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Es viernes y este amanecer se vive de forma particular. El periodista despierta y de inmediato siente los nervios propios de un novato; la grabadora y la libreta de anotaciones se quedan en casa para ceder su lugar al chaleco verde fosforescente, las botas de seguridad y el silbato. Por más de seis horas, los deberes no estarán focalizados en la sala de redacción, su hábitat natural. Hoy, la tarea encomendada es trabajar como orientador de movilidad.

Son las 7:20 de la mañana y en la intersección de la calle 76 con carrera 50, uno de los puntos con tráfico congestionado en Barranquilla, observo a una joven morena y delgada que lleva puesto el mismo uniforme que defenderé. Antes de bajar de la camioneta que me traslada hasta el lugar asignado por la Secretaría de Movilidad del Distrito, para llevar a cabo esta labor, me tomo unos segundos para analizar el menor de sus movimientos.

El ejercicio fue realizado en la intersección de la calle 76 con carrera 50, al norte de Barranquilla. En la imagen, autorizando la circulación de varios vehículos.

Con absoluta confianza y precaución se desplaza por la zona, haciendo gala de la práctica que este servidor desearía tener en ese momento para cumplir de la mejor manera su esporádico compromiso. A fin de cuentas, un breve repaso en el terreno es la alternativa ideal para afianzar los conocimientos adquiridos, pocas horas antes, durante la jornada de inducción al oficio.

En la inducción, los orientadores reciben clases sobre seguridad vial y normas de tránsito. Además, aprenden cómo regular los vehículos y cómo ayudar a los peatones.

Siento que es un buen momento para despojarme del miedo escénico, me acerco para presentarme formalmente y, luego, ella hace lo mismo. Su nombre es Gina Herrera, tiene 26 años y hace seis meses trabaja como orientadora. Después de darme varios consejos para evitar un sofoco innecesario, indica que la hora ‘pico’ del sector está a punto de comenzar.

Y no se equivoca. Cinco minutos después de haber pronunciado esas palabras, el flujo vehicular en la intersección empieza a subir. Debido a que el grueso de automotores transita por la calle 76, inicialmente me hago cargo de la carrera 50. Si bien la circulación es menos densa sobre ese tramo de la vía, la comunicación entre los facilitadores de tránsito debe ser muy precisa para evitar un episodio lamentable en la vía.

Para nadie es un secreto que la tarea diaria de los 300 orientadores de movilidad dispuestos para mitigar los contratiempos en distintos sectores de la capital del Atlántico es compleja y están expuestos a imprudencias de distintos actores de la vía. Conductores de autos particulares, de servicio público y de motocicletas han provocado accidentes en los que han resultado lesionados hombres y mujeres que se ganan la vida en esta labor.

Primer desafío

Es innegable que la tarea de regular el tráfico necesita una alta dosis de concentración, coraje y amabilidad. El comienzo de este desafío, como buen nuevo reto, se vislumbra bastante complicado. Aunque muchos conductores atienden las señales impartidas por los orientadores, algunos hacen caso omiso y alteran la correcta disposición vehicular en el sector.

'A eso estamos expuestos en todo momento', dice Gina después de darles la vía a los vehículos que se desplazan por la 76. Una de sus primeras sugerencias apunta a no autorizar el paso hasta tanto la primera fila de carros, buses y motocicletas no se haya detenido.

Los minutos transcurren y, con ellos, empiezo a ganarle el pulso a la situación. Los nervios han desaparecido y eso permite desarrollar con mayor soltura el trabajo delegado. En esa intersección, la referencia para el orientador es el semáforo ubicado en la esquina de la carrera 49C. Aunque sobre el papel parece simple, conductores con actitudes egoístas se encargan de complicar las cosas.

A las 9:15 de la mañana, cuando el tráfico ha mermado por ser hora ‘valle’, es el momento para un breve descanso. Quince minutos son suficientes para cumplir la labor periodística de la que no me puedo desprender por completo.

Durante el receso

El tiempo muerto fue el lapso apropiada para conocer detalles de la labor que Gina y los restantes facilitadores realizan en Barranquilla. Su turno empieza a las 6:00 de la mañana. Como ella vive en el barrio Simón Bolívar suele despertar una hora y media antes para llegar a tiempo al lugar que le asignen.

En su opinión, el primer horario crítico de la jornada matinal va de 7:30 a 8:30, mientras el otro empieza a partir de las 11:00 y se extiende hasta las 12:30 de la tarde.

Aunque alguna vez estuvo a punto de sufrir un accidente por cuenta de la desconsideración de un conductor, sin dudarlo, Gina afirma que 'disfruta' lo que hace. Lo más reconfortante para ella es detener el tráfico para que avancen los peatones.

Lo bueno y lo malo

Trabajando como Orientador de Movilidad uno puede recibir halagos y agradecimientos, pero no está exento de groserías. Nunca falta la persona que grita cualquier obscenidad por no darle la vía cuando se le antoja. En este oficio, como en todos, es indispensable obrar de forma equilibrada, aunque algunos se sientan merecedores de un trato preferencial sin razón alguna.

Pero no todo es negativo. De hecho, son más las cosas buenas. Es sumamente gratificante cuando alguien baja la velocidad para decirte 'gracias por su labor' o 'bien hecho'. Como lo reza el adagio, son esos pequeños detalles los que enaltecen el trabajo de un ser humano. Después de vivirlo, entiendo por qué Gina disfruta priorizando al ciudadano que cruza la calle a pie. Es suficiente escuchar un 'gracias' como retribución.

No hay duda de que detrás de los uniformes, el chaleco reflector y los guantes fosforescentes hay seres humanos dispuestos a soportar las inclemencias del clima barranquillero y hasta los comportamientos censurables de algunos ciudadanos. La experiencia de vivir una jornada en los zapatos de un orientador de movilidad es de las cosas que nos permite dimensionar el valor de su función y el aprecio que deberíamos sentir por su labor.