Seis minutos pueden sentirse eternos cuando la acción que se ejecuta implica riesgos. Eso fue lo que experimentaron dos patrulleros de la Policía Metropolitana de Barranquilla, el viernes en la noche, cuando recibieron una llamada de emergencia que los llevaría a cumplir una misión en la que el coraje de ambos sería puesto a prueba.
Carlos Castro y Ronald Romero estaban a punto de finalizar su turno cuando recibieron el mensaje de alerta que los hizo extender su jornada laboral. Eran las 9:05 p.m. y la lluvia arreciaba, mientras ellos cumplían su labor habitual. Se desplazaban por la carrera 45 con calle 60, a bordo de su motocicleta, y para llegar al punto donde reportaron la emergencia –carrera 43 con 61– tuvieron que esquivar tres caudalosas corrientes.
'El riesgo no lo vivimos durante el procedimiento, sino en el traslado hasta el lugar. Estábamos a cuatro cuadras del sitio y tuvimos que exponernos a la corriente de tres arroyos para llegar al sitio de la emergencia', recuerda Castro.
Llegaron al lugar, encontraron dos vehículos atascados sobre el costado izquierdo de la vía y notaron que había dos personas dentro de los autos. La corriente ‘arropó’ gran parte de uno de los automóviles, el otro se escudaba un poco debido a la ubicación del primero, que recibía el impacto directo del peligroso caudal.
Romero admite que el apoyo de la comunidad fue vital. 'Con la ayuda de algunas personas que nos hicieron llegar varias cuerdas, logramos atar los vehículos a la base del semáforo e irnos contra el agua para sacar a las dos personas de los carros', agrega el patrullero.
Cuenta que tuvieron que desafiar la fuerza del arroyo para abrir una de las puertas traseras de los vehículos y hacer que los ocupantes dejaran el asiento del conductor y evacuaran por donde ellos lo habían dispuesto. 'Era la única manera de salir del carro porque la parte del frente estaba expuesta a la corriente', completa su compañero Castro.
En otras circunstancias, seis minutos pasarían rápido. Para ellos fueron inacabables, pero les queda la satisfacción de haber ayudado a dos seres humanos, personas a las que sus familias esperaban sanos y salvos en casa. Gracias a esa determinación, la emergencia no pasó de ser un susto enorme.
Castro y Romero coinciden que el día después se vive con una emoción especial. 'Sabemos que para salvar a alguien del peligro tuvimos que arriesgar nuestra integridad y la tranquilidad de nuestras familias, pero eso es lo que nos lleva a hacer este uniforme', dice el primero con la venia de su compañero.
No se enteraron de los nombres de quienes rescataron, pues afirman que las emociones y la tensión del episodio hicieron olvidar el saludo protocolar. Los rasgos físicos, la voz y, sobre todo, la gratitud de los ciudadanos anónimos son 'los mejores recuerdos' de esa noche para los dos policías.
Entre risas, confiesan que sus familias no se han enterado de la heroica misión. Sea este un buen momento para ponerle punto final al secreto y reconocer el valor de ambos patrulleros.