Paraíso de los Niños.
Sus estudios de bachillerato los realizó en la Escuela Normal Superior Santa Teresita, de su tierra natal. Desde antes de culminar esa etapa tenía claro que quería pasar sus días 'en salones llenos de chiquillos'. Eso fue lo que la motivó a matricularse y cumplir el programa de Licenciatura en Administración y Supervisión Educativa, en la Universidad de La Sabana de Bogotá. Años más tarde, consolidó su preparación con un posgrado en Orientación y Desarrollo Humano.
Para ella, la educación ha dado un vuelco significativo y está de acuerdo con los avances tecnológicos y el surgimiento de nuevas herramientas didácticas, por lo que manifiesta que deben ser aprovechadas de la mejor manera por los maestros. 'Son muchos los cambios en la educación, por eso tenemos que actualizarnos y adaptarnos a los que favorecen el aprendizaje', dice.
PASIÓN HEREDADA. Torres se casó con Rafael Llinás Roca, con quien tuvo cinco hijos. Cuatro de ellos decidieron seguir los pasos de su madre y encaminarse hacia la docencia. Francisco Llinás Torres, el mayor, tiene 53 años y es ingeniero electrónico de profesión. Hace 12 empezó su misión como docente, dictando clases de Física, Ciencias Naturales y Matemáticas.
Desde su óptica, la pedagogía es algo que se lleva en las venas, por lo que considera indispensable sentir ganas de servir a los demás. A diferencia de su progenitora, su experiencia ha sido con jóvenes de educación básica secundaria, con quienes también comparte su pasión por la música enseñándolos a tocar bajo, guitarra y tiple.
Francisco está vinculado al Magisterio del Atlántico desde hace cuatro años y trabaja en la Institución Educativa Técnica La Peña, corregimiento de su Municipio. 'Tratar con personas es un reto y no es lo mismo en la ciudad que en lo rural porque son contextos distintos. Por eso, hay que entender el compromiso de hacer lo mejor', agrega.
Hace 32 años, su hermana Margarita enfocó su vida hacia el mismo horizonte. Aunque confiesa que su gran pasión es la Psicología Clínica, se decantó por la Licenciatura en Educación Física para concretar su sueño de ejercer como formadora.
En 1990 empezó a dictar clases en el Colegio La Enseñanza de Barranquilla, donde trabajó hasta 1995. Antes de finalizar el año, fue nombrada por la Secretaría de Educación Departamental para empezar a trabajar en el Bachillerato Técnico Comercial de Sabanagrande, donde estuvo hasta agosto de 2000.
Con base en su experiencia, afirma que en los sectores público y privado el contexto y la realidad de los estudiantes varían. Sin embargo, dice sin titubear que las exigencias son las mismas.
MISIÓN GRATIFICANTE. Jhonny, el segundo de la familia, tiene 51 años y sus prioridades están ligadas a los idiomas. En consecuencia, decidió estudiar Licenciatura en Lenguas Modernas, Español e Inglés. Es visto por sus hermanos como un ejemplo y sostiene que enseña debido a su 'amor por el estudio'.
Actualmente trabaja en el Colegio de Sabanalarga (Codesa) y también es catedrático del programa de Lenguas Modernas de la Universidad del Atlántico. 'La clave para lograr que a los estudiantes les guste mi clase es mantener una relación de confianza. Por eso manejamos un trato cordial y soy su amigo', dice.
Mónica es la menor de los Llinás Torres. En 1990, como su mamá, se graduó como bachiller pedagógica de la Escuela Normal Superior Santa Teresita de Sabanalarga y siendo una niña descubrió su fascinación por la música, siempre le ha gustado cantar y tocar guitarra. Aunque deseaba ser psicóloga, por cuestiones económicas escogió estudiar licenciatura en Música.
Está laborando en la institución donde terminó su bachillerato y se siente orgullosa por disponer de esa oportunidad. Comparte sus conocimientos con chicos de diferentes edades, desde párvulo hasta undécimo.
Lo cierto es que Mónica no puede ocultar sus emociones. 'Trabajar con niños es descubrir el mundo, ellos se admiran al escuchar un instrumento. El preescolar es lo más gratificante', afirma.
TERCERA GENERACIÓN. Para no dejar acabar esta herencia familiar, Adriana Llinás Pisciotti, hija de Francisco, es la abanderada de la tercera generación educativa de su familia. A sus 25 años, acumula siete trabajando con niños de preescolar, básica primaria y en proyectos de alfabetización. Desde su óptica, la vocación va de la mano con el ejemplo que ha observado a diario en su familia.
