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Son las diez de la mañana y el viento aún no resucita en Pendales, corregimiento de Luruaco (Atlántico). Camilo Sarmiento Torrado agarra el viejo mango con sus manos arrugadas, recubierta de la piel dura que forja el campo. Lo observa como quien examina los restos de un ser querido. Un suspiro surge de su boca, un nuevo pliegue en el ceño.

Camina bajo la sombra de uno de los 30 árboles de mango que tiene en su finca ‘Torcoroma’; sobre un cementerio de hojas secas y de frutos perdidos, mientras la fragancia rancia en el aire se mezcla con el fogaje de la tierra. El fruticultor murmura entonces que los mangos 'no resucitan' en Pendales.

'Este año ha habido superproducción con la cosecha por las lluvias del año pasado, la empresa privada no da abasto como en otros años y la despulpadora se convirtió en un ‘elefante blanco', explica escuetamente el finquero, al tiempo que levanta la gorra de su cabeza desteñida para secar el sudor de la frente.

Los productores frutícolas del corregimiento denuncian que están perdiendo entre 500 y 600 toneladas de mango por los problemas de comercialización. Camilo Sarmiento es el representante de la Asociación de Productores de Frutas y Hortalizas de Pendales, Asoprofrupen, lleva 35 años en el oficio y dice que nunca habían experimentado tanta perdida del producto.