En el taller automotriz de César Sierra Polo, un sanjuanero que trabaja entre herramientas pesadas y cajas, hay un espacio diferente. Está en el área de labores, desprovisto de estándares técnicos, pero lleno de todo el ingenio de quien desde hace 16 años se olvida por momentos del trabajo para hacer algo que le apasiona: cuidar las iguanas que llegan a sus manos.
Sierra, de 59 años, de rostro enrojecido por el sol y vestido con un overol viejo y manchado de aceite, confiesa que en su niñez y adolescencia le gustaba cazar iguanas, junto a sus amigos, en las zonas enmontadas de su natal San Juan Nepomuceno. Era parte de la recreación de una época en la que no había juegos electrónicos ni teléfonos inteligentes, pero que comenzó a cuestionarse con el paso de los años.
'Uno va creciendo y se da cuenta de que todo lo que hace tiene un peso y, en el caso de las iguanas, ya sea cazarlas o rajarlas para sacarles los huevos, representa un daño irreparable para la naturaleza. Por eso, como una forma de enmendar en algo lo malo que hice por error, hoy en día me gusta cuidarlas', dice Sierra.
Aunque, según Sierra, desde hace varios años dejó atrás cualquier práctica que atente contra estos reptiles, fue en 2001 cuando decidió abriles un espacio en su taller, ubicado en frente de la iglesia San José.
A manos de César Sierra llegan iguanas heridas, a las que les han extraído sus huevos y quedan a merced de la calle, al igual que otras que recoge porque siente que están en peligro por 'los pelaos necios'.
Las que están heridas las cura con mercurio y agua oxigenada. Pero dice que, en un 95% de los casos, mueren porque no logran recuperarse.
Cuando se aproxima la Semana Santa y los huevos de iguana son más apetecidos por quienes comercian con fauna silvestre, en el taller de César Sierra está listo un pequeño resguardo.
Se trata de un promontorio de arena de casi un metro y medio, rodeado de plaguicida contra hormigas, con el fin de que estas no se coman los huevos.
Está dividido por cuatro cubículos de madera, reforzados con alambre, donde las iguanas se esconden para dejar sus huevos bajo la arena. En el montaje, sostiene Sierra, invirtió $500.000.
Según el sanjuanero, una iguana puede poner, en promedio, unos 40 a 50 huevos. Estos no suelen quedar en el centro del promontorio de arena que tiene acondicionado en su taller, sino en las esquinas, explica.
Después de que los huevos quedan bajo la tierra, César Sierra los saca manualmente en un recipiente plástico y separa aquellos que están juntos 'porque se dañan y no nacen las iguanas'.
Algunos huevos, que se ven con un tono oscuro, entre negro y café, sierra los desecha porque están convencidos de que no sirven. Esos los utiliza para la alimentación de un par de gallinas que merodean dentro del taller.
Posteriormente, Sierra coge los huevos y los oculta dentro de otro redondel de arena, subdividido en cuatro huecos, donde los acomoda en grupos. Luego tapa los orificios con láminas de icopor y les echa más tierra encima para que no ingrese el sol. Ahí la temperatura debe ser de unos 35 grados centígrados.