'Soy un enamorado de este oficio. He vendido libros apasionadamente por casi cincuenta años y por primera vez me siento desencantado'. La confesión la hace José Ulises Arteta desde una mole de letras, su despacho de trabajo. Es el librero más canoso del Centro de Barranquilla, uno de los más antiguos del negocio, y uno de los que más le teme a una desaparición apocalíptica.
Es que cada vez reciben menos clientes, se venden menos libros y hay más enemigos, dice. Basta con mirar a su alrededor, en el Centro Cultural del Libro de Barranquilla, donde permanecen expectantes unos 78 libreros y más de 150.000 ejemplares a la espera de un buen lector. Son las 10 de la mañana de un viernes y no hay ningún comprador.
'Ha sido terrible desde que apareció la tecnología y el Internet para competir con sus paquetes de libros y plataformas digitales. Creo que hasta aquí hemos llegado', rezonga José, quien comercializa un mundo de textos junto a su esposa Orfelina Granados, tan canosa como él.
Atrás ha quedado, recuerda con nostalgia, aquellas épocas doradas de los años 70, cuando los intelectuales y padres desesperados de la ciudad arribaban a las calles Heraldo y Comercio para hacer nuevos e imborrables amigos.
Ahora los libreros descansan en la antigua Casa Vargas, a un costado de la emblemática Iglesia San Nicolás. Ese es su templo desde hace cuatro años, tras ser reubicados por la Alcaldía. El edificio tiene tres pisos y unos 86 estantes de libros.