Si las alas de un helicóptero no hubieran cruzado el Canal de Sicilia hasta su diminuto cuerpo, no habría sobrevivido. Sus cinco días de vida habrían acabado ahí, en medio del Mediterráneo. Tuvo suerte. Médicos Sin Fronteras rescató a ese niño junto a su madre y su mellizo en una embarcación atestada de personas en alta mar. Ese mismo día, alrededor de 6.500 arriesgaron todo por llegar a Europa: muchos eran menores, viajeros cada vez más numerosos en estas peligrosas travesías. Representan el 40% de las personas que cruzan el Mediterráneo, denuncia Save The Children, y lamentan: la muerte de Aylan Kurdi, que conmocionó al mundo hace justo un año, 'no cambió nada'.
La fotografía se repitió en los periódicos e informativos de un lado a otro del globo. Aylan, un niño sirio de tres años, yacía boca abajo mientras las olas impactaban contra su cuerpo. Era una víctima mortal de la migración forzosa que empuja a miles de refugiados y migrantes hacia Europa en embarcaciones precarias. Cruzan el mar de este modo porque no tienen otra forma de llegar de manera segura, como han denunciado ellos mismos y las organizaciones humanitarias.
Muchos de los que se atreven a meterse en uno de esos barcos mueren en el camino, aunque es difícil saber cuántos. Pero Aylan estaba ahí. Su cuerpo quedó expuesto empujado hasta la orilla y fue difícil cerrar los ojos ante la instantánea. Las palabras de condolencia se repitieron entre los representantes europeos y nacionales. Pronto se transformaron en lágrimas de cocodrilo.
Vinieron entonces las excusas. El discurso europeo cambió en cuestión de meses, del llanto por Aylan al 'no vengáis a Europa' – dicho literalmente por el Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk–, al tiempo que activaban un plan de reubicación y reasentamiento de refugiados que nunca llegaron a cumplir. A este ritmo, la Unión Euroopea (UE) tardaría 43 años en terminar de reubicar a los 16.000 refugiados que prometieron acoger, mientras las llegadas de niños por el Mediterráneo representan ya un 40% del total, según Save The Children.
Sin noticias de la UE
A bordo del bote hinchable hacia Italia, nueve de cada diez niños viajan solos. Unicef alerta con esa cifra de que las llegadas de los menores no acompañados por el Mediterráneo central 'son alarmantes'. Antes, el precio para alcanzar nuestras costas en la ruta más transitada actualmente pasa por Libia, donde muchos sufren violaciones, torturas y abusos sexuales, según la organización.
Pasada la pesadilla de la travesía, los pequeños que consiguen llegar lo hacen a una Europa que les recibe con nuevas vallas y un trato diferente según sea el color de su pasaporte. 'En Europa vigilamos que los niños se pongan el cinturón, que entren a ver ciertas películas al cine con una edad adecuada, hasta que las mochilas del colegio no pesen más de lo adecuado. Esa visión de la infancia no se aplica en el caso de los niños refugiados', recuerda David del Campo, director de Cooperación Internacional de Save The Children.
En Grecia hay actualmente 27.500 menores atrapados sin poder avanzar ni retroceder. Ya no llegan las imágenes de bebés y niños sin zapatos en el barro que dejaba el invierno pasado el campamento griego de Idomeni. Pero las ONG aseguran que la situación no ha mejorado. 'Las condiciones de alojamiento siguen siendo muy precarias: solo un tercio de estos niños está en los centros de refugiados más formales', apunta Sara Collantes, experta en Políticas de Infancia de Unicef España. Los otros dos tercios quedan fuera del sistema educativo y de recibir servicios básicos dignos.
La organización recalca también que la ausencia de vías seguras para los niños que huyen de la guerra sigue empujando a cientos de menores al mar. 'Pensamos que las respuestas de la UE siguen siendo muy limitadas, y que deben acelerarse las reubicaciones y los reasentamientos. Los sistemas de protección siguen estando desbordados y se necesitan mucho más recursos', añade Collantes.
Niños solos: 300 km en alta mar
Vivía una situación insoportable para la ingenuidad de una niña. En el mundo particular de una pequeña de seis años, las vallas de metal pueden cortarse con cuchillos de plástico. Así que lo intentaba, y lo intentaba, sin éxito. Marzo dejó con ella otra imagen que abofeteaba la comodidad Europea: l a de Zahra, la niña siria atrapada en uno de los centros de detención de las islas griegas.
Allí siguen conviviendo actualmente menores privados de libertad, a la espera de que se les deporte a Turquía en virtud del acuerdo entre el país euroasiático y la UE. El pacto, duramente criticado por multitud de organizaciones humanitarias y la propia ONU, dio el portazo definitivo a la ruta más transitada hasta el momento (Turquía-Grecia) y dejó paso a la única alternativa viable: el camino de Libia a Italia.
Los botes atraviesan 300 kilómetros, cargados hasta los topes con centenares de personas a bordo. 'Las vías son ahora mucho más peligrosas, más mortíferas. Los niños siguen sin tener vías legales para poder llegar', denuncia del Campo.
Salen en busca de futuro y llegan prácticamente sin él. En Italia no hay centros de detención cerrados –como sí los hay en Grecia–, pero algunos de los menores que viajaron solos hoy malviven en la calle. La mayoría quiere alcanzar a sus familiares, ya ubicados en algún país del norte de Europa, pero no pueden. La vía de la reagrupación familiar 'no se tiene en cuenta ni se facilita', recuerda Save The Children, pese a ser una de las alternativas más importantes para garantizar la protección de los menores. Unicef también hace un llamamiento para facilitar esta vía de reunificación familiar, más restringida en países como Alemania y Suecia en esta crisis humanitaria.
Ha pasado un año y al menos otros 550 niños ahogados en el Mediterráneo desde la mañana en la que el mundo despertó con la imagen de Aylan Kurdi, según las cifras de Unicef. Si los días que vienen transcurren como hasta ahora, con o sin foto, seguirá habiendo más 'Aylanes', más ' Zahras' y más ' Omrans' a las puertas de Europa.