Sus primeros pasos como pedagoga los dio en el colegio de su abuela y, en 2009, estuvo vinculada al colegio Ateneo El Rosario, de Valledupar. 'La vida nos pone donde debemos estar. Cuando haces las cosas con amor es algo satisfactorio y te das cuenta de que estás en el camino correcto', dice.
En este momento, Adriana cursa cuarto semestre de Matemática Pura en la Uniatlántico y contempla preservar la ruta que emprendió su abuela. Para conseguirlo, asevera que es preciso tener la mejor disposición para llegar a los demás.
Una pasión compartida
Otro ejemplo del compromiso de una familia por la educación es el de Mery Indaburo y su hija Shirley Vega. La madre tiene 43 años de experiencia en la docencia y hace nueve meses es rectora en la IED Brisas del Río en Barranquilla. Afirma que compartir con niños y jóvenes es una 'misión fascinante'. Shirley es coordinadora en la IED La Esmeralda. El aprecio por la labor de su mamá la impulsó a ser maestra.
Un baranoero es el docente más joven del Atlántico
Los días de Wilson Rada transcurren en los salones de clases de la Institución Educativa Roque Acosta Echeverría, de Galapa. Su llegada a la docencia se produjo de forma inesperada. Lo curioso es que cuando niño manifestaba que no tenía intenciones de ser maestro, pues no se veía en un aula trabajando con chicos.
Sin embargo, el destino le tenía preparada una sorpresa. Su formación como normalista la realizó en la misma institución donde terminó sus estudios, en la Escuela Normal Santa Ana de Baranoa. En 2010 culminó ese proceso y empezó a estudiar Licenciatura en Biología y Química en la Universidad del Atlántico.
Hace tres años, Wilson participó en el concurso docente departamental, en el que ocupó la décima casilla para su propia sorpresa. Hoy, a sus 22 años, es el docente más joven del Atlántico. Para él, la oportunidad de trabajar con seres humanos, sobre todo si son menores, es la 'oportunidad precisa para aportar a la sociedad'.
Desde su perspectiva, la mayor bondad del oficio se fundamenta en contribuir con la formación académica de los niños. 'Cuando logras entender eso, empiezas a amar lo que haces y ahora no me veo haciendo algo diferente', expresa.
Wilson también trabaja con jóvenes que validan sus estudios de bachillerato en el Centro Tecnológico de Baranoa, lo que ratifica su convicción por la misión que lo supo cautivar.
Margarita y Mery, las de más experiencia en el Distrito
A sus ocho años, Margarita Rebolledo ya reunía niños en su casa para armar su ‘escuelita’ y leer cuentos con ellos. Eso la entusiasmó mucho, tanto que asegura que la decisión de ser profesora la tomó desde muy joven. Estudió en Baranoa hasta cuarto de bachillerato –hoy noveno grado– y luego se desplazó a Santa Marta, donde terminó su preparación como normalista. Luego ingresó al programa de Educación Artística en la Universidad del Atlántico.
Margarita es la docente activa de mayor edad en Barranquilla, con 70 años y 43 ejerciendo el oficio, se desempeña en la IED María Auxiliadora, en el barrio La Magdalena. Ella continúa trabajando porque al llegar a la edad de retiro forzoso le faltaban tres años para completar los 20 necesarios para aspirar a la pensión. Si no hubiera prosperado su proyecto como docente, cree que habría escogido ser religiosa, algo que le gustaba sobremanera pues estudió en un colegio de monjas. No obstante, no hay señales de arrepentimiento en ella y, por el contrario, asegura que disfruta transmitiendo enseñanzas a niños.
Estar cerca de los menores es algo que disfruta de manera especial, pues vive cada instante como si fuese la madre de los niños. En su opinión, lo más difícil es manejar la 'apatía' de algunos padres de familia que 'no se comprometen' con la educación de los chicos. Sin embargo, dice que 'es esencial' buscar la forma de contribuir con su progreso.
Mery Hinestroza Andrade decidió ser educadora porque es una misión que también llamó su atención desde temprana edad. Empezó a ejercer en 1982 y su arribo a la IED Ciudadela Estudiantil se produjo el 8 de marzo de 1988, fecha en la que el plantel abrió sus puertas a la comunidad.
A sus 68 años es la segunda docente de mayor edad en Barranquilla. 'He estado tan enamorada de la institución y la comunidad que solo he tenido corazón para pensar en lo bueno de este colegio. Desde antes de su creación, pensé que se necesitaba y cuando se hizo realidad supe que había que dedicarle todo el amor y tiempo', agrega.
Trabajar en aceleración del aprendizaje con jóvenes en ‘extra edad’ es una misión compleja. Sin embargo, es un reto que asume con la mayor disposición. Desde su modo de ver, la clave radica en 'hacerlo con entereza'.