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En la calle 36 entre carreras 38–39, en el Centro Histórico de Barranquilla, hay un mural en donde se leen dos palabras entrelazadas: realidad y magia. El escrito está sobre el lienzo de cemento del Museo del Atlántico, que pese a haber sido recuperado, sigue siendo opacado por las basuras, la informalidad y las miniollas de microtráfico.

En una sola cuadra, durante un domingo al mediodía, se logran contabilizar unos 15 habitantes de la calle, quienes de apoderan de ese sector. Varios de ellos consumen drogas a cielo abierto y a pleno sol. Otros duermen, se alimentan o reciclan residuos.

Una montaña de basura dispersada por el andén acompaña el panorama. Los ciudadanos que trabajan en áreas aledañas confirman que la escena es 'el pan de cada día'.

'Esto ha sido así por muchos años, los consumidores se han apoderado del entorno y sin importar que este lugar haya sido remodelado. Los malos olores y las basuras no acaban', cuenta Carlos Rangel, director de una ferretería cercana.

Hace referencia a los trabajos que la Gobernación del Atlántico y el Distrito de Barranquilla han realizado para recuperar el centro de la ciudad, especialmente el espacio cultural.

De acuerdo con la directora de Asocentro, Dina Luz Pardo, 'los niños que llegan en buses para visitar el museo se encuentran con la situación de los indigentes, quienes no solo hacen sus necesidades en el espacio público, sino que también consumen y fabrican drogas'